Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
El hastío sabe a ojos ocultos con divagaciones antes ir a la cama, y a lágrimas frescas para compensar la mañana. A nuevas respiraciones que te adelantan el camino, a confirmaciones certeras de que atrás se deja el escenario inútil que te desgastó.
A culpas saltonas que parecen agobiar la decisión y a dudas que entran y salen de los pensamientos recurrentes, como niñas burlonas que saben lo puede ocurrir en tu futuro cercano.
Pero lo mejor del hastío, es que muestra la fuerza propia de tu interior, la libertad de encontrarte con las rutas que vas a recorrer, la capacidad de decir NO cuando es la intuición la que retumba en el centro de tu alma.
Es como un espejo que te deja llorar sin pena, que en el reverso escribe tu nueva historia, esa que está de llena de sueños profundos, de realidades que te pertenecen, de la soledad original e inteligente que viene a nutrir los pasos que das al levantarte de la cama.
Viéndolo bien, el hastío es la medida segura de que no volverás al egoísmo, a la sensibilidad por lo que no te corresponde, a inmiscuirte en enfoques convencionales y absurdos que no te permiten ser.
Porque luego del hastío viene un nuevo amanecer. La alegría de vivir, de darle vuelta a las cosas simples, de creer que es posible atarse a un mundo sin mentiras ni poderes, de amar en compañía y de encontrar un par que es tan sensible como tú.
No le tengas miedo. Después del hastío estás desnuda con el vestido de tu esencia: dinámica, explosiva, confiada, segura; curiosa y comprometida con el camino que bombea tu corazón.
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Concepto fotográfico tomado de Brooke Shaden