La tortuga y el patonejo

Publicado el Javier García Salcedo

Vegetarianismo (I)

El vegetarianismo tiene mucho a su favor, poco en su contra.

Me refiero aquí, por supuesto, a los argumentos a favor del vegetarianismo. Porque en cuestión de hábitos, el vegetarianismo tiene, por el contrario, casi todo en su contra. La gente no solamente come carne en cantidades irracionales, sino que muchas veces defiende el carnivorismo con una proporcional irracionalidad. Esto puede deberse al hecho de que no tenemos sanos hábitos racionales: no sabemos distinguir un buen argumento de uno malo, una buena de una mala razón. Por otro lado, esta obstinación también puede explicarse por un bajo nivel de autocrítica. Por lo general, poseemos una tenaz propensión a juzgar favorablemente nuestras opiniones y costumbres, y a rechazar, sin un examen serio, las opiniones y los hábitos de los demás cuando éstos no concuerdan con los nuestros. Si a estos factores añadimos la dosis de cinismo y de egoísmo que en una medida considerable caracteriza la vida social contemporánea, entonces sabremos por qué los argumentos de los vegetarianos, pese a ser prácticamente demoledores, reciben poca o nula atención por parte de muchos carnívoros y, de recibirla, son acogidos por ellos como si fuesen artilugios sofísticos, no dignos de reconocimiento racional ni mucho menos capaces de engendrar un genuino compromiso práctico.

Espero que este serie de textos intitulada ‘Vegetarianismo’ muestre que los argumentos a favor del vegetarianismo tienen una fuerza muy superior a la de los argumentos a favor del carnivorismo, y que es indispensable tenerlos en cuenta si se desea llevar una vida más acorde a la racionalidad. Esto, dicho sea de paso, no pretende demostrar la superioridad moral o intelectual de los vegetarianos sobre los carnívoros. Probablemente existen vegetarianos que golpean a sus hijos, que defraudan al público o que tienen pésimas maneras de conducir su intelecto—y por lo demás, sé perfectamente bien que hay carnívoros que poseen las más grandes cualidades morales e intelectuales que podemos esperar de una persona humana. Lo que pretendo demostrar es que el vegetarianismo es una costumbre moral y racionalmente superior al carnivorismo. Por tanto, mi juicio se posa sobre la práctica y no sobre los practicantes. Sin embargo, mis argumentos apuntan al hecho de que si las acciones de dos personas fuesen indiscernibles, con la excepción de que una come carne y la otra no, entonces, bajo ciertas condiciones, la persona vegetariana sería aquella que conduce mejor y más racionalmente su vida. Esta situación, claro, es puramente teórica; es una ficción cuyo único valor reside en que nos permite distinguir con mayor claridad hacia dónde apuntan nuestras intuiciones morales, y no pretende en ningún caso constituir una prueba de que los vegetarianos, en tanto vegetarianos, son mejores personas que los carnívoros.

El fundamento moral del vegetarianismo

El argumento más sólido en contra del carnivorismo (pero curiosamente el más ineficaz) es de orden moral. El argumento estriba en lo que en otros posts he denominado el Principio del menor daño posible, el cual se inspira del conocido Principio de Utilidad de J. S. Mill. El Principio del menor daño posible puede formularse de la siguiente manera:

Las acciones de las cuales resulta algún perjuicio son moralmente aceptables si y sólo si estas acciones son indispensables para salvaguardar nuestra integridad física, moral o intelectual.

La relativa vaguedad que resulta del hecho de que en esta formulación no se mencione a los objetos posibles de perjuicio es voluntaria. Existen varios tipos de objeto cuyo perjuicio acarrea una responsabilidad moral. Por ejemplo, un individuo que deliberadamente miente en su declaración de impuestos afecta a la sociedad, y aun si con su mentira no causa daño alguno a alguien en particular, ese individuo es considerado moral y legalmente responsable de su engaño. De esto se sigue que las personas humanas no son los únicos objetos que no podemos dañar sin cargar con la responsabilidad moral de ese daño, pues también consideramos que al menos ciertas instituciones caen dentro de esta categoría. En este sentido, podemos preguntarnos: deberían ser los animales (no-humanos) sujetos de consideración moral?

He podido observar que esta discusión suele transformarse en un debate acerca de si los animales son susceptibles de poseer derechos. Por ello, antes de continuar quisiera hacer notar que las preguntas acerca del estatus moral y el estatus legal de los animales no son idénticas. Si bien el espacio jurídico y el espacio moral muchas veces se intersecan, éstos son ámbitos claramente diferentes. Engañar a su esposa es, en muchas ocasiones, un acto inmoral, pero no por ello el engañador debe ir a parar a la cárcel. Digo esto porque, al parecer (no soy experto), en el ámbito jurídico es axioma el que no exista un derecho sin un correspondiente deber. Por tanto, si llegásemos a la conclusión de que los animales no-humanos no son susceptibles de poseer derechos, entonces tampoco podrían hacerse acreedores de deberes legales. No obstante, no por ello estaríamos eximidos de deberes morales para con ellos. Hasta donde sé, ninguna ley de ningún Estado exige a sus ciudadanos perdonar a quienes les ofenden—y sin embargo, esto es, desde un punto de vista moral, lo que es correcto hacer.

