La noticia no nos llega. Proviene de Somalia, un país al que casi nadie ha visitado porque no está en ningún folleto turístico y porque nada glamuroso se esconde en él. Sufre de sed. Peor que sufrirla, esta nación se seca entera. Su gente abandona el país en masa y las madres ven caer a sus hijos en el camino, resecos y con los ojos fijos y abiertos como consecuencia de la deshidratación, secuela de una sed atroz que se roba el agua del mentón y de los labios, de los globos oculares y hasta de las células, hasta que la sangre se hace espesa y el cuerpo se rinde. En menos de tres días el agua que escasea se roba la vida de los niños de Somalia. Son once millones de personas en crisis humanitaria.
Naciones Unidas, ese organismo que sirve de poco y llena más de burocracia el mundo que lo que en verdad ayuda, ha lanzado sin embargo un llamado para que los países donen lo que puedan y para recoger al menos 1.600 millones de dólares como ayuda mínima necesaria para sobrellevar el desastre. Una cifra alta, pero que en realidad es mínima si se piensa que una red social como Facebook está valorada en 70 mil millones. Julio Mario Santo Domingo, por poner un ejemplo cercano, tiene una fortuna calculada en 6.000 millones de dólares. Una cuarta parte de la fortuna del que es apenas el hombre más rico del mundo número 123 salvaría a once millones de personas. Pero la ayuda sigue sin llegar. Apenas se ha recopilado la mitad.
El problema tiene que ver en parte con el cambio climático. En el cuerno de África hay zonas que llevan más de dos años sin recibir lluvias. Y mientras tanto sigue lloviendo sin pausa en regiones del mundo como Colombia. En Kenia hay 3,2 millones de afectados por la sequía, la misma cifra que en Etiopía, y similar a los 2,6 millones de personas vulnerables en Somalia, que se lleva hoy la peor parte. Hay situaciones desesperadas que obligan a pueblos enteros de 8 mil a 10 mil habitantes a caminar hacia las fronteras vecinas y que ven caer a cientos de personas en los senderos sin ley. Primero desvarían, luego se pierden en el desierto sin sentido de orientación y finalmente caen víctimas de la sed. Es la peor crisis humanitaria de la humanidad en el momento. Acá, ni siquiera nos enteramos.
Pero deberíamos. Porque el problema de las lluvias que han azotado a Colombia no está en que se desborde el agua, sino que no se hizo nada para corregir ni encausar los ríos ni para levantar barreras de protección, y por el contrario, la desgracia ajena se convirtió en un nuevo foco de corrupción. Los alimentos donados a Colombia Humanitaria se pudrieron, la ayuda a algunos de los municipios de Bolívar, como los de Mompox y vecindades nunca llegó, la gente sigue viviendo en cambuches y ven con ironía y rabia los comerciales en los que aparece gente feliz beneficiada. A la mayoría no les llega. Pero debería preocuparnos sobre todo porque el fenómeno de la Niña pasó y porque las sequías pueden volver a nuestro territorio y no se ha pensado en cómo remediar sus consecuencias.
La sed se expande. Silenciosa y letal. El mayor campamento de refugiados del mundo está en el cuerno de África. Y el mundo sigue sin despertar. Inerte, como si la tragedia fuera de otros. Pero la sed es de todos.