¿Alguna vez han sentido cómo se les agrieta el alma? Ese sentimiento que llega hasta la garganta pero no puede ser expulsado con las palabras de desconcierto que te quedan al descubrir un engaño. Juro que sentí como un bajón de azúcar, al escuchar el relato que pretendía salvarme al tiempo que me destrozaba desde las entrañas. Si se han enamorado hasta la médula de una mentira, sabrán de lo que les hablo.
Aún amo al hombre que originó, en aquel tiempo, mi pérdida de fe y confianza, que me hizo temer al futuro, que tejió una estrategia para maltratar y someter mis emociones. Decidí cambiar mis pensamientos de venganza por cultivos de perdón en su nombre, que le permitieran transformar ese desamor que me transmitió, esa falta de querer que no pude tolerar y que lleva sobre su espalda como el peso de la cruz. No podría desearle el mal, ya es suficiente castigo con ser él mismo.
No quiero sacarlo del lugar que le di porque sería someterme a un vacío innecesario. Así que decidí amarlo más y para siempre, guardarlo con cariño, cerrar esa puerta con llave y no regresar allí jamás. Ahora agradezco a la vida y a ese relato, con el que pude soltarme y salir a reconstruir la confianza maltrecha que me dejó el hundirme en una cueva de secretos, queriendo deshacerlos para encontrar el ideal que lo recubría.
La verdad me liberó, me regaló la fuerza que había perdido por el sentimiento de culpa que infligieron sobre mí sus palabras de invalidación y presionaron tanto hasta romper mi carácter, hasta dejarme inmóvil y dócil en medio de mis propias grietas. Puedo respirar tranquila, ahora frente a un lienzo impecable, empezar a pintar un mejor paisaje, lejos de aquel espacio oscuro e infausto que me causó tanto desaire, ¿por qué no habría de hacerlo?
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