Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
Hay historias que abruman, otras que resisten, que dan vuelta en la cabeza mientras nos sensibilizan, que nos hacen sentir los verdaderos protagonistas del presente que se asoma en la almohada, que dan miedo, pero sobreviven.
Y hay otras que nos muestran los luminosos ojos verdes de las mentes frescas que nacen para querer a los demás. Llegan como frases, como minutos que se suman cual espuma blanca colada en la intención de ser la historia favorita del otro, incluso cuando el tiempo parece no coincidir.
Soy la narradora de una de ellas, la soñadora, la testigo, la que mira detrás de la puerta, la que todo lo sabe, la que intuye el final feliz, y lo nombra, y lo escribe, y lo decreta.
La que puede descifrar los códigos de la foto prevista para los amantes. Los que desbordan creatividad, imaginación, ausencias temporales, palabras sonoras que cobijan el corazón, cercanías sedientas de cariño, razones armadas a diario para las cortas despedidas que logran sanar con el primer saludo de la mañana.
Yo veo una confesión espontánea, la voz que escucha esas sensaciones perdidas con el tiempo, y veo la felicidad de las cosas pequeñas que encuentra la mujer joven que merece roces prolongados.
Veo a la chica desparpajada que intenta querer, porque merece nuevos viajes y sueños, porque merece experiencias más allá de los límites cotidianos, y veo al hombre noble que destapó el calor del cariño de esos ojos verdes, que aprende cuando lo dejan ser, que espera la ilusión y el deseo.
Soy la testigo de un para siempre suspendido, que se agarra las manos, que habla de maneras concertadas, de imágenes futuras de perros y de historias favoritas.
Soy la testigo. Miro el primer párrafo de mi propio pensamiento. Los veo, y la mejor parte la atrapo cuando siento que vivo esperando que los demás sientan el amor que yo he sentido a corazón abierto.
Más de Lloronas de Abril en https://www.facebook.com/lloronasdeabril