En la entrada de los burdeles de Roma solía colgarse un letrero que rezaba: “Hic hábitat felicitas” (“Aquí habita la felicidad”), y era conocida entre las prostitutas una meretriz que frecuentaba el barrio Subura, una ninfómana insaciable capaz de despacharse hasta un centenar de machos en una sola noche, y que tenía por apodo el de Lycisca, que en griego significa “loba”. En ese momento lo común era pagar con asnos, pero ella ni siquiera cobraba, pues no tenía ninguna necesidad. La alentaba el deseo de tener sexo en público y se paseaba por las calles capitalinas en busca de interesados. Se embadurnaba la piel con un ungüento color dorado, llevaba los ojos pintados, se ocultaba bajo una capa, vestía una strophium (que era como un biquini de lentejuelas que le cubría los pezones con puntas metálicas), usaba una peluca de color rubio y se trataba, nada menos, que de la mismísima esposa del emperador romano. Valeria Mesalina aprovechaba el momento en que su marido se quedaba dormido y, en compañía de alguna esclava, se internaba en los suburbios de la ciudad, donde abundaban los lupanares y las casas de lenocinio, y donde entonces podía dar rienda suelta a su lascivia y a su lujuria desmedida. En la Roma de aquella época era una práctica común el que las parejas tuvieran algunos amantes de forma discreta, pero sin duda Mesalina abusaba de dicha práctica, pues no era común su desaforado apetito sexual. Sin duda su esposo Claudio podrá no sólo ser reconocido por sus estrategias militares, sino además por tratarse de uno de los cornudos más prominentes de toda la Historia. Valeria Mesalina pertenecía a una familia prestante pero venida a menos. Se decía que Dominica, su madre, había malgastado el capital familiar, y aunque tanto su padre como su medio hermano oficiaban como cónsules del Imperio Romano, la situación económica no parecía ser la mejor, por lo que acudieron donde Calígula para que fuera el mismo emperador quien le consiguiera marido a la hermosa Valeria. El mejor opcionado resultó siendo su primo Claudio, 35 años mayor que ella, un tipo cojo, visco, tartamudo, fracasado en el amor, y el objeto de burla de muchos, pero ante lo cual Mesalina no tuvo ningún tipo de “pero”, tratándose de un hombre adinerado y con una carrera militar brillante y prometedora. Mesalina creía en el futuro de Claudio, y por su parte él se mostraría más que interesado por su prima, siendo así que en el año 38, él, con 48 años, y ella, con apenas 13, celebrarían la que fuera la tercera boda de un cuarentón que se casaba con una niña a la que decía amar con locura. La irresistible adolescente había nacido para enloquecer y atormentar a los hombres. La describen como una Lolita en toda la línea, una de las adolescentes más hermosas de toda Roma, con su carita redondeada, nariz aguileña, pelo rizado y color azabache, de un cuerpo esbelto, caderona, de sonrisa pícara y de una mirada negra y matadora, una fémina fatal e irresistible. Al año siguiente de su matrimonio la pareja tuvo a su primera hija, Claudia Octavia, quien al llegar a la adolescencia se convertiría en la primera esposa del primo de su madre, el temible emperador Nerón, y que a la postre acabaría siendo exiliada y más tarde ejecutada. La misma suerte tendría su segundo hijo, Británico, quien siendo aún niño también sería asesinado por Nerón, el cual decidió envenenarlo, y de esta forma sacar de la competencia al legítimo heredero del Imperio. En el año 41 Calígula es asesinado y es entonces cuando Claudio asciende al poder, convirtiéndose Mesalina en la emperatriz del Imperio Romano. Y aunque ésta muy poco empleó sus encantos para influenciar en los asuntos políticos, sí que los emplearía para que su marido cumpliera con sus caprichos personales y sin importar lo atrabiliarios e injustos que estos fueran. Por celos, venganzas u odios, Mesalina mandaría a ejecutar a varios hombres y mujeres sin que Claudio pudiera objetarla, y antes bien, acabaría patrocinando todos sus atropellos. A la emperatriz le gustaba el actor Mnéster, quien no la correspondía por andar comprometido con Popea Sabina la Mayor, y por lo que Mesalina aprovecharía para inventarse un amorío entre Popea y Décimo Valerio Asiático, dueño de los jardines de Lúculo, y que eran la envidia de Mesalina, siendo