En este post reproduzco la carta que le envié al S.J. Alfonso Llano Escobar, en reacción a su artículo intitulado «¡Viva el relativismo moral!», publicado en la versión impresa de El Tiempo el 8 de julio de 2012. Existe una versión electrónica del mismo, aquí.
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Estimado señor Llano Escobar,
No sé a usted, pero a mí me enseñaron que las personas cargamos con la responsabilidad de ponderar y justificar de la mejor manera posible lo que pensamos y, más importantemente, lo que publicamos. Por esta razón, me parece muy inapropiada la ligereza con la cual usted aborda el problema del relativismo moral en su columna intitulada “¡Qué viva el relativismo moral!” (El Tiempo, versión impresa, 8 de julio de 2012). El relativismo moral no es el hombre de paja que usted presenta en su artículo. Por el contrario: el relativista pone de manifiesto un problema profundo que atañe al fenómeno de la moralidad. Si usted pretende rechazar el relativismo moral, tenga al menos la gallardía de hacer justicia al problema de fondo que plantea esta doctrina, y trate de presentarlo desde el mejor ángulo posible (Principio de Caridad!). Y mejor aún: ofrezca un razonamiento. Al menos uno. Para rechazar racionalmente una respetable doctrina filosófica como lo es el relativismo moral se requiere mucho más que llanas invectivas y argumentos ad ridiculum.
Para darle una idea de lo que genuinamente piensa el relativista, quizá sea útil proceder mediante una analogía con los juicios de gusto. Suponga entonces que usted me dice “el mango es delicioso” y que yo le respondo “no, el mango es horrible”. Ahora pregúntese: cuál de los dos tiene la razón? Obviamente, o ninguno de los dos la tiene, o ambos la tenemos. Ambos estaremos en el error si pretendemos decir que el mango es objetivamente delicioso u horrible. La delicia del mango no es algo que pueda estimarse al margen de un sujeto que experimente el sabor del mango, pues si no existieran seres capaces de percibir el sabor del mango, no habría tal cosa como la delicia o la horripilancia del mango. Por tanto, afirmar que un mango es delicioso como se afirma que un mango es el fruto de un árbol del género Mangifera simplemente no tiene sentido. Ahora bien, si lo que pretendemos afirmar (honestamente) es que el mango nos parece, según el caso, delicioso u horrible, entonces ambos estaremos en lo cierto: por más que discrepemos acerca de nuestra apreciación del mango, lo que yo afirmo no contradice lo que usted afirma (yo no afirmo que el mango le parece a usted horrible). Note cuán distinto sería el escenario si usted y yo estuviésemos en desacuerdo con respecto al género del mango o a su constitución química. Si es un hecho que el mango pertenece al género Mangifera, entonces cualquiera que piense algo diferente se equivoca. En este escenario, nada previene que uno de los dos tenga razón y que el otro esté en el error. En cambio, cuando consideramos los juicios de gusto, esta posibilidad se encuentra cerrada. Nadie se equivoca cuando afirma (honestamente) que algo le gusta.
La relativista moral sostiene que el mismo fenómeno afecta nuestros juicios morales. No es un hecho que matar sea bueno o malo como es un hecho que La Luna posee una circunferencia ecuatorial de 10.921 km. Para que matar pueda ser considerado como algo malo se requiere de personas que juzguen de esta manera la acción de matar. En contraste, la longitud de la circunferencia de La Luna no depende de la existencia de sujetos que midan tal longitud. Por consiguiente, lo que nuestra relativista afirma es que la bondad o la maldad no son propiedades objetivas de las acciones, sino que son cualidades de las acciones únicamente relativas a cierta cultura o a ciertas personas: la verdad de los juicios morales está esencialmente determinada por el contexto en el cual éstos son evaluados. Esto tiene por consecuencia que un mismo juicio moral puede poseer un valor de verdad diferente dependiendo del contexto en el cual es evaluado. Así, mientras que “el sacrificio humano es bueno” pudo haber sido una oración verdadera en boca de Moctezuma, la misma oración pudo haber sido falsa, digamos, en boca de Pablo VI. Por consiguiente, a la pregunta: “cuál de los dos, Moctezuma o Pablo VI, estaba en lo correcto?”, la relativista responde (como quizá puede anticipar) que o bien ambos estaban en lo correcto, o bien ninguno lo estaba. Ambos estaban en lo correcto si lo que pretendían afirmar es “dentro de mi cultura (o según mi punto de vista, o en mi época, etc.) sacrificar es bueno (malo)”—y si, en efecto, dentro de su cultura, o según su punto de vista, etc., sacrificar era bueno (o malo, según el caso). Alternativamente, dado que nuestra relativista sostiene que las cualidades morales de las acciones no son independientes de las personas o de los contextos sociales en los cuales se evalúan los juicios morales, tanto Moctezuma como Pablo VI estaban equivocados si lo que pretendían afirmar es que la acción de sacrificar seres humanos es objetivamente buena (mala)—buena o mala al margen de cualquier ser que juzgue el sacrificio humano.
Así pues, el problema de fondo que plantea el relativismo moral (y que usted encubrió por completo en su columna) es el problema de qué hace verdaderos a nuestros juicios morales. Si aceptamos que lo que hace verdadera a una oración como “La Luna tiene una circunferencia de 10.921 km” es el hecho (astronómico) de que La Luna tiene una circunferencia de 10.921 km, entonces la pregunta importante que plantea la relativista es: qué hechos (si alguno) hacen verdaderos a nuestros juicios morales? Acaso existen tales hechos—hechos morales que en principio puedan determinar una única respuesta correcta a la pregunta “es el sacrificio humano malo?” y que nos permitan establecer quién, entre Moctezuma y Pablo VI, tenía la razón? Estas preguntas conducen a otras cuestiones no menos importantes e intrincadas, como por ejemplo: existe algún tipo de conocimiento moral? Y si esto es así, en qué formas de evidencia o justificación se basaría éste?
Como quizá pueda vislumbrar, estos problemas están lejos de ser asuntos de fácil e inmediata resolución. Por consiguiente, al deliberadamente omitir una exposición más o menos cuidadosa del relativismo moral en su columna, usted evita que sus lectores se hagan una idea adecuada del problema de fondo planteado por esta doctrina filosófica—y esto no es más que una forma entre otras de manipular la opinión de sus lectores. No ignoro que para personas como usted, amparados bajo la sombra del Libro, estos problemas pueden parecer sofismas de poca monta. Sin embargo, ampararse bajo la autoridad que le confiere la Biblia es una manera demasiado fácil (también falaz) de evitar cuestionarse de manera genuina y racional sobre cuestiones neurálgicas de la existencia humana. Quizá su estrategia retórica (pontificar) sea exitosa en la sacristía o (lamentablemente) en los corredores de la Procuraduría, pero en la arena pública ni usted ni nadie está exento de ofrecer argumentos para respaldar sus creencias.
Por ende, me apena decirle, señor Llano, que su trabajo no es serio y por tanto que es indigno de ser publicado. Si usted cree que cuenta con la verdad absoluta en cuestiones morales, me congratulo por usted. Sin embargo, muchos lectores que no contamos con su catequética iluminación esperamos que se nos persuada por medio de la fuerza de los argumentos y de la deliberación. Su opinión podrá ser muy informada (aunque a juzgar por su columna, no lo parece), pero en cuestiones deliberativas tiene una fuerza probatoria igual a la de cualquier otro mortal.
Atentamente,
Javier García-Salcedo
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