
El hombre jamás se acerca a sí mismo tal y como es. Solo a través de las artimañas más retorcidas, hemos aprendido a darle un vistazo al vertiginoso mundo del ser. La filosofía, el lenguaje, el sexo, el arte y el fútbol son una muestra trivial, y sin embargo necesaria, del mundo tras bambalinas que se oculta en los límites humanos, esa poderosa orilla a la que tememos, ese abismo al que acudimos horrorizados para encontrarnos con la finitud, la decadencia y la oscuridad. No hay lugar más hostil para héroes tan nobles como los niños, -seres provistos de valentía e ingenuidad-, capaces de echar un vistazo al vacío y enfrentarse de frente con el ser limitado que nos abarca. Superando y venciendo a la nada, que tarde o temprano termina acorralando el ser.
“Las preguntas verdaderamente serias son aquéllas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Una pregunta que no tiene respuesta es una barrera que no puede atravesarse. Dicho de otro modo: precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano, son las que trazan las fronteras de la existencia del hombre” Milan Kundera. (La insoportable levedad del ser).
Quizá nuestra muerte ocurre al abandonar la infancia, cuando no traspasamos más el linde de la realidad y avizoramos el final como una posibilidad que nos determina. Es allí donde los poetas de la vida, los niños, redimen la angustia del hombre y la transforman en un sutil interrogante; frágil y leve.