que al final el actor y su amante no podrían con la infamia y acabarían suicidándose. A Julia Livia (hermana de Calígula y sobrina de Claudio) la condenó por incestuosa y por haber cometido adulterio con Séneca, mientras que al esposo de esta, Marco Vinicio, lo mandó a ejecutar porque éste se negó a fornicar con ella. Por celos, venganzas o envidias, también envió al cadalso, al destierro o a la horca a varios de sus amantes y a las amantes de estos, o a todo aquel que se interpusiera en su camino y en el de su familia. Fue así como haría que ejecutaran al marido de su hijastra, su propio yerno, quien estaba por delante de su hijo Británico en sus aspiraciones al trono, y a quien le bastó con juzgar de homosexualismo y sodomía para que Claudio mandara a asesinarlo. También se cuenta el caso del desgraciado de Cayo Apio Junio Silano, quien tendría la desventura de ser el amor platónico de Mesalina desde que ésta era una adolescente, y que sería llamado por el mismo emperador Claudio para que regresara a Roma luego de haber sido desterrado, y esto porque su esposa se lo había pedido, para que de esta forma pudiera tener más cercano a su deseado Silano. Mesalina también intentaría casar a Silano con su madre Dominica, pero cuando ninguno de sus planes resultaron, y Silano se negó a corresponder a la emperatriz, ésta sencillamente mandaría a ejecutarlo tras ser acusado de traición. La adorada emperatriz fue enaltecida por su marido, y a pesar de que Valeria nunca recibió el título de “augusto”, Claudio dedicó varias esculturas a su amada mujer y le encomendó a los escultores que modelaran el busto de su amada, e incluso acuñó monedas con la efigie de Mesalina. Por su parte la emperatriz solía acompañar a su marido en todas las celebraciones luego de sus tantas victorias en campaña; juntos asistían a galas, banquetes y eventos públicos, y cuyos festejos solían caracterizarse por el derroche, el exceso y el lujo desmedido. Así pues, dichos encuentros acabarían convirtiéndose en verdaderos bacanales oficiados por Mesalina, todos ellos a espaldas de su marido, porque si por algo sería recordada Mesalina, más allá de su belleza, esto sería por sus constantes infidencias, entre las que se cuentan soldados, políticos, actores e incluso esclavos. Se dice que la felona de la Mesalina aprovecharía las largas ausencias de Claudio, quien se encontraba dirigiendo sus tropas en Britania, expandiendo exitosamente los territorios y dominios del imperio, pero que mientras tanto en sus propios aposentos la guerra del amor parecía perdida. Mesalina celebraba en palacio terribles bacanales, a los que asistían ilustres personalidades políticas acompañados de sus mujeres, y a quienes Mesalina alentaba a la promiscuidad, instigándolas para que dejaran de lado su pulcritud, sus recatos, escrúpulos y modales, y participaran sin discriminaciones de tan coloridas y licenciosas orgías. Son muchas las historias respecto a los deseos concupiscentes de la soberana y de su fogosidad inextinguible. Plinio el Viejo cuenta que Mesalina retó a las meretrices de Roma a un duelo: que eligieran de entre todas a la más puta, y a ver si la elegida era capaz de encamarse con más hombres que ella en una sola noche. El desafío fue aceptado por una siciliana conocida en los lupanares de la capital como Escila (personaje monstruoso descrito por Homero en La Odisea, y cuya peculiaridad consistía en devorar enteros a los hombres que cruzaban en barco por el estrecho italiano de Mesina). Al parecer Mesalina contaba con una rival de talla, peso, porte y altura, y aun así a Escila la tarea le quedó grande. “¡Regresa!”, fue lo que, según testigos, Mesalina, victoriosa, le habría gritado a su contrincante cuando la vio abandonar la batalla, a lo que la vencida sentenciaría: “Esta infeliz tiene las entrañas de acero.” Mesalina arrasó esa noche, y mientras Escila apenas pudo contentar a unos veinticinco hombres, el historiador Juvenal aviva el mito en su Sátira VI (Contra las mujeres), asegurando que después de doscientos hombres la emperatriz aún se encontraba insatisfecha, y que entrada la madrugada ya las puertas del burdel estaban por cerrarse y Mesalina todavía parecía infatigable. Hacia el año 48, encontrándose Claudio en el puerto de Ostia, Mesalina, de 