Andrés F. Parra Serrano
Twitter: @AfAparra
“Para ella, que nunca quiso dejar de creer” F.
El sol que se negaba a aparecer, regresa lento a nuestra vida, se da pequeños tropiezos, golpea sin fuerza las cortinas y las persianas. Se hace su espacio y ahoga en la oscuridad que nos había plagado. Vemos, con claridad meridiana, los destrozos que nos ocasionamos. Las partes de nuestras partes que se esconden asustadas en las esquinas de nuestro cuarto, las vértebras rotas, las lágrimas secas en el suelo.
Nos encontramos, frente a frente, olvidados por las entrañas. Nos sumimos en el acto carnal más desapasionado que existe. Los pesos de nuestras almas se liberan poco a poco de los grilletes. Sin sorpresa, notamos que han dejado marcas y que aún el recuerdo de su peso nos agobia. Forzados, nos permitimos doblegarnos, dejamos que caigan de nuevo, ahora sí, en verdad esclavizados.
Abrimos los ojos. Lento. Ladeamos nuestras pupilas hacia el lado derecho de nuestros párpados. Bajamos nuestros rostros, nos enfrentamos al abismo. Sabemos mejor que otros: hablar ya no es nuestra alternativa.
Los ríos de sangre retoman su fuerza y la sombra vanagloriada con nuestros sollozos silenciosos decide regresar de su descanso. Se escuchan los ecos de los gritos y los golpes secos. Los dientes que se incrustan en los rostros de los recuerdos. Se hielan las venas y el vacío se toma la distancia que nos separa. Tratamos de rescatar lo último que nos queda. Desesperados nos aferramos, ignorando el puñal que se ha incrustado desde el otro lado de la noche, llamándonos.
Un fuerte bofetón de realidad. Un impulso pequeño de lucidez. Aquél momento donde el hombre torturado acepta agotado que quizás sea ésta la última vez que su captor le permita tomar un respiro. Lo inhala, con la calma que sólo tienen aquellos que ya lo han aceptado todo.
“Éramos sólo el recuerdo de un sueño que nunca pudo ser”.
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