Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
Hace rato no tenía un sábado para saborear la soledad, acostarme sobre el piso tibio, respirar y encontrar la propia cima después de haber tanteado la lluvia.
Después de ver tantas mentes endemoniadas e impacientes de poder, solo queda amar sin medida.
Puedo alinearme con mi intuición. Entender que prefiero la compasión, y que esos falsos avances, casi telúricos, solo mueven la estructura para que entre la luz en primavera. Que a veces es necesario repasar las tinieblas para volver a expresarse en el principio femenino que te salva, porque te pertenece, te repite en lo esencial, en lo invulnerable, te vuelve luz el valiente aprendizaje.
Te renueva el camino sin afán, la marca de la conciencia plena, la ilusión fresca de que solo el perdón bordea los huecos que deja la inyección de ese dolor.
Tengo una nueva tarde para aprender que las armas no están en la impaciencia y en la apretada fuerza de la envidia, de los corazones desgastados y corroídos por los desánimos ocultos, sino en las certezas que solo cantas en privado.
Quieren que ruegues y no han visto que en la solemnidad de tu intuición está el femenino al que nadie escapa y que ya nadie puede violentar.
Como en la letra privada de tu cuento, en la luz de tu soledad eres tu misma, la del espejo limpio, la de sonrisa inefable, la del juego positivo de la soledad.
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