Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
Hay horas que sobreviven a la humedad oscura, a los tímidos gritos de la noche, al insomnio que nos deja soltar palabras sin pensar. Avances que se cuelan antes del beso de la reconciliación y que están hechos de amores vivos, gratos, leales, de amores que sobreviven a las despedidas.
Hay horas en que las amigas celebran el paso de los años, a pesar de que algunos decidieron alejarse con dolor, pensando que era imposible sentir el aire fresco de la vida en cada despertar.
Hay horas de júbilo que vale la pena atesorar para que el asombro no huya en los días difíciles, y que nos invitan a rearmar los deseos en instantes efímeros, en profundos momentos de felicidad que nadie vuelva a arrebatarnos.
Hay horas que nos llevan al límite y tormentas que acechan nuestros entusiasmos, pero también minutos en los que recompones tu proceder y volteas para abrazar a los que amas porque eres testigo único de su fortaleza.
Hay horas de encuentros para instalar en la dicha eterna del hoy, sin adelantarnos, sin pelear con las dudas y sin alejarnos de la confianza; sólo para transmitir a los más chicos, que pronto aprenderemos la lección y hablaremos con ellos de las enseñanzas.
Hay tiempos que pesan y ahogan la esperanza, y también horas de pálpitos continuos de fe por lo que viene. Hay minutos que bombean optimismo, porque nada puede hacer que dejemos de soñar con los merecimientos, con el premio a cada mínima acción en la que hemos dado todo por obtener la recompensa.
Hay horas que nos miran con ojos filosos para que negociemos nuestros propios aprendizajes, y conciliemos con ellas el valor de los abrazos y las miradas limpias, de la honestidad, de las palabras de honor y la dicha mágica de la resiliencia.
Hay horas en las que vienen las voces de tu bondad, de tu propia misericordia, a susurrarte la paz por la que abogas, a llevarte a la línea de la frontera de ti mismo, para que des el siguiente paso como si tuvieras la oportunidad de cuidar el sueño reparador de la libertad.
Hay horas que quieren adelantarse, solo para hablarte de los milagros que te concedieron, para que cruces la puerta azul, interpretando los sueños de tu propio renacer.
Hay días para recordar las señales, momentos en los que no importan más los ruidos externos, porque llegaron las horas de nadar para sobrevivir a nosotros mismos.
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