Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
Olvídalo. No vas a venir a tumbar las flores del vestido, a saltar entre mis pensamientos, a recordarme lo que soy cuando te compadeces burlonamente de mis cargas.
Ya aprendí que anticiparse es una tarea inconclusa. Que corren los minutos y se abalanzan sobre una nueva condición en la que mutuamente aprendimos a ser más maduras y menos temerosas.
Me ví al espejo cada que intentaste decirme que podía fracasar y fui yo quien te retó, sobre mi pedestal de confianza y fe en el futuro.
Aprendí a ver de qué estoy hecha, y frente a tus apariciones forzadas, entendí que muchas veces puedo ser vulnerable, descomponerme en pedazos y armar nuevamente mi rompecabezas femenino. Que está bien. Que no cambia el horizonte.
Cuántas voces me han dicho que no tengo derecho a dudar, a intervenir, a pensar si es lo adecuado o no, a seguir mi instinto y a revolucionar mis propios esquemas.
Olvídalo. No vas a convencerme de que no soy auténtica, porque los recursos de los que dispone mi alma son más fuertes que mi propia sabiduría. Porque he podido encontrarme conmigo misma, escuchar mis vibraciones, atender mi pálpito y resolverlo todo con afecto e inteligencia.
Esta no será la excepción. Aumenta lo disonante, la presión, el agite, pero también mi previsión, mi conocimiento, mi fe, mi fuerza de mujer.
Camino. Un paso y otro, a la vez. Un sentimiento, y otro, a la vez. Me hago legítima en la intimidad de mi hogar, y soy capaz de darle ánimo y de halagarlo, de pedir ayuda cuando lo necesito, y de esperar en calma y de trabajar con mentalidad de sanación creativa.
Ningún miedo se apodera de mi criterio. Creo en lo que soy. Soy feliz. Regreso a casa, sin que, a pesar de los fuertes vientos, se caigan las flores de mi vestido.
Más de Lloronas de Abril en