Lloronas de abril

Publicado el Adriana Patricia Giraldo Duarte

Confinar el viento

Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte

Por primera vez miramos el viento.  Lo escuchamos. Subimos a la terraza y comprobamos cómo juega con las hojas del invierno.

Por primera vez nos detenemos.

Nos habían adoctrinado para no tener nunca la mente en blanco.

Aprendimos inconscientemente que todos éramos felices con la carga diaria del tic tac del reloj, con la acelerada lista de tareas inaplazables, con el peso de una tecnología que nos vuelve esclavos del después.

No pudimos reaccionar. Entre pálpitos, algo se acercó a susurrar que necesitamos más bondad y menos consumo; que hay asuntos prioritarios e individuales más fuertes que atender; que mirar a los demás con compasión es más importante que defender verdades que otros pidieron que recitáramos con recelo.

En cada minuto le vamos haciendo menos eco al poder y más caso a nuestra intuición. Desde hace tiempo nos murmuraba, que conectarnos era ver a los demás sin juzgar sus reacciones.

El viento sopla a nuestro favor y nos da otra perspectiva.

Nos trae nuevos verbos, nos enseña que CONFINAR no es desterrarse del lugar determinado que se convirtió de forma obligatoria en la morada habitual de la cual no pudimos salir.

Estamos aprendiendo juntos, que recuperar la fe es saber que todo volverá a florecer.  Que las urgencias económicas y productivas quizá no vuelvan a tener el mismo sentido, y que en cambio, las nuevas lógicas que moverán nuestros encuentros serán las miradas solidarias y respetuosas con los vecinos,  los tiempos reales con nuestros hijos, el sosiego de vivir resguardados con los seres que amamos.

El viento corre y nos dice que estamos a tiempo de ser más conscientes, más bondadosos, de creer en el arte como sanación, en la fuerza de la naturaleza equilibrada, en el poder del ahora y en compañía.

El viento corre y lo vemos pasar por la ventana.  Nos queda la lentitud para hacer las cosas que antes escondimos en los afanes del mundo moderno, esta vez, sin prisa, sin miedo a la torpeza, confinando el silencio para entender, como lo dice Kundera, que el amor, por definición, es un regalo no merecido.

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