Los que tienen la memoria más afinada recuerdan haber visto a Hugh Laurie por primera vez en el papel de un padre desesperado en la comedia Stuart Little. Nada memorable. Pero desde 2004 la televisión no ha dejado de mostrar a este hombre en el papel de un cínico médico británico, el Dr. House, quien con su cara seca y sus modales hoscos se ha ganado un sitial en la iconografía televisiva mundial por sus apuntes demoledores no aptos para cardiacos.
Lo que pocos saben es que este hombre con dos Globo de Oro entre sus manos es un talento para mucho más que la actuación. Lo demostró cuando publicó su novela Una noche de perros, en la que dejó en claro que era un novelista fino dotado de un humor ácido. Y ahora lo ratifica con su disco de blues titulado Let Them Talk, grabado en Nueva Orleans, en un claro homenaje al sur de Estados Unidos y a álbumes que Laurie considera grandes, como Buenavista Social Club. Lo más sorprendente es que con su voz rancia Laurie interpreta algunas de las más grandes herencias musicales del blues tradicional y al mismo tiempo interpreta el piano.
“No nací en Alabama. Soy un británico caucásico de clase media que está abiertamente traspasando los límites de la música y del mito del sur de Estados Unidos. Si eso no fuera lo suficientemente malo, también soy actor: uno de esos bobos mimados que no ha comprado ni un pan tajado en una década y no puede moverse por un aeropuerto sin una niñera que lo guíe. Lo peor de todo es que rompí una regla cardinal del arte: los actores deben actuar y los músicos, pues dedicarse a la música. Así funciona: usted no le compra pescado a un dentista o le pide asesoría financiera a un fontanero. ¿Por qué escucharle la música a un actor?”, se cuestiona sobre su trabajo este hombre nacido en Oxford.
Pero ese humor cáustico que se burla de sí mismo lo dispara hacia el éxito. Tanto, que ahora le llueven giras y su disco es un éxito en Europa. Y suena bien.