Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
Rondas. Entras y sales para tantear qué tanto estamos preparados, y nos hablas de los restos del tiempo.
Has convertido el futuro en un espejo, y obligas a que nos miremos, evaluándonos, diciendo qué tanto hemos aprendido.
Haces que los ritmos se distorsionen, y oprimes, y te ocupas de nuestros pensamientos, así, sin permiso y sin excusas.
Y aun cuando decidimos no ocuparnos suficientemente de tu terquedad, estás recordándonos lo finitos que somos, cuando en realidad ahora más que nunca queremos ser inmortales, atesorar momentos y ocuparnos de las pequeñas felicidades.
No habíamos transitado este camino y aunque parece una obligación releer las despedidas, los pesares y reflejarnos en las lágrimas de quienes están diciendo adiós, anticipadamente, tenemos adentro una fuerza transformadora que sigue habitándonos.
Es un desafío armar con bondad el nuevo día. Tragarse el primer sorbo de gratitud cuando sale el sol y llenarse de un optimismo que supere las cifras que nos envían a diario.
Encender una vela, entender con mirada compasiva que son caminos diferentes y que solo nos corresponde llenarnos de vida.
Rondas de nuevo. Entras y sales queriendo que seamos perdedores, y en medio del dolor de tantos adioses, ganan las sonrisas, la esperanza, la lucidez que te da el saber que vas haciendo bien las cosas. Al menos, como dijo la luz que deber ser, en la defensa de la vida y con el compromiso de jamás perder la esencia del cariño mientras nos llenamos de vida.
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