Por: Zohanny Catrileo Arboleda Mutis
No hay que ser un gran terapeuta para saber lo difícil que es perdonar, simplemente hay que estar vivo para saber el miedo que da soltar ese dolor al que nos aferramos como la única tabla de salvación de dignidad. Pareciese que el perdón fuera esa última pluma que nos resistimos a entregar por temor a quedar desnudos y vulnerables, y ser, heridos nuevamente.
Sucede que en mi vida me visitan una y otra vez las discusiones alrededor del perdón, la memoria, el pasado, el dolor. No soy melancólica y nostálgica de gratis. Soy producto de conflictos, destierros y abandonos. También de entregas y amores incondicionales. En el camino me he encontrado con todo, y sé que aún falta mucho por oír y sentir acerca del perdón, esa palabra que en mi mente veo de colores verde y negro. Nací entre espejos y muchas veces confundí los dolores de mis padres con los míos propios, me aferré a sus rencores como mi mejor escudo, me vestí de sus recriminaciones y formé una personalidad endeble que no lograba tomar partido por miedo a la traición.
La libertad fue llegando con los años. Después de subidas y bajadas por las montañas del pasado y las laderas de las verdades subjetivas, logré, victoriosamente, sonreírle a todos y mirarme al espejo y sonreírme también. Quise alzar los brazos para celebrar mi triunfo, quise que me dieran una medalla por tremenda hazaña, ¿quién, sino un alma fuerte y obstinada logra perdonar y sentirse libre? Quise reírme de todo y compartir la felicidad de haber entendido que todo había sido una prueba para ejercitar el corazón. Pero no pude. Las personas con las que había empezado la carrera no estaban a mi lado, no habían llegado conmigo ¿se habían perdido? ¿se confundieron de camino? ¿estaban en un árbol descansando? No hubo quién me pusiera mi collar de flores.
Ante esta ausencia tuve que devolverme unos pasos. Esta vez me sentía bailando, no era un retroceso, era una de esas vueltas que se dan en el currulao, como a quien lo lleva la marea y lo devuelve, y lo vuelve a llevar. Y reconocí las piedras, las hojas secas, los frutos podridos, la cueva, la tormenta, ahí estaban todos, como en un documental político que no deja nada escondido, como en un álbum familiar. Vaya! dije yo. Mi perdón no borra mi pasado, mi perdón no ilumina el pasado de nadie y aún más triste, mi perdón no libera a nadie más que a mí. Mi ingenua altruista se dio contra la pared, nuevamente.
Quisiera yo que mi gente caminara conmigo, que a pesar de no poderse tomar las manos, se tomaran de los bastones, así como hacen en la Minga los indígenas. Pero es iluso de mi parte creer que todos quieren perdonar, creer que para todos el perdón es bálsamo para sus heridas. No los juzgo, intento entenderlos, intento desjerarquizar dolores. Acá todos tenemos cicatrices y no viene al caso ponerse a medirlas con regla. Cuando nos encontremos al final de la vida habrá quienes tengan heridas sin cicatrizar y no por eso dejaron de caminar.
Qué difícil es esto del perdón, qué fácil es nombrarlo y pedirlo a gritos para la sociedad, pero que confuso es integrarlo a nuestros principios. Así veo grave lo de la paz. Veo grave que no podamos liberar los dolores, veo grave que sigamos castigándonos por dentro, poniéndole al cuerpo más cargas, echándole cianuro al tope para ver si algo de nuestro dolor va y aplasta al otro. Cuando regresé al bosque de mi pasado vi eso, vi perros mordiéndose la cola, seres rasgándose la piel, puños en el pecho pregonando la culpa como camino religioso, jueces castigando y otorgando premios como si alguien al final de la carrera fuera a subirse al podio. Nadie, al fin y al cabo, estará ahí para darnos el collar de flores, pues el perdón no es para nadie más que para nosotros mismos.
Así que eso les digo a mis espejos. Yo les daré agua que traigo del manantial si eso es lo que necesitan, también los acompañaré a descifrar encrucijadas que yo no estoy preparada para entender. Ahí estaré cuando se quiten esa última pluma, y cuando vean que ya tienen alas nuevas.
Para volar juntos.
Ni perdón, ni olvido, oí. Perdono, pero no olvido, me dijeron. Perdón y olvido, pidieron.
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