Por: Dulce María Pena
El caos llegó silencioso -nadie lo esperaba-.
Llegó sembrando angustias, culpas, desconciertos, tristezas…
tocando las puertas de la razón y el corazón,
revolviendo los tiempos, las identidades y los olvidos.
Solo entonces comprendimos que la vida es incierta
y que es necesario vivir cada instante.
Entendimos que abriendo las puertas
se enfrentan las realidades.
Recordamos la importancia de desaprender, reaprender
y rescatar memorias de la vida real,
rediseñar la vida, el amor, el respeto y la justicia.
Recordamos la importancia de los abrazos, los besos,
las soledades que producen los distanciamientos
y el temor a la muerte real porque a veces
estamos muertos en vida…
pasivos, indiferentes, crueles, sumisos…
Y ¡SI!
somos los únicos culpables
porque fuimos quienes llamamos al caos,
lo alimentamos, le dimos vida y poder.
Pero,
no hay que temerle, será vencido
dejando atrás las palabras vacías, las acciones inocuas,
las emociones someras,
amando con más fuerza la vida en su plenitud,
identificando nuestra realidad e incorporando la de otros.
Porque ya entendimos que es vital dejar libre la creación para crecer
para el bien vivir, -no para morir concibiendo espacios para todos.
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