Un relato de Albeiro Guiral sobre las increíbles vicisitudes de los jóvenes poetas de su pueblo.
Un relato de Albeiro Guiral sobre las increíbles vicisitudes de los jóvenes poetas de su pueblo.

Imagen: Susana Blasco.
Entre los años 2001 y 2002 hubo en Santa Rosa de Cabal un grupo de cuatro muchachos enardecidos por la poesía. Todas las tardes, después de salir del colegio, se reunían en el Parque Los Fundadores a leer sus poemas incipientes, a atrofiar los sonidos naturales con los destartalados chillidos de sus guitarras y a tomar vino de caja como si no hubiera mañana.
Y sí que lo hubo, pero no para ellos.
Se quedaban hasta el atardecer; la señal para volver a casa era la misma de los campesinos: cuando las loras regresaban de su faena solar a su árbol-nido y ellos les veían cruzar el cielo sobre la cúpula del templo de La Milagrosa, se despedían y emprendían su solitaria vida de púberes mártires y potenciales suicidas. Las loras que, vaya uno a saber por qué, confundían con gaviotas.
Leían a Silva y a Barba Jacob en las noches, fantaseaban con ser y morir como ellos. Imaginaban a Santa Rosa de Osos y a Bogotá como grandes ciudades y padecían esa extraña forma de la nostalgia que consiste en extrañar lo desconocido. A veces llevaban esos libros malditos a lecturas improvisadas en el mítico —por lo efímero— Café Raíces donde el anfitrión, a su pesar, les invitaba café y chicha, por no llorar y, a veces, tenía que soportar el descaro de escucharles leer sus propios versos. Noches inolvidables aquellas de trascendentales tergiversaciones alrededor de nada.
Una mañana su profesora de español leyó una efeméride de la prensa sobre Baudelaire. Los muchachos escucharon con atención mística y silencio reverencial. Desde entonces no fueron los mismos: el vino de caja les pareció anodino en comparación con el opio que no habrían de fumar, se melancolizaron tanto que alertaron a sus familias sobre una inminente calamidad, por lo que les llevaron ante el médico Juan Manuel, quien les recetó paciencia: la juventud, por fortuna, es una enfermedad que se cura con el tiempo, dijo. Después de este diagnóstico les recluyeron en grupos de oración muy bien presididos por futuros candidatos a la alcaldía.
Para quienes no saben, la alcaldía de Santa Rosa de Cabal es la mejor escuela de presos ilustres de la región.
Y de verdad que el tiempo no solo curó sus juventudes sino que les curó el mal de la poesía. El mayor de ellos, el fundador del grupo, nunca asistió a las reuniones; uno diría que se trataba de un anarquista nato, pero tan solo prefería salir de clase a dormir y en las noches a comer helado con las muchachas. Un perezoso sensato, digamos. Cuando se graduaron del colegió, ingresó a la universidad a estudiar ingeniería eléctrica. Ahora es bartender, y es feliz.
En orden de edad, el siguiente ingresó al seminario. Al terminar los votos de silencio que demoraron siete años, un compañero controvirtió un argumento de San Agustín, en su presencia, con osadía, y este lo insultó, por lo que no pudo ordenarse como sacerdote pero sí como filósofo. Y como filósofo hoy en día es un buen profesor.
El tercero de los jóvenes enardecidos se dedicó a la música por mucho tiempo. Nadie podía negar, al escucharlo, que era un virtuoso auténtico, uno de esos genios que no aparece sino cada quinientos años y que, desde Amadeus Hoffman, no aparecía uno en la Historia, sobre todo cuando interpretaba los grandes éxitos de Sandro de América. Una noche de octubre, en medio de la algarabía de las Fiestas de las Araucarias, intentó suicidarse lanzándose desde el Palacio Municipal. Fue detenido a tiempo por la policía y condenado por microtráfico de estupefacientes.
El menor de ellos, en cambio, compró una máquina de tejidos y puso un taller de ponchos que se vendían muy bien en las ferias de los municipios vecinos. Al poco tiempo compró una máquina más y así, en lo sucesivo, hasta convertirse en una promesa de la pequeña empresa del municipio. Se enamoró de Juana Ifigenia y ella, quién sabe, también de él. Le propuso matrimonio y ella aceptó o eso dicen, pero días después de la boda, el 15 de marzo de 2006, el verdadero esposo de ella lo amenazó de muerte y tuvo que huir del pueblo. A la fecha, nadie le ha vuelto a ver.
Como verán, ninguno triunfó en la poesía, por fortuna.
Albeiro Guiral
www.instagram.com/amguiral
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