Lloronas de abril

Publicado el Adriana Patricia Giraldo Duarte

La montaña de miedos

 

matrimonio

 

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La escena me persiguió toda la noche.  Y no por el reflejo de lo que ustedes tienen que resolver.

Más bien fue una mirada medio fugaz a mis límites.  En el día, van y vienen las insatisfacciones; ese afán de querer controlarlo todo, de ser la primera, de cazar; el capricho de que nadie me cuestione, y la inquietante manía de encontrar explicaciones reales a todos los sinsentidos.

A la final, creo que son valientes.  La verdad, los percibí tan distantes, justo ahora que tomaron la decisión que se acepta solo una vez en la vida bajo juramento, de ir y acompañarse hasta que la muerte la separe.

Me sorprendió imaginarlo a él, impávido, sin poder alguno sobre sus excesos y culpas.  Incapaz de responder a los odios femeninos,  a los fantasmas que le salen a flote, a la debilidad de tener que ser el mismo, viéndose a un espejo que no le reconoce la imagen.

Creí conocerlo, por lo que me contrarió verlo así como siempre, incapaz de responder con una firmeza tan grande como su tamaño.  A la final no me equivoqué. Detrás de semejante estatura solo hay un hombre temeroso.  Una mente brillante y luminosa, aún con trabas por resolver.

A ella, no la culpo.  La vi desbordada, como algún día todas hemos estado.  Menos lúcidas y más arbitrarias, queriendo ser las guardianas de los sueños de amor de quien poco nos merece, queriendo añadir bondades a un espíritu que no despierta; nombrando a la fuerza, la forma estrecha que no encaja.

Como buena recién casada, lo quiere a morir, aunque no sabe que se debilita en la agonía de encontrarlo, y que al final de esas furias poco puede encontrar, porque es una apariencia que tampoco le pertenece.

Tan joven y se ha salido de sus barreras morales, innecesariamente, gritando, huyendo, sacando las garras, cuando al final la idea del amor la obligará a darle el último adiós.

No quiere entender que sí, que también yo he sido incomprendida, obsoleta, dañina, caprichosa, víctima, monotemática, mentirosa, pero inofensiva.

Que sería más fácil respirar antes de dejar ganar la rabia de sentirnos solas.  Que la regulación debería llegarnos, así, tan natural como fluye esa adelantada habilidad para fantasear con el futuro.

La escena me persigue cada noche. El problema no son ellos, son mis excusas.  Mejor cierro los ojos y pongo luz a la montaña de miedos que duerme con las dos.

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