23 años, contraería nupcias con su amante, el cónsul Cayo Silio, 12 años mayor que ella, con quien estaría tramando una conspiración para destronar a Claudio, quien a su vez sería alertado por su liberto, Narciso, por lo que el emperador a su regreso ya tendría el control de la situación y tomaría medidas en el asunto. Silio corrió a ocultarse mientras que Mesalina pidió perdón a su esposo. Sin embargo Claudio, cansado de la cornamenta que ya le pesaba demasiado en la cabeza, le parecería que esto ya era suficiente y obligó a su mujer y a su amante a que se suicidaran. Mesalina no pudo ejecutar la orden y apenas se cortó superficialmente los antebrazos, por lo que tendría que ser atravesada por la espada del centurión que la custodiaba y ante las burlas postreras de Narciso, el liberto. Se dice que cuando le contaron a Claudio que Mesalina estaba muerta, éste ni siquiera pareció inmutarse, y solamente pidió un poco más de vino, y se cuenta que pasó la noche entera bebiendo a solas al interior de su palacio. Sin dudarlo, Mesalina hubiera preferido ser sentenciada a morir fornicando. Veinticuatro años tenía la tercera esposa de Claudio cuando murió. Se dice que sería su madre, Dominica, quien se haría cargo de concretar los asuntos fúnebres de su hija, y que una vez sepultada, también su nombre quedaría relegado al entierro, ya que Claudio promulgó la condena de damnatio memoriae para deshacer todo registro de su nombre, y así también mandaría a destruir los bustos y estatuas que había mandado a erigir para consagrar a su esposa. Ya nadie, nunca más, podría mencionar su nombre. Incluso la pena de Claudio sería tan grande, que ordenaría a la guardia pretoriana que le asesinaran si alguna vez se atrevía a casarse. Pero sus guardias no se atreverían a cumplir esta orden, cuando sólo un año después ya el emperador estaba contrayendo nuevas nupcias, esta vez con Agripina la Menor, y quien fuera la encargada de acabar de borrar todo recuerdo de la exesposa de su marido. Conspiró en contra de los hijos de Mesalina, consiguiendo finalmente que su hijo Nerón se sentara en el trono luego de la muerte de Claudio. Muchos de estos cuentos no pasarán de ser simples mitos que buscaban denigrarla y mancillar su fama. Rumores, chismes y habladurías que eran narrados en los conocidos “libelos infamantes”, e incluso se dice que las aventuras de Mesalina aparecerían en las Quaderna, que eran unos cuadernillos de unas pocas hojas con todo tipo de información de entretenimiento: horóscopo, noticias, recetas, cuentos, chismes. Las travesuras de la emperatriz ninfómana también serían descritas por Tácito en sus Anales, y Suetonio en Las vidas de los doce Césares también hará mención respecto a la disoluta esposa del emperador Claudio. Durante la época del furor romántico la imagen de Valeria Mesalina cobraría mayor protagonismo, convirtiéndola en una figura que va más allá del libertinaje para concederle una personalidad de mujer dueña de su destino, dueña de sí misma, y amante de los placeres. Es así como figura en la obra de Alexandre Dumas, hijo, La mujer de Claudio. La RAE entiende por “mesalina” a una “mujer poderosa o aristócrata y de costumbres disolutas”, y en términos populares la palabra da significado a una mujer libidinosa, e incluso como un sinónimo de “puta”, “ramera” o “meretriz”. Sean exageraciones o no, la imagen de Mesalina difícilmente perderá ese hálito libidinoso, y es así como sigue siendo retratada hoy día en libros, series de televisión y películas. Y es que es cierto que Mesalina no fue una esposa ideal, no fue una ejemplar primera dama y, hay que decir las cosas como son, fue una puta en toda la línea. Pasionaria, calenturienta, experta en promiscuidad, idónea para dictar cátedra sobre sexo, conocedora por instinto de todas las posturas del Kamasutra, lúbrica, depravada, pérfida, voraz, desatada, todo esto puede decirse de la esposa de Claudio, a quien éste tendría que juzgar por adúltera, condenarla por bígama o polígama, cuando ciertamente, y en palabras de hoy, lo de Mesalina era un asunto de poliamor. Ella tenía las entrañas de acero, y había nacido para fornicar, en eso coinciden todos los historiadores. Sexo. Eso es lo que más le gustaba, y a eso se dedicaría con entrega total, en cuerpo y alma.