Adriana Patricia Giraldo Duarte
Tantos días en los que la zozobra del después fue la constante. En el refugio de las amigas iban y venían las conjeturas y las decisiones a las que queríamos anticiparnos. Sobre todo esas de los amores inexistentes, en el deseo oculto de que al fin llegaran a rescatarnos de nosotras mismas.
Tantos días lejos de lo que realmente anhelamos ser. Horas de afanes sin sentido, de palabras cuestionadoras que cambiaron nuestro rumbo, de ilusiones que nos vendimos falsamente en ese imaginario colectivo de que todo llegaba a su debido tiempo, sin saber que el tiempo palpitaba ahí con nosotras, como símbolo de madurez y esperanza.
Nos miramos a los ojos, aún en la distancia, sin conocer el avance de varios de esos destinos, intuyendo por algún motivo que en el aquí y en el ahora de todas nosotras, la vida avanzaba como debía hacerlo.
Crecimos, amigas. Nos fuimos quitando el velo de la perfección, para descubrirnos más sensatas y equilibradas, en el desarrollo de una meta que solo nos interesaba a nosotras y que nadie podía truncar, porque sencillamente se trataba de nuestras correspondencias.
Estoy segura de que los lugares que ahora habitan están llenos de ilusiones. Sí, claro, nos equivocamos muchas veces. Y siempre estuvo esa voz fastidiosa que nos repetía la condena de un rumbo que otros trazaron tan lejos de lo que realmente íbamos a ser.
Creo que ya nos vemos fuertes. Que la sonrisa con la que amanecemos es real. Que dejamos de esperar y en esas llegó el amor y se quedó con nosotras, recalcando que era posible la idea de felicidad que un día compartimos de chicas, en el colegio.
Creo que ya vamos por el mundo sin el afán del reloj, con el ritmo que nos marcamos nosotras mismas, con menos culpas y más sueños, con coequiperos reales y con vidas que estás nutridas de acciones que nos reivindican a nosotras mismas y no a los demás.
Debe significar que maduramos. Que encontramos respuestas, que era como habíamos conversado en los pasillos del colegio.
Y ahora nos miramos con un aire de tarea bien hecha, sin temores y respirando tranquilamente el deseo del día después. Estamos vivas y somos capaces de encontrarnos, a pesar de.
Porque sin saberlo, caminamos juntas para hablar hoy de cómo toca a la puerta la tranquilidad. Nos nombra y nos pregunta cómo estamos. Respondemos con seguridad y volvemos a la rutina, al camino que trazamos con total libertad, a las huellas de nuestro destino.
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