Fue aquella valerosa periodista que Cate Blanchett interpretaría en la película de Joel Schumacher de 2003, y cuya historia ya había sido contada antes en el cine en El valor de la verdad, protagonizada por Joan Allen, la historia de aquella mujer que acabaría siendo acribillada por asesinos a sueldo, integrantes del círculo de narcotraficantes que imperaba en Irlanda durante la última década del siglo pasado. Un asunto de drogas, como se dice en todo el mundo. Verónica nació en Dublín. Se crio con sus cuatro hermanos y desde niña se interesó por la práctica del baloncesto y el atletismo, pero su verdadera afición sería en definitiva el fútbol, siendo así que durante la adolescencia disputó un partido de final padeciendo una hernia que ocultó para que no la privaran de jugar el encuentro. Su máxima adoración sería el Manchester United, a quien solía visitar en su estadio de Old Trafford acompañada de su único hijo. “Ronnie”, como cariñosamente la conocían sus familiares, terminó sus estudios de contabilidad en el Trinity College de Dublín, y no desaprovecharía un instante para comenzar su vida profesional fundando una compañía de relaciones públicas, y unos años más tarde pasaría a integrar el grupo de investigadores y periodistas que colaboraban en los medios Sunday Business Post y en el Sunday Tribune. Para 1994 la intrépida reportera comienza sus insistentes denuncias sobre los capos del narcotráfico en Irlanda y sus maneras de proceder, y fue a través del Sunday Independent que se permitiría empezar a desenmascarar a la numerosa red que integraba el crimen organizado del tráfico de estupefacientes. En principio se refería a los sindicados empleando algún seudónimo que no la comprometiera mucho más de lo que ya estaba comprometida, y a pesar de las amenazas que la conminaban a abandonar sus investigaciones si no quería que su vida corriera peligro, Verónica mantuvo su lucha y no declinó en enterarnos a todos de quiénes eran esos chicos malos. Ese mismo año, luego de haber publicado un artículo desentrañando el meollo oculto en el homicidio del capo Martin Cahill, Guerin tuvo un primer atentado cuando algún matón dispararía dos veces a su casa como una señal de ultimátum. Pero esto no serviría para que Verónica continuara amedrentando a los más peligrosos por medio de una columna impresa en la que únicamente aparecían inocentes pero sentenciosas palabras de denuncia. Tratando de esclarecer algunos hechos sobre los principales jefes de la mafia, Guerin redacta un artículo dedicado a ese personaje protagónico en la contienda y que fuera conocido como Gerry “El Monje” Hutch, y quien en retaliación por su escrito enviaría a un sicario a su casa para dejarle en claro a la periodista que las advertencias iban muy en serio. El 30 de enero de 1995 Verónica respondió al llamado de la puerta de su casa, y lo que encontró fue a un hombre apuntándole a la cara. Finalmente el matarife le propinaría un balazo en la pierna, por lo que muchos creyeron que este atentado podría tratarse de una especie de espectáculo maquinado por la misma periodista. Una vez más, la corajuda reportera quería llegar hasta el final de estos asuntos y conseguir que la justicia tomara cartas en ello atendiendo a sus denuncias, y por lo que el Irish Independent montaría un circuito especial de seguridad para poder protegerla. En septiembre de ese año fue agredida por el reconocido narcotraficante John Gilligan, cuando Verónica lo acusaba en una entrevista pública de haberle sido infiel a su esposa, y ese mismo día recibiría una llamada del propio capo para extorsionarla con el secuestro de su hijo, a quien además prometía violar si seguía entrometiéndose en un mundo cuya historia no prometía más que un trágico final. Al gran capo lo había enfurecido que la periodista sacara a la luz sus infidencias matrimoniales, más allá de las denuncias que lo sindicaban como un traficante de drogas. Verónica emprendió con más fuerza sus críticas frontales, y sin temer a los más temibles, rechazó la protección constante que le ofreció la policía irlandesa, La Garda Síochána, pretextando que esta custodia permanente afectaría las labores de su oficio. Sin embargo su sentencia ya estaba dictaminada. La noche del 25 de junio criminales a sueldo de la banda de Gilligan se reunieron para concretar el homicidio y armarse con un revólver Magnum. Fue así como a la mañana siguiente Verónica recorría en su carro por las afueras de Dublín, y sin miedos ni paranoias, no advirtió la moto que desde hacía un par de minutos venía acechándola de cerca, y que justo se estacionaría al lado de su ventanilla en la parada de un semáforo en rojo. Uno de los dos ocupantes de la moto descendió de ella y apuntó a la ventanilla del piloto, descargando una ráfaga de balas que acabaron impactando la humanidad de la valiente Verónica Guerin. Dos días antes de morir, Guerin había dictado una charla en medio del Foro de la Libertad celebrado en Londres, y que había titulado de manera premonitoria, “Morir para contar la historia. Periodistas en riesgo”. No había pasado una semana desde su homicidio, cuando ya el gobierno había celebrado una asamblea parlamentaria de emergencia que en cuestión de un par de días lograría modificar la constitución política de la República de Irlanda. De esta forma las cuentas bancarias y los bienes de los capos e integrantes de la mafia fueron congelados de inmediato. Su asesinato conmocionó a una Irlanda indignada con el proceder mafioso. Durante varias semanas el pueblo se volcó a las calles y manifestó su descontento celebrando marchas multitudinarias. Los implicados en el asesinato de la periodista, así como la red de narcotráfico que durante su vida persiguió con asiduidad para condenar públicamente lo que consideraba como un mal que se estaba apoderando de todos los organismos de la sociedad irlandesa, serían en su mayoría detenidos y sentenciados a pagar penas de prisión, así como sus bienes serían confiscados y gran parte de estas redes serían finalmente desmanteladas. Al funeral de la periodista asistió el jefe de gobierno de la República de Irlanda y el jefe de las fuerzas armadas irlandesas, y su entierro tuvo el cubrimiento de la prensa ya que todo el país quería presenciar su despedida. Se pidió un minuto de silencio en toda la nación, el cual fue respetado con el mutismo triste de todos. Una estatua de su busto adorna en el castillo de Dublín como un tributo póstumo que pretende recordar su presencia en este mundo. Una mujer que sabía que se metía en la boca del lobo y que no reculó ni siquiera cuando ya estaba siendo lastimada por sus colmillos. Sabía que alguien tendría que hacer el trabajo sucio, ese trabajo al que ni el más osado se atrevería, y que sería a ella, a una valiente, a quien le correspondería encarar la pelea que nadie se atrevió a encarar. Verónica ha muerto, y sin embargo no perdió: una vez más logró demostrar cómo es que, la pluma, vence a la espada.
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