Por: Jesús Rafael Baena Martínez
Por breves instantes el estupor se apoderó de su ser. Tras segundos de desconcierto, la conciencia retomó el orden y empezó rápidamente a degustar la noticia que le produjo una dicha infinita, una alegría desbordante que brotó de sus poros.
Era una sensación indescriptible, placentera y armoniosa. ¡Oh felicidad que no te dejas atrapar y que solo eres un estado mental de placer momentáneo! Dulce emoción que exalta los sentidos y altera la razón!.
La precipitud en devorar el apetitoso manjar que la vida le ofrecía, aceleró el placer innato de esa propiedad eufórica y sustanciosa. Y como algo imperceptible a la vista humana, la sustancia se desparramó por sus sienes y untó todo su cuerpo, que brillaba intensamente, víctima del romance idílico de su mente con su aperitivo.
El tiempo de vida de tan maravilloso momento fue fugaz, el estrépito que en el ocaso de un atardecer cualquiera fue grande, y aquel evento, tan rápido como vino se fue.
El febril estado emocional gradualmente fue bajando, más la grata satisfacción había quedado estampada y ajustada a su memoria, saliendo a relucir cada vez que era requerida por su amo, motivado por el entusiasmo que había generado dicho suceso.
Aún seguía siendo la comidilla del pueblo. Fue un sentimiento tan hermoso, que casi sin notarlo se sumía en sus pensamientos para recrear la realidad vivida, como en un estado hipnótico, volviendo a sentir las emociones y sensaciones, dando lugar a la aparición nítida de todo lo vivido en la notificación de la feliz noticia.
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