Volvamos pues a nuestra discusión. Deberíamos, entonces, considerar a los animales acreedores de deber moral? Y por qué no? Qué es lo que hace a los seres humanos tan especiales como para hacernos dignos de consideración moral, que los demás animales carecen? No puede ser una cuestión de sensibilidad, pues las características del sistema nervioso, de los receptores sensoriales y de los comportamientos asociados a la percepción del dolor de aquellos animales que sacrificamos son muy similares a las humanas.[1] Por tanto, si el ser humano es capaz de sentir dolor, no hay una razón plausible de orden fisiológico o conductual para pensar que los animales que ingerimos no lo sean. Naturalmente, esta conclusión se apoya en una inferencia por analogía: no podemos experimentar el dolor de la vaca o del cerdo, digamos, ‘en carne propia’. Pero nótese que tampoco podemos experimentar el dolor de otras personas humanas en carne propia, y no por ello decimos que los demás seres humanos no son capaces de sentir dolor.

Por consiguiente, no es por nuestras facultades sensitivas que nos distinguimos de los demás animales. Será, entonces, por nuestra conciencia, por nuestra capacidad de darnos cuenta de ciertas características de nuestro entorno y de nuestros estados corporales y mentales? Esto es también bastante improbable. Al fin y al cabo, y hasta donde cabe justificadamente pensar, la conciencia humana depende de ciertas estructuras cerebrales que se fueron desarrollando como resultado del azar y las presiones del medio. Ahora bien, no siendo la mayoría de estas estructuras específicamente humanas, por qué, entonces, la conciencia habría de serlo? Un ejemplo de estas estructuras es la corteza del cerebro mamífero, responsable, en los humanos, de la memoria, el lenguaje y la conciencia (entre otros). Otro ejemplo lo constituyen las redes neuronales subcorticales, presentes en una multitud de animales y responsables, en humanos y no-humanos, de los comportamientos asociados a las emociones. La evidencia, pues, apunta al hecho de que la conciencia es un fenómeno mucho más difundido de lo que solemos pensar.[2] Por consiguiente, es probable que si algo nos distingue en estos terrenos de los demás animales no sea nuestra naturaleza consciente, sino el grado que, para bien y para mal, ella ha logrado alcanzar en el Homo sapiens. Pero esto es una mera conjetura, una conjetura que, aun si fuese verificada, no brindaría un respaldo a la tesis según la cual los animales no deben ser objeto de consideración moral. Y esto se debe a que, con toda probabilidad, varios especímenes del Homo sapiens, como por ejemplo los niños de brazos o las personas con daños cerebrales o con discapacidades intelectuales, no gozan del nivel de conciencia de un adulto humano promedio. Por tanto, si la inferioridad en el grado de conciencia de los animales no-humanos fuese aquello que los torna incapaces de consideración moral, cabría preguntarse por qué estimamos que los bebés humanos y las personas con discapacidades mentales sí son dignos de tal consideración. Obviamente, a esta pregunta no se puede responder «porque los bebés, etc., son seres humanos» por la sencilla razón que esto pediría la cuestión: estaríamos diciendo que los animales no-humanos no son acreedores de deberes morales porque son no-humanos. Pero todo el punto, precisamente, consiste en mostrar qué hace que los animales no-humanos no sean dignos de tal consideración.

Ni la conciencia ni la capacidad de sufrir son, pues, razones para negarle a los animales su debido respeto. Qué otra cosa, entonces, se podría invocar? La libertad humana? Pero esta libertad es una mera hipótesis. Sigue siendo un misterio cómo es posible que seres de carne y hueso, es decir, seres materiales, pueden escapar al intrincado tejido de las leyes naturales–si es que lo hacen. Y lo que es peor, simplemente no se ve en qué sentido la suposición de nuestra libertad podría justificar el holocausto animal al cual se ha librado la especie humana. El hecho es que los animales no son objetos inertes, como la mesa o mi coche; son criaturas sintientes y que manifiestan, en diverso grado, las capacidades cognitivas de las que nosotros, por siglos, nos hemos jactado. No hay, pues, distinción alguna de naturaleza entre ellos y nosotros, así como no existe una distinción de naturaleza entre los bebés humanos, las personas con sindrome de Down, y nosotros. Sin embargo, a estos últimos no los devoramos… Qué justifica, entonces, este doble estándar?

Antes de cerrar este post (post al que seguirá otro en el cual consideraré, ya nos las ventajas morales del vegetarianismo sobre el carnivorismo, sino sus ventajas ecológicas y en el ámbito de la salud), quisiera detenerme brevemente sobre un punto que, en las ocasiones en que he podido discutir estas ideas con diferentes personas, ha salido a la luz. Como hemos visto, no hay razón para considerar que los animales no se encuentran amparados por el Principio del menor daño posible. Sin embargo, es de notar que el Principio reconoce que existen circunstancias en las cuales los daños infligidos no acarrean responsabilidad moral. Si la vida de una persona o de una comunidad depende del sacrificio animal–porque, por las causas que sean, no le es posible proveerse de otro modo de los nutrientes necesarios para la preservación de su vida–, entonces este sacrificio no debe ser considerado una acción condenable. Pero claramente éstas no son las circunstancias en las que se desenvuelve la mayoría de los seres humanos. Es un hecho que la mayoría de nosotros puede obtener todos los nutrientes que obtiene de la ingesta de carne por medios que no implican la muerte de ningún animal. Por tanto, el carnivorismo, en la mayoría de los casos en que es practicado, y a la luz del Principio del menor daño posible, es sencillamente indefendible.

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[1] Vea, por ejemplo, este link.

[2] De hecho, prominentes neurocientíficos se reunieron en julio de 2012 en Cambridge para evaluar las bases biológicas de la conciencia, y concluyeron que la conciencia es seguramente un fenómeno natural mucho más común de lo que habíamos supuesto. Vean, si les interesa, la correspondiente Declaración, de la cual he extraído algunos de los datos que aparecen en este post.

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