Lloronas de abril

Publicado el Adriana Patricia Giraldo Duarte

Hasta siempre, Maestro Javier Darío

Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte

El mundo voraz, el que nos habla de un abismo insalvable, de miserias que los demás no logran ver, sigue ahí, a pesar del recuerdo de la figura paciente y de caballero eterno que conocí hace algunos años.

La primera vez que lo vi, de gancho con la representación viva y del amor que fue su esposa Gloria, sentí el privilegio de poder tener cerca una voz pausada, incontrolable para la opinión, eso sí, sensata a cualquier precio.

Fue un lujo que pasáramos unos días juntos.  Acercarse a los referentes que tuvimos de niños, a los que marcaron un camino y una decisión, y luego tener la oportunidad de hablarlo cara a cara es una de esas oportunidades fugaces que se quedan con uno hasta que se llora, literalmente, la despedida.

Javier Darío era un noble de lentes grandes y manos puras, con poder y autoridad, un ser humano brillante que cautivaba con cada palabra y sugería historias para que los demás periodistas escribiéramos en contra del olvido.

Era como  un papá Noel listo para entregar regalos en cualquier época del año, un maestro que habló siempre de lo que debía unirnos, que dio a cada momento y persona una oportuna descripción, sin comprometer sus sabios juicios, sin pasar los límites de la cordura, a pesar de la insistencia de los poderosos.

El hombre grande con alma de niño, capaz de seguir las rutinas más modernas, sin despegarse de su pasado, de su esencia, de sus raíces.  Mis recuerdos preferidos de esos encuentros que en adelante guardaré como un tesoro, fueron su voz atrapante de presentador de televisión, su memoria prodigiosa para los íntimos detalles de familia, su humildad antes de hablar de cualquier tema, su pausa a la hora del almuerzo, en medio del mundo voraz, al que el retó siempre con disciplina y paciencia.

Javier Darío fue luz, pasión, entusiasmo, curiosidad viva, energía vital que ahora hace parte de su propia constelación ética.

Periodista, padre ejemplar, defensor del amor por la vida, de su nieto Emilio, amigo de los correos electrónicos llenos de palabras que engrandecieron siempre la dignidad, de jornadas eternas de lectura y un conversador estrella, nos deja hoy con titulares  de prensa que jamás resumirán todo lo que fue.

Lo conocimos, lo seguimos, lo quisimos, nos leímos los dos en cartas por correo, lo escuchamos hablar con el tono de un abuelo sabio, de la muerte a la que no le tuvo miedo, de los valores que no debíamos perder, de la conciencia que debemos seguir construyendo, con las palabras perfectas y el tono perfecto para no olvidarlo jamás.

Hasta siempre, Maestro!

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