Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Zenobia “Reina de Palmira” (240-274)

Su sangre era una mezcla incierta entre árabes y arameos, sociedades que se combinaron durante siglos en aquella región conocida como Palmira. Muy poco se sabe de sus antepasados, y algunos se atreven a emparentarla en su linaje con la misma Cleopatra. Lo que conocemos de su historia lo debemos en gran parte a esa tardía colección de biografías reunidas bajo el título de La Historia Augusta, así como a otros historiadores de la época y los demás estudiosos que a lo largo de los años se han interesado por desentrañar la leyenda de Zenobia, como el caso del reconocido escritor medieval, Giovanni Boccaccio, quien arroja algunos datos respecto a la personalidad de la futura gran reina de Palmira. Se dice que de niña ya tenía esa actitud desafiante y que le gustaba batirse en peleas con los varones, que su gran pasión era la caza, en la que con el tiempo se haría una experta, mostrando así sus habilidades guerreras. Fue educada a la altura de una noble de Palmira, hablaba el arameo, el egipcio, el griego y el latín. Hacia el año 255, contando apenas con 14 años, es desposada por el corrector romano Septimio Odenato, raz (señor) de Palmira, quien hacia el año de 263 sería proclamado por el Imperio como “Rey de Reyes del Este”, y con quien aparte de tener un hijo llamado Vabalato, adoptaría al hijo del primer matrimonio de su marido. Palmira era por aquel entonces y desde hacía siglos una provincia siria subordinada al Imperio Romano, amenazada por sus vecinos persas conocidos como los sasánidas. Algunas tentativas romanas habían tratado en vano de tomar el control de la zona y desterrar a los persas de estos territorios, pero toda campaña había sido infructuosa hasta que el raz de Palmira se unió a combatir con sus numerosos ejércitos, conquistando el objetivo trazado por Roma y engrandeciendo sus dominios desde el Mar Negro hasta Palestina. Al comienzo Zenobia se mostró como una discreta reina consorte, sin embargo no se perdía ninguna campaña bélica a la que acudiera su marido, alentando con su presencia la fuerza de los ejércitos, entre los que ganaba cada vez más notoriedad. En el 267 Odenato y su hijo son envenenados, en circunstancias en los que algunos implican a la misma reina, pero que al parecer se trató de un asesinato orquestado por un primo del mismo raz, y quien luego sería ejecutado por la nueva monarca. Vabalato, de apenas un año, heredará de inmediato los títulos de su padre, pero será desde luego su madre Zenobia quien gobierne en nombre del ingenuo infante. Al comenzar su mandato Zenobia quiso mantener las políticas de su esposo, aumentar el poderío de sus ejércitos y servir como un apoyo al Imperio Romano, perseverando en su autoridad y dominio sobre la región y centralizando el poder de Roma, que a su vez encontró en la reina de Palmira a una aliada incondicional. Por aquellos días Roma tenía muchos flancos que cubrir, y fue entonces cuando Zenobia aprovecharía para empezar unas campañas de expansión y conquista y que le representaban cada día una major posición ante sus adversarios, así como ante el mismo Imperio de Roma. Zenobia reclamaba su estatus ante los romanos con la amenaza de crear su propio imperio y de tomarse algunos territorios que fueran del dominio latino. Quería los títulos de emperadora y que se le reconociera su poder. Fue por esto que mandó amurallar la ciudad de Palmira con una fortificación que rodeaba a sus más de ciento cincuenta mil habitantes con sus más de 20 kilómetros de circunferencia construida en piedra, y que contaba con atalayas y columnas corintias que no sólo prestaban un uso bélico sino también estético y decorativo. Embelleció la ciudad erigiendo templos y edificios, mandó a engalanar las avenidas con jardines y a levantar cientos de estatuas suyas y de su marido, así como el busto de filósofos y de algunos nobles notables de la época. Más ambiciosa, sagaz e inteligente que Odenato, Zenobia administraba las finanzas de su naciente imperio con una mesura que era impropia de los mandatarios, velaba por la seguridad al interior de la ciudad y se mantenía precavida de cualquier intento de un ataque extranjero. Decían que su voz era dulce pero dominante, que vestía con los atuendos de una emperatriz y que bebía con sus soldados y montaba a caballo con claras muestras de gran jinete. Marchaba al frente con sus hombres mientras era asistida por su corte de eunucos y damas de compañía. Ya su grandeza era más que suficiente como para que su hijo asumiera formalmente el grado de Emperador, tal cual lo ostentaba el monarca romano, que por aquel entonces se trataba del astuto Aureliano, a quien ya comenzaba a fastidiarle los ánimos expansionistas de la reina de Palmira. Pero Zenobia no se detendría, no pensaba compartir su imperio con nadie, y antes bien se preocuparía por explayarlo. Fue entonces cuando emprendió una rápida conquista sobre la Península de Anatolia y hasta alcanzar los territorios del Líbano. No contenta con tan vastos dominios, pretendiendo honrar la memoria de su esposo y ensanchar el legado para su hijo, la intrépida guerrera desató una violenta campaña por la conquista de los faraones. Zenobia tenía planes de tomarse algunas rutas comerciales que eran indispensables para los romanos en las aguas del Río Éufrates. No permitió que Roma coronara a su prefecto en Egipto, lo capturó y lo ejecutó para autoproclamarse reina de aquellos territorios, y ya su imperio comprendía desde el Río Nilo y por todo el Asia Menor. A juzgar por una moneda con la efigie tallada de la reina de Palmira, hacia el año 272 madre e hijo habrían recibido el título