Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
Para Francy
Pasamos del miedo a la rabia. Tal vez es que oímos las declaraciones de los inescrupulosos, o miramos sus fotos, sus cartas firmadas en los periódicos y en los mensajes de teléfono que ya ni nos dejan respirar.
Tal vez la experimentamos desde el día en el que vimos en la televisión, los bandidos que saludan desde el balcón, desde el atril o desde sus mesas directivas.
Crecimos y tuvimos que evaluar si esas sonrisas que nos trajeron a casa venían impregnadas de soberbia, o si a lo mejor lo que buscaban era persuadirnos, al creer que tenían el poder de comprar nuestras inquietudes.
Pero, si te das cuenta, es mejor seguir siendo las de siempre. Llorar sensiblemente sin entender el peso de las conciencias turbias que hablan sin mirarnos a los ojos.
Olvidarnos de lo que no está en nuestras manos, pero discutirlo entre las dos y saber que estamos hechas de otro material, así nos digan una y otra vez que en la vida real no ocurren los milagros.
Compartir un trozo de chocolate y un par de palabras, mientras los demás expresan al público el dolor por no poder participar, sin que sepan aún que hace mucho fueron excluidos y ya no hay vuelta atrás.
Esa es la libertad que construimos desde chicas. La que nos hace sonreír, incluso en la presión extrema de los días; la que nos dice que nos reunamos con las demás y creamos en el poder de la palabra, de la fuerza femenina, de los movimientos calculados solo con pasión y voluntad de reencontrarnos.
Todos hablan, nosotras nos vemos y firmamos libertad.
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