Exploramos una vertiente del fisicalismo: el materialismo eliminativo.
Exploramos una vertiente del fisicalismo: el materialismo eliminativo.
En la entrada anterior introdujimos rápidamente dos posturas filosóficas muy populares en torno a la relación entre la mente y el cuerpo: el fisicalismo y el dualismo. En esta ocasión nos concentraremos en una especie de fisicalismo conocida como materialismo eliminativo. Dejaré para más adelante el estudio de otras variantes fisicalistas, así como una exposición más calificada al dualismo que la que apareció en el anterior post.
Al fisicalismo se le entiende frecuentemente como una tesis metafísica. En este sentido, un fisicalista se compromete con la idea de que solamente hay una sustancia, la sustancia que los físicos estudian—llamémosle ‘materia’.[1] La tesis es metafísica porque pretende describir cómo es el mundo y no, por ejemplo, cómo lo entendemos, o lo valoramos, o lo expresamos, etc. Por tanto, según una lectura estrictamente metafísica, el fisicalista respalda la idea de que todo lo que existe es material. En lo sucesivo me referiré a esta tesis con el nombre ‘Materialismo‘.
Aunque todo fisicalista esté comprometido con Materialismo, es importante tener en cuenta que Materialismo como tal es silente en lo que concierne a la relación específica que existe entre fenómenos mentales y fenómenos materiales/cerebrales (si es que hay alguna). Por ejemplo, Materialismo es consistente con la idea de que la mente no existe–de que nuestro concepto de ‘fenómeno mental’ es vacío–y, por tanto, de que no hay ninguna relación entre fenómenos mentales y cerebrales. Otra posibilidad disponible para un materialista consiste en echar mano de la identidad y afirmar que los estados y procesos mentales son idénticos a estados y procesos cerebrales. O también puede apelar a la superveniencia, que es un tipo particular de dependencia menos fuerte que la identidad. Estas variedades de materialismo corresponden a diferentes compromisos teóricos que no necesariamente son compatibles entre sí. Si deseamos tener una adecuada visión del espacio lógico delimitado por cada una estas formas de fisicalismo, conviene consagrarles una atención especial. En esta ocasión me restringiré al materialismo eliminativo, y en futuras entregas me extenderé sobre otras dos variedades fisicalistas, la teoría de la identidad y la teoría de la superveniencia.
Teorías eliminativas
Las teorías que defienden la idea de que los fenómenos mentales no existen son conocidas como materialistas eliminativas. De acuerdo con estas teorías, no existe cosa alguna que posea las propiedades tradicionalmente asociadas a los estados mentales como el dolor, la ira, la creencia, etc. ¿Cuáles son estas propiedades? Una respuesta cabal a esta pregunta no nos necesita preocupar en este momento (aunque ciertamente en un futuro nos preocupará). Baste decir que, desde el punto de vista tradicional, los estados y procesos mentales poseen cualidades intrínsecas que únicamente nos son dadas por medio de la introspección, y que corresponden al aspecto puramente subjetivo, fenomenológico, del estado o proceso en cuestión. Tener sed se siente de cierta manera, de una manera muy diferente a cómo se siente tener hambre o desear tomarse una cerveza. En filosofía llamamos qualia a estos aspectos puramente subjetivos y cualitativos de los estados y procesos mentales.
El materialista eliminativo rechaza la existencia de estados mentales con las propiedades puramente cualitativas que la teoría tradicional les atribuye. Es cierto, reconoce, que en nuestra habla cotidiana hablamos de cosas tales como creencias, deseos e intenciones de una manera consistente con la teoría tradicional. Un ejemplo de esto es que decimos cosas como “ella tuvo la intención de hacer trampa”, donde ‘tener la intención’ se entiende como un estado mental privado. (“Nadie más que ella misma puede realmente saber si tuvo o no la intención de hacer trampa”.) Es más: tendemos a usar este tipo de estados mentales en explicaciones de la conducta de las personas, y así decimos cosas como “compró un chocolate puesto que deseaba comer un chocolate” (el punto, por supuesto, admite generalización.) En suma, el materialista reconoce que existe una armonía, una continuidad, entre el concepto ordinario y el filosófico (tradicional) de mente. No obstante, esto es algo que, lejos de constituir un problema, va a ser de provecho para el eliminativista.
El punto central que el eliminativista explota aquí es el hecho de que nuestra manera pre-filosófica de hablar acerca de las personas y de su ‘vida interior’ está posibilitada por un marco teórico–una psicología popular que postula cosas como ‘deseos’, ‘creencias’, ‘qualia’, etc., para explicar y predecir la acción de las personas. La manera tradicional de hacer filosofía de la mente no es sino un refinamiento de esta psicología popular. El problema surge cuando observamos la gran cantidad de evidencia en contra de las teorías populares. De esto sobran ejemplos; para citar un par de ellos, basta con recordar que la biología popular (cristalizada en el vitalismo de, por ejemplo, Bergson) postulaba un ‘principio vital’ responsable de la vida, diferente de los procesos bio-químicos que tienen lugar en los diferentes organismos; y que la química popular sostenía la existencia de una sustancia liberada por ciertos cuerpos durante su combustión (y capturada en los procesos de oxidación), el flogisto. Gracias al progreso de la ciencia, hoy sabemos que esas pretendidas entidades simplemente no existen, y por tanto que las teorías que se apoyan sobre ellas para explicar tal o cual fenómeno observable están fundamentalmente mal. ¿Cómo podemos garantizar que tal cosa no sucederá con nuestra teoría psicológica popular y las cosas que se postulan en ella, como las intenciones o las emociones, incluso las personas?
Es claro que aquí el eliminativista tiene un punto, y que la historia de las teorías populares inclina fuertemente la balanza en conta de la posición dualista. Sin embargo, es de observar que el argumento, por su generalidad, no refuta la psicología popular; al fin y al cabo, ésta puede estar en lo correcto, y constituir un caso atípico en la historia de las teorías populares. Por consiguiente, si el eliminativista desea reforzar su posición necesitará argumentos más específicos con los cuales establecer que la psicología popular no escapa al infame destino que aguarda a la gran mayoría de las teorías populares.
Aquí se abren diferentes e interesantes frentes de ataque. No obstante, dado que mi intención en esta entrada es simplemente la de proveer un primer acercamiento al materialismo eliminativo, no me parece conveniente hacer un recuento de ellos. (Todavía debería introducir bastante terminología, y ello complicaría más esta presentación.) Lo que sí conviene hacer, y con esto cerraré este post, es sintetizar lo dicho y esclarecer la relación entre el fisicalismo y el materialismo eliminativo.
Al comenzar este artículo vimos que el fisicalismo es una posición metafísica comprometida con la tesis que llamamos ‘Materialismo‘, pero que por sí misma Materialismo no dice nada acerca de la relación que subsiste entre mente y cuerpo. El eliminativismo busca suplir tal carencia, añadiendo que no hay tal relación; no la hay, puesto que los estados mentales no existen. Tal y como los hemos concebido, los estados mentales representan una prolongación de una psicología popular muy probablemente fundamentalmente errada. Los conceptos heredados de épocas pre-científicas y que han dado forma a nuestra manera de entender a las personas y sus acciones serán, en gran probabilidad, desechados y reemplazados por los conceptos más finos y explicativos de la neurociencia.
[1] En esta entrada, asumiré que los términos “materialismo” y “fisicalismo” son sinónimos.
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