Soy Manuela Sáenz.
Fui de Thorne algunos años.
Mi padre me casó con un inglés
que me dio buena vida.
Abandoné a este hombre
por Simón Bolívar, el caraqueño.
Me enloquecí por él.
Lo perseguí con mi amor.
A él le gustaban mis ojos vivos,
y mi cuerpo bien hecho.
Le gustaba mi humor
y los chispazos de mi intuición.
Yo veía cosas que él se negaba a ver.
A fuerza de seguirlo
me hice imprescindible.
Me metí en su corazón
y en sus archivos.
En su cama cuando me dejaba.
Metía, claro, a otras
cuando yo no estaba cerca.
A veces supe, a veces no,
pero siempre lo sentí.
No era mío, no.
Un hombre nunca es de una mujer.
Es de sus sueños
y de su ambición,
sea lo que sea que persiga.
El mío quería la Gran Colombia
y, claro, el poder.
Era un General mi hombre.
Tenía empaque de dictador.
Lo amé en su gloria y en su ocaso.
Fue traicionado. Quisieron matarlo.
Yo lo salvé ese día,
pero sólo logré aplazar su fin.
En las buenas no fue suficiente mi pasión.
Menos en las malas. Lo perdí.
Se lo llevó la tuberculosis
y el desengaño.
Se lo llevó la historia.
Todavía lo recuerdo montando
en su caballo, glorioso, vitoreado.
Todavía lo recuerdo
montado en mí, su potranca briosa.
A veces yo lo cabalgaba
y atizaba sus ardores
punzantes, casi dolorosos.
Entonces gemía.
Está muerto mi Simón Bolívar.
Hecho polvo y yo también.
Pilar Posada S.