Adriana Patricia Giraldo Duarte
Los incrédulos nos sugirieron que era mejor no anticiparse.
Continuar en esa cómoda soledad evitando nuestro encuentro.
Salvaguardarse de un dolor inexistente, una postura cultural, tan ajena a estas ganas de mirarnos.
Casi que ni puedo recordar los instantes en los que tu cercanía aún no me decía nada. La energía de tu vitalidad, tan lejos del encanto que hoy nos acompaña en cada paso sugerido.
Por sorpresa, un día, nos llegó la hora de dejar de recitar suspiros, y de acomodarnos a los imaginarios que compartíamos sin saberlo, cada noche, en rutinas semejantes y deseos de vivir.
Renegaban del sabor de la felicidad. Nos decían que era imposible, que el mundo solo sabe de traiciones y meloserías infundadas.
De repente, un día nos llegó la hora de acercarnos para evitar la fuga.
Y empezamos en una noche de complicidades, evitando compartir las primeras citas con los demás, protegiendo el secreto que mejor publicamos para gritar hoy, convencidos, que la felicidad sabe a besos exclusivos a primera hora de la mañana.
Qué saben esos incrédulos, de abrazos para no soltarse, de decisiones que vienen después de concertar un único afecto, de lealtades que bañamos en sonrisas y vinos para compartir en el balcón.
No saben comprender que vivimos un aprendizaje privilegiado, en el que las máximas no son las comunes, no son las que ellos defienden como verdades absolutas, y nada tienen que ver con modelos prefabricados del amor
Fuimos los primeros en llenarnos los ojos de asombro. Y la vida nos tomó por sorpresa, nos llenó de regalos, nos dijo que felicidad sabe a nuestras bocas, y a un corazón amarrado de placeres pequeños que sobreviven cada noche en nombre del amor.
La felicidad es como un globo rojo que llevas en las manos. Mi felicidad sabe a ti, y 365 días después, nadie lo puede refutar.
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