Hoy se desmayaron todas, en sus escenarios privados, para no desentonar con la festividad del día soleado que apareció de repente, horas atrás.
La luna durmió con ellas. Todas tan lejos de la dosis sanadora de palabras, de reflexiones insensatas y juicios revaluados públicamente, de ideas que se justificaron y se perdonaron entre sí.
Todas, perseguidas por la pena que esconden por herencia, ancladas a sus destinos por la necesidad de superar lo impensable.
Del otro lado, el correr de un tiempo que catalogaron egoísta, injusto, provocador, ausente.
Se ahogaron en esa suma conjunta. Invocaron ese deseo absurdo de amarrar por un único instante el anhelo de convertirse en dueñas de sus propias probabilidades.
Se devolvieron, miraron la foto para rogarles una conexión; imaginaron que podían sacarlos del ritmo acelerado en el que, por descarte, a veces no quieren encajar.
Nunca, una pizca de recuerdos, de falta de placer; siempre, exceso de responsabilidades y reencuentros felices. Jamás, la indescifrable ruta novedosa, suficiente para instalarse en un tiempo repentino que recordarán con devoción, a cambio de la promesa de encontrar el guión eterno de la libertad.