Por: Irina Juliao Rossi
No sé cómo hace para sacarle el alma al amor y acomodar el cuerpo para el sexo, cuando lo que quiere su corazón es lo primero.
Mantiene la condena de desviar su sentir en aras de no entregarse. Huye del vestido de armaduras y de empotrar una espada en sus manos para luchar por amor.
Tantas batallas heridas y guerras mutiladas lograron vestirla con flores ligeras que nacen un día y mueren al siguiente. Prefiere esos cultivos furtivos en reemplazo de aquellos en los que tendría que poner más atención.
Por eso te voy a intervenir. Lo pensé y mantengo la idea de lograrlo sí en uno de tus sueños llego a colarme.
Esperaré en la noche a que medites los pasos dados en el día, a que revolotees sin sentido por las palabras mal dichas por esa lengua de impulsos que te acompaña, a que traigas a colación la fría mirada que estampaste en los ojos de otros y hasta que te repitas una y otra vez, que no sabes amar.
Entonces ahí, sabré que estás a punto de cerrar los párpados, que tu respiración se acorta y que el cuerpo te pide quietud. Ya adormecida, llegaré hasta tu cerebro, caminaré por sus paredes como araña de ballet, husmearé cada vaso sanguíneo y repararé los desangrados por tanto pensar en mí.
Untaré crema de miel para desinflamar las zonas de los recuerdos quemados por la corriente de humo de aquel cigarrillo, que sin tregua, fumas en las tardes frente al ventanal. Dos gotas de agua servirán para lavar las esquinas heridas.
Y una flor, de esas rosaditas ficticias, pondré sí encuentro mi nombre intacto. Y un beso prometido, dejaré en tu boca negada al amor.
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