Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
Sí. Sí. Soy la voz con palabras absurdas que te quita la calma y ratifica lo que has venido pensando hace algunos días: que la vida tiene secretos sin develar en las puertas de sótanos para visitar con más calma y menos vergüenza.
¿Y qué hay con eso? Allí nadie te aniquila, ni sabotea tu tranquilidad y menos te juzga o expone públicamente. No hay nadie que esté para decirte que no es posible, que es necesario retroceder y vincular el juego absurdo de la insatisfacción.
Ahora estamos en el mismo terreno. Puedo mencionar abiertamente que odio la forma en la que te apropias de mi debilidad, y que ya tengo pensamiento propio, lejano a todo eso que nos han prohibido en años.
Te lo admito. Así nos formaron. Llenas de culpas, solo por pensar, y sin siquiera pronunciar la primera palabra. Nos dijeron que el camino era lúgubre y tedioso, que no se podían congelar a los débiles, ni lograr que poco nos importara que estuvieran presos de dolores que nosotras ya superamos.
Y de repente, una tarde, alguien ocupa tu lugar. Aparece sin querer llamar la atención, con excusas de esas masculinas que puedes aceptar, si lo decides. Lo cierto es que ahora mismo quieres quitar una venda que viene de tiempo atrás, pasar la línea por cuenta propia para escribir el siguiente texto, gritar con gestos y armas propias, sonreír para cautivar, escuchar que no hay límites y probar otro interés.
¿Y qué tal si? Vuelve la voz que se ha apropiado de tus pulsaciones, amarrado tus debilidades, diciéndote que no todo tiene que ser brillante, que superando la oscuridad también se exponen públicamente las lecciones.
Y te deja pensando. Y te aleja del pecho los amarres, te vuelve otra vez curiosa y dueña de ti misma, porque ya nada te atraganta y nadie puede decirte que es dueño de tus inviernos.
Y finalmente, dices si, porque sabes que los árboles aman los rayos del sol que desnudan los secretos.
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