Para quienes abrieron antes la puerta del cielo
Es el peso de los años que nos conduce a contemplar con calma la desidia; a negociar una nueva visión de la vida, pese a los violentos desmanes de muerte.
En el aliento caliente de la madrugada sobrevivimos a los desalmados ataques de la indiferencia, para dar la respuesta a personas marcadas con el mismo nombre, pero arrojadas al vacío con diferente predicado.
La respuesta viaja con nosotros. Es la certeza de las equivocaciones, y a la vez, el hilo que nos arrebata el vibrante desafío del deber ser, es lo que nos aleja de las sombras oscuras del egoísmo, impuestas como si no tuviéramos derecho a elegir con el pálpito de la belleza.
Están equivocados y tenemos que hacerlo público. Naufragaron en sus desdichas y aun no saben que el poder ensordecedor de la verdad indaga sabiduría para el futuro.
La luz de los ausentes corre como nuestra rutina. Nos obliga a habitar el nuevo mundo, más allá de la muerte y mucho más cerca de la solidaridad que reclamamos, pero que sólo pueden conocer las almas puras.
Es cierto, tenemos la receta. La llevamos a diario en el bus, en el naufragio de los cuerpos, esperando que nos quiten el dolor del futuro y nos acompañen en un viaje repentino de felicidad, en el tránsito de la niñez, llanura de la edad sincera.
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