Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
Ahora que por primera vez el tiempo me obliga a estar conmigo, vine a comprobar los rumores fríos que me vendiste.
Sólo en este lugar recuerdo que podía moverme con amplitud en la resistencia, nombrar con tono enérgico mis deseos y recibir su aprobación en falsos aplausos.
Quizá sobredimensioné mis impactos y cuando la soledad apareció desbordante, vi mi cara en ese espejo, y de paso, el alcance de decisiones caprichosas.
Te perseguí por encima de mis principios. Ahora me doy cuenta de que jamás entendiste mis necesidades. Eran de protección y no de desafíos masculinos, de esos en los que brillan las ausencias y las pérdidas.
Volviste finita la palabra jamás, y ahora cuando al fin me encuentro conmigo misma, tomo en mis manos la máscara que me hizo tan diferente a la que fui, en días normales, de esos que ya empiezo a extrañar.
Te visito para que me confieses al fin, en que momento me dejé ganar por la ambición que me vendiste. Me percibo a oscuras, desde el lugar donde se evaporan las lágrimas, porque el corazón solo bombea tus odios y mis reproches.
Aquí con mis demonios, me preparo una dosis de preguntas sin respuestas tempranas, de ilusiones que pierden su rumbo, y vuelvo a pensar antes de combatir el sueño, a qué hora les vendí mi conciencia para hacer parte de un soplo de remordimientos.
Nada palpita en mi nuevo encierro perdido de pensamientos.
Vuelves a recordarme que no sirvió la arrogancia plena, si a ella también la condenaron con nosotros.
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