Para Claudia Morales
Un hombre solitario quiso despellejarte. Robarte la piel, y de paso, el camino de regreso. Los límites de su mundo exterior eran tan pobres, que tuvo que valerse de su mínima y perdida identidad.
Fue una isla de inconciencia frente al poder ensordecedor de tu luz y tu sonrisa; de tu dominio y fuerza en el escenario, de tu blindaje explorador del mundo exterior.
Se atrevió a opacar tu sensibilidad evocadora, sin saber que la piel de tu alma guarda una percepción sólida frente a lo insólito y lo difícil.
Claro que esta vez, y todas las veces, en las que alguna mujer diga que pasó por lo mismo, nos solidarizaremos frente al trago amargo de tener que vivir noches solitarias intentando esquivar la culpa.
No tienes que publicar nuevas palabras. Sabemos de esos días en los que no adivinabas el alcance de los posibles daños.
Todas, sin excepción, hemos enfrentado momentos en los que quisieron debilitar nuestros sentidos para interrumpir valiosos ciclos vitales.
Pero olvidan los invisibles agresores, que somos capaces de vivir ingeniosamente. De rumiar una y otra vez el pasado para perdonar y vivir en una nueva condición, para salir del englobe interior en el que alguien quiso meternos, y hablar con convicción de cómo se renuncia a ese prolongado cautiverio de dolor.
Regresaste contigo misma, Claudia. No perdiste la ruta que trazaste para tu felicidad. Eso es valentía, dedicarse a la tarea de volver a tu propio interior, con el amor profundo y acertado con el que la vida premia a los espíritus nobles.
Lograste estar a salvo, en el tiempo, para darnos una lección de coraje, para decir públicamente que no se pierde la piel, ni la alegría de la vida.
Que alguna vez quisieron dejarte medio despellejada, que tuviste la mente algo aturdida, pero que tu piel siguió intacta y los símbolos de tu alma solo encendieron tu –nuestro- sistema de alarmas.
Estás a salvo. Estás contigo misma. Con el sentido de protección y vida instintiva que nadie logrará arrebatarte.
Has logrado decirnos que podemos vivir estoicamente, sin que nadie se percate de nuestras muertes silenciosas. Pero también, que es la fuerza femenina la que nos hace regresar a nuestro hogar privado, en el que no perdemos la esperanza, en el que encontramos siempre el camino de regreso, y el hogar de nuestra alma.
Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
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