Carlos Vives es de Santa Marta y esa impronta lo ha marcado musicalmente. A su lugar de origen lo une más que el acento y la alegría; el ritmo, ese algo indefinible, también lo posee. Ese algo que lo embarga tan profundamente es sinónimo de creatividad.
Para Vives es imposible moverse por la vida sin sentir el llamado de la novedad y del alboroto. Si ha creado ritmos es porque necesita sentirse vivo, y la música que hace es un llamado a la alegría con la que nació, una vuelta atrás a los sonidos del mar y al ritmo de los tambores.
Vives trabajó en novelas, pero no volvió a la televisión –para su fortuna– sino que se dedicó a trabajar nuevas propuestas musicales. Fue un proceso largo. Quería encontrar un sonido distinto. Trabajó de la mano con varios productores en esa búsqueda, hasta encontrar los sonidos que popularizó. ‘Clásicos de la provincia’ fue un hit, pero no quiso quedarse sólo en eso, ni él ni quienes lo acompañaban, porque el suyo fue un proceso de muchas cabezas para una misma felicidad.
Así que trabajó sonidos propios, intervino letras, buscó nuevos ritmos en las décimas de los juglares vallenatos, en los tambores africanos del Palenque de San Basilio, en los acordes más veloces del acordeón, en letras juguetonas y ritmos andinos fusionados con los sonidos caribeños, y en su búsqueda encontró fieles incondicionales y también detractores que lo acusaron de alejarse de la tradición y de ofenderla con su innovación.
Una de las canciones que jamás he vuelto a escuchar, pero que reunía mezclas innovadoras, era ‘Sol de mediodía’. Con seguridad no triunfó, pero ya anticipaba una creatividad de sonidos por venir.
Lo que pocos parecen tener en claro es que a través de su propio sello, Gaira, ha apoyado otras propuestas como productor, y logró dos goles que muchos ni siquiera saben que también son suyos. De hecho, cortejó hasta convencer a Adriana Lucía de innovar en el porro, y ahora la joven revoluciona este ritmo tradicional, apoyada por Vives y sus músicos, con letras de él y con su incondicional apoyo. También Carlos Vives estuvo detrás del éxito del que fue considerado el mejor disco de 2008 en Colombia y reciente ganador del Grammy Latino: ‘Pombo musical’, un experimento para convertir en música los poemas tradicionales del poeta Rafael Pombo.
Su vuelta a los sonidos básicos de los juglares representa que Vives cedió a la tentación y volvió a la tradición, pero tampoco se conformó con la regla sencilla de repetir lo que ya se conocía: convirtió a vallenatos populares de maestros como Carlos Huertas, Luis Enrique Martínez o Wicho Sánchez en pequeñas piezas con sonidos elaborados, y se vinculó con el más poderoso consorcio de tiendas de almacén en el país para ubicar su nuevo disco en todos los supermercados, con la intención de que la gente se lo llevara a un precio equivalente a una botella económica de vino.
Dos cosas vitales ha logrado con su regreso:
1- Una estrategia que le ha permitido vender discos cuando todo el mundo apostaba por el fin de este medio físico, y que era la que debería haber seguido la industria cuando las ventas venían en picada. Si las grandes disqueras hubieran abaratado costos y hubieran conquistado otros espacios, tendrían aún mucho terreno ganado.
2- Seguir sembrando la diferencia. En este momento de las nuevas músicas colombianas Vives ya no es el más creativo ni el más innovador, pero sí es el referente de todas las generaciones porque fue el que picó en punta en mercados nacionales e internacionales. Las emisoras siguen reacias a pasar lo nuestro –incluso lo nuevo de Vives–, pero que el innovador siga vigente no les cierra puertas a los otros, sino que vuelve a permitir que la música nacida del folclor siga presente. Vives volvió a lo tradicional, pero incluso así los innovadores actuales sienten que hay una posibilidad de conquistar mercado a partir del trabajo de las músicas locales. Y ojalá así sea.