Creo que muchxs como yo pensamos, el día de su elección, que al presidente Petro le iba a suceder lo que sucedió al alcalde Petro. La antipatía, cuando no la abierta hostilidad, por parte de los medios tradicionales. Un congreso empeñado en asesinar en cuna a cualquier proyecto de ley impulsado por el primer gobierno de genuina alternancia (al menos) desde el Frente Nacional. La eterna renuencia de los gremios industriales para elevar los estándares de vida de lxs trabajadorxs colombianxs. Un presidente mercurial rodeado de un gabinete hiperfluctuante, amorfo, inefectivo. Y al cabo de 4 años, naturalmente, un balance de gobierno magro y un retorno de las fuerzas de antaño al control del ejecutivo.

Hoy día, a menos de un año del siguiente ciclo electoral, creo prudente afirmar que lo que muchxs como yo pensamos hace tres años y pico no estará tan lejos de lo que terminará por suceder. Sin embargo, existen logros de la administración Petro (la reforma laboral y la pensional, en particular) que, en lo personal, nunca pensé que podría tramitar. Me alegra haberme equivocado. Falta aún ver qué sucede con las reformas al tributo y a la salud, así como las últimas entregas de la más bien malograda Paz Total. Pero dada la inminencia de las elecciones presidenciales y el remezón ministerial por venir, no estoy convencido de que mucho se pueda avanzar en esos frentes. Espero equivocarme otra vez.

Ahora bien, al margen de lo que pueda o no cosecharse en estos frentes, creo que existe algo importante que decir acerca del legado de este gobierno que no es común encontrar abordado en la arena pública. Y no es común porque no es algo como una reforma, una ley o una desmovilización, que son cosas más o menos tangibles y que pueden ser señaladas o cuantificadas. Es algo más sutil, más abstracto, pero que, a mi juicio, marca un hito en la historia política del país.

Con esta administración, las fuerzas de izquierda han tenido por primera vez la plataforma para generar políticas públicas que les permitieran probarse ante toda la nación como una opción de gobierno constructiva, y para configurar instituciones que buscan impactar positivamente la calidad de vida de muchxs colombianxs, sean éstxs o no votantes del Pacto Histórico. Ejemplos de estas iniciativas son el nuevo régimen laboral, que vuelve a poner el acento en la protección del trabajo y revierte el proceso de precarización que se había acelerado desde el gobierno Uribe, y un nuevo sistema de pensiones que pretende ampliar la cobertura básica de nuestrxs ancianxs más desprotegidxs y reducir el número de personas en situación de pobreza extrema. Podremos diferir acerca de sus pormenores o de su implementación, pero es difícil argumentar (al menos seriamente) en contra de lo bien fundado de estas reformas.

Por otro lado, el gobierno Petro, ya próximo a su salida, confirma que las fuerzas de izquierda pueden llegar al poder por vías democráticas, y que su permanencia en y salida del mismo no implican ninguna perturbación del orden institucional. Al caer el telón, Colombia, después de su primer gobierno progresista, no se “convirtió en ninguna Venezuela”. Esto no sólo entraña la refutación de un trillado talking point de la derecha, sino la consagración de una genuina alternativa política para lxs colombianxs, que no se siente incómoda por navegar entre la Caribdis de las tradicionales propuestas del centro y la derecha, y la Escila del estigma guerrillero.

A futuro, y pase lo que pase en 2026, la izquierda podrá reclamar como suya una serie de leyes e iniciativas diseñadas para paliar la enorme brecha social en Colombia y conquistadas por vías de derecho. En un país como el nuestro, históricamente empecinado en mantener por fuera del poder a las fuerzas progresistas y vecino de uno de los peores ejemplos de autoritarismo “de izquierda” de la región, éstos son resultados prometedores que es necesario afianzar y profundizar.

IG: @pater_doloroso

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