honorífico de Augusto y Augusta, y Zenobia sería conocida como la “Madre del Rey de Reyes”. En Egipto acuñó monedas con su imagen y la de su hijo para dejar muy en claro quién era esa conocida como la “Reina guerrera del Este”, por sus capacidades de combatiente en las que destacaba acompañando a sus ejércitos durante largas travesías a caballo o a pie. En la tierra de los faraones aprovecharía para restaurar templos y ambiciosas obras de arquitectura en las que se viera involucrada la acústica del sonido para la celebración de eventos musicales, y donde interviniera la luz solar que interactuaría con toda la iluminación de los distintos espectáculos. Consciente de que estaba conquistando culturas disímiles, Zenobia se empeñó por conservar las tradiciones y respetar las creencias de las poblaciónes que dominaba, e incluso se empapaba de sus conocimientos para integrarlos y enriquecer su misma cultura. Protegió a las minorías dándoles el espacio para que se manifestaran con libertad, además de respetar los objetos religiosos, y por lo que muchos la tildaron de pagana. Lo cierto es que comulgó y aprendió de todas las fuentes: se nutrió de la corriente del maniqueísmo, estudió el Talmud y el Viejo Testamento y se reunió en sinagogas con distintos rabinos judíos, mantuvo relaciones cordiales con el clero cristiano, de quienes estimaba el tanto poder político que ejercían estos religiosos, pero tal vez su mayor influencia estuvo en los mitos griegos y, más todavía, en sus descubrimientos y filosofías. Durante su reinado, Palmira vivió un esplendor cultural. Su corte estaba compuesta por sofistas, estudiosos y filósofos, de quienes recibía lecciones académicas y consejos. Fundó escuelas y academias inspiradas en la educación aristocrática de los atenienses conocida como paideia. Su imperio era así una mezcolanza multicultural donde pululaban las distintas lenguas e ideologías, y en donde se reconocía la diversidad de etnias, políticas y credos. Zenobia inspiraba respeto tras su presencia como monarca siria, emperatriz romana y reina helenística. Para el año 270, después de retomar las fronteras del Danubio, el emperador romano Aureliano decide ponerle un final al corto Imperio de Palmira, y desplegar todo el poderío de sus ejércitos hacia territorios sirios. La ofensiva consiguió en poco tiempo derrotar las fuerzas de Zenobia y retomar Egipto, para luego dirigirse al ataque decisivo contra la reina guerrera en un duelo conocido como la batalla de Emesa. Los setenta mil soldados de Zenobia no pudieron contra un ejército menor en número pero mejor organizado, por lo que la reina tendría que huir a Palmira para refugiarse entre unas murallas que ya estaban preparadas para cualquier embate. En el 272 Aureliano sitió la ciudad e intentó una negociación pacífica, pero Zenobia había alistado todo tipo de preparativos que le permitieran soportar el asedio permanente de los romanos. Se defendió con sus arqueros hasta donde le alcanzaron sus fuerzas, y una vez superada la resistencia de sus tropas de defensa, huiría a lomo de camello y en compañía de su hijo, pero finalmente sería interceptada por los pretorianos en las inmediaciones del Éufrates. Su vida, la de su hijo y la de su corte fueron perdonados. En Palmira, quienes se resistieron a pelear serían finalmente exterminados, y todos los demás serían sometidos a la esclavitud, y de esta manera Aureliano reunificaría el Imperio Romano. El destino final de Zenobia es incierto. Varias fuentes dicen que pudo haber muerto en una huelga de hambre, que fue debido a una enfermedad, o que en Roma se decretó su decapitación inmediata. Que Aureliano antes de trasladarla a Roma la paseó encadenada por las distintas poblaciones que seguían la ruta a la capital, pero también se cuenta de una historia mucho más benévola y a la que se le da más crédito, donde Aureliano queda impresionado por la inteligencia de la reina de Palmira, encantado con su piel morena y esos ojos negros de mirada profunda, sus dientes blancos como perlas, su espíritu y su belleza deslumbrante y la lucidez de sus pensamientos, por lo que decide perdonarle la vida y enviarla al exilio junto a su hijo, y que incluso le otorgó un predio en una villa ubicada en Tibur, actualmente en los territorios de Tívoli, Italia. Se especula que allí se casó con un noble y que vivió unos últimos años siendo destacada como una prestante filósofa de la alta sociedad. Murió hacia el año de 274 dejando un legado imborrable para la historia. De las cientos de esculturas que mandó a erigir con su figura se conservan muy pocas, pero aún puede encontrársele entre los coleccionistas de monedas en las que aparece la figura imponente de la gran reina que tuvo Palmira y que hoy es un símbolo nacional de Siria, así como un emblema femenino en la comunidad árabe. Una mujer que como gobernante se preocupó por engrandecer sus ejércitos así también como la cultura de su pueblo, y que ha servido como una imagen que promueve la educación de las mujeres en el mundo islámico. En la lucha palestina la presencia de Zenobia es sinónimo de su causa. Símbolo patriótico, su leyenda ha sido llevada con gran éxito a la pantalla grande y también a la chica, donde ha encarnado el mito romántico de la mujer guerrera. Los territorios que un día contaron de esta gloria pasada, son en la actualidad una de las atracciones turísticas más frecuentadas al momento de visitar el país sirio. Su leyenda se abre paso en la cultura popular, inspirando a pintores, escritores y músicos, quienes ven en Zenobia el material suficiente para recrear una historia de fábula que merece ser contada.

ZENOBIA

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