Lloronas de abril

Publicado el Adriana Patricia Giraldo Duarte

La mamífera

Por: Valentina, la mamá de Violeta

No me reconocía. Duré días sin reconocerme. No me veía ni en el espejo, ni en el reflejo de mi propia sombra.

No fue un sentimiento pasajero. Convivimos juntos por un mes; tal vez más. Con los días me acostumbré a la ausencia de mí, tal vez por miedo a mi nueva realidad, tal vez por la felicidad, tal vez por los cambios, que más que físicos, siempre fueron emocionales, tal cual soy yo.

En frente tenía una montaña rusa, un paisaje y miles de flores que perfumaban mis días.

Siempre me ha gustado el vértigo pero esta montaña rusa me generaba pánico porque iba en bajada. La exposición a la información que me daban, los múltiples consejos de los opinólogos expertos en todos los temas, a quienes con su ausencia de transcendencia mi estado les parecía fácil y común, mis planes, los viajes, los proyectos materiales, incluso los planes que otros tenían para mi me generaban más vértigo del normal. Puedo asegurar que este miedo nunca antes lo sentí.

A lo lejos veía un paisaje hermoso y sabía que estaba en el rumbo correcto. Tenía clara que mi transformación era real y que escuchar un corazón solo era comparable con la creación de galaxias, con el big bang, o en algunos casos con los agujeros negros que no sabemos aún los humanos a donde nos llevan. Ese paisaje se hizo más frecuente y profundo, más sólido y cercano, mucho más perfecto y puro.

Ahora soy parte del paisaje, ese paisaje de Violetas que perfuman mis días, que solidifican mi amor, que despiertan en mi los máximos comportamientos animales de territorialidad. Protección y apego. Me siento como nunca antes, lejos de la homosapiens y como la mamífera más dispuesta a proteger lo que la creación puso en mi.

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