Andrés F. Parra Serrano
Twitter: @Afaparra
Me llevas escondido, adormecido entre tus brazos. Siento que mi alma se eleva a los rincones más profundos de tu cuerpo. Como prensas fuerte mi muñeca y, aunque suplico que dejes de hacerlo, recorres cada milímetro de mi espíritu decaído, royendo las partes que aún quedan de un ser ya sometido.
Todo, mientras sonríes vil, contoneando orgullosa el azufre del cual viviste prendida en el pasado. Culpándome y trasladando a mí la responsabilidad de los actos de aquél ser que calificas de inmoral y trapacero.
Con el tiempo, “amor”, he dejado de notarte. La mirada perdida en sablazos sin sentido y las manos que rodean mi cuello en frecuencias cada vez más cortas se han vuelto para mí una prueba. Una muestra de lo ruin que es el amor en personas como tú. Del horrendo crimen que una madre herida puede marcar con el fierro incandescente de su indiferencia, mientras sentía que su amor se escapaba en la alcantarilla, culpándote por todo lo que una niña jamás podría controlar.
Quizás la sentencia más terrible es tener que verte y saber que no es tu culpa.
No quisiera que pensaras que esa historia se repite en ti, aun cuando estás conmigo. Entiendo las cárceles que quieres formarme y veo, como tú, que están hechas de oro. Veo como con tu inseguridad, los dioses te dotan de una fuerza inhumana y logras doblar con suma facilidad los barrotes, sonriendo al decirme que al no querer quedarme sólo muestro que no te amo. Nada podría ser menos cierto que eso.
Caminando entre ella, observo que sus cojines de cristal y su olor a azafrán podrían atraer a cualquiera que esté dispuesto a sacrificar su libertad, confundiendo por amor al goce y al goce por sacrificio. Veo el esfuerzo y las lágrimas de sangre que has derramado, clamando un supuesto trato justo para tu corazón encendido.
Quisiera, en verdad, doblegar mi voluntad. Hacerme ciego e indiferente por completo a éste azar que recorre cada molécula de mis manos y de mis pies al querer escapar. Pero no puedo, simplemente no puedo hacerlo.
Y aún, aunque esté petrificado por el hechizo de tu supuesta videncia y tu sentencia, aunque te explique con lágrimas en las manos que mi castigo ha sido al que se sometió Eurídice, a sabiendas que despidiéndome de mi inframundo sólo estaría sometido a él, reclamas con fuerza lo que aún no has poseído y carcajeas por victorias que no son tuyas. Vaticinas a Orfeo y le haces correr, escapándose bajo las patas de Cerbero. Siendo incapaz de reconocer que la única que no forma parte de la historia eres tú, forjándote con gritos y fuerza un lugar en la mía.
Lamento confesarte que aunque el castigo es severo y mi fuerza se agota con el tiempo, lo único que haces al permanecer aquí es convertir un infierno en algo mucho peor que lo que en Su Nombre padecieron los prolíficos. Lamento también advertirte, que aunque digas que me das la llave de tu cárcel, sabiendo ambos que la verdadera se esconde justo detrás de tu tobillera, y que según tu mentira, podré salir al momento en que lo desee, nunca podré estar aquí bajo mi propia voluntad.
Siempre, “amor”, trataré con todas mis fuerzas de escaparme.
Con el tiempo, ojalá, dejaré de ver con temor las amenazas y me lanzaré en ristre contra tu sable desfondado, libre y con una sonrisa en mi rostro, como los ruiseñores que sacrificaron su vida por darle a Él una rosa roja.
Ojalá, si es que los astros se convierten en seres inmortales y escuchan las súplicas de los que vivimos bendecidos con su luz, escuchen mi pequeñísimo ruego, aquí escondido en la esquina de una de las ventanas de mi cárcel, antes que tu angustia y tu poder obsten con envidia mis ansias de libertad y bañen el cristal con el rojo de éste corazón que apagas.
Ese mismo al que dices amar con todas las fuerzas de tu alma.
*Fotografia etiquetada para reutilización
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