Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
Un día vamos a vernos, Guillermo, para que me expliques cómo logras sobre mi este efecto hipnotizante que es como el mismo del sol a primera hora, cuando te presento las palmas de las manos y siento el ímpetu que corre por la piel y avanza para motivar el día.
Estás ahí en la última hora noche, cuando lucho para que no se apague el chorrito de luz, y también apareces en el primer día del año, haciendo que quiera correr páginas para descubrirte, dejar de lado las imposiciones y traicionar el vínculo eterno que tengo con mi viejo elegido.
Con él converso a solas, antes de dormir. Entiende lo que puede pasarme contigo, incluso superar sentirse destronado por la novedad que me provocan tus historias, y el deseo de avanzar para saber qué tanto las mujeres podemos sentirnos una nueva carne, un deseo finito y nombrable, una experiencia corta tan cerca de lo que verdaderamente deseamos.
Tu alma es tan femenina como mis caprichos y posibilidades. Sin que lo sepas, estás ahí conversando conmigo sobre las insatisfacciones, y marcando el norte junto a las demás chicas, como si tuvieras el mismo código de acceso, la ruta de las siguientes horas, las que convierten el sin sabor en una oportunidad para volver a creer.
Ayúdame a entender cómo es que puedes transportarme al misterioso lugar donde dejo de ser equilibrada ternura, para zambullirme en la verdad oculta, en el círculo exclusivo de excentricidades que nadie entiende, porque me haces libre en cada paso y me encuentras con la fibra que hace vibrar la brutalidad de estas perversiones.
Un día, un día segundo del primero del año, vamos a vernos, Guillermo, y habrá luz, y habrá fuego.
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