Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Sukaina (676-735)

A su madre le parecía un alma imperturbable, parca, lívida, y de ahí que la apodara Sukaina, derivado de la palabra persa sukun (paz), y poco se le conocería por su verdadero nombre: Amena o Amima. Desde niña se caracterizó por su inteligencia y perspicacia, y por ser la consentida de su padre, el Iman Husáin, nieto del Profeta Mahoma, y que tenía el deber y la potestad de ser guía espiritual del pueblo musulmán de la corriente de los chiitas. Sin embargo las doctrinas de los sunitas contradecían sus ideologías y le disputaban la fe y los territorios, por lo que continuamente el Iman y su familia tendrían que confrontar batallas contra los ejércitos enemigos interesados en quedarse con el poderío ostentado por la dinastía del venerado Iman. El descendiente y portador del legado de Mahoma amaba a su esposa y a su hija, y así lo declaraba en tantos versos que solía componerles, como estas palabras sencillas y de total entrega que se traducen de esta manera: “¡Por tu vida! Me gusta aquella casa en la que están Sukaina y Rabab. Las amo y les doy todas mis propiedades a ellas, y nadie tiene derecho a culparme”. Se dice que en algún momento quisieron casar a Sukaina con su primo, pero que éste no había alcanzado aun la pubertad, y por lo mismo la ley le prohibía contraer nupcias, siendo que cuando el Iman Husáin tendría que despedir a su amada Sukaina por última vez, esta no había sido desposada aun, y en su despedida ni ella ni el Iman podrían haber sospechado o intuido del combate desigual que les esperaba, cuando apenas setenta y dos valientes los acompañaran a enfrentar los miles de hombres liderados por el califa Yazid. El Iman Husáin no quiso jurarle lealtad al califato de los omeyas, y acompañado por una decena de guerreros libró una última batalla en la que finalmente sería decapitado. Se cuenta que al despedirse el Iman trató de consolar a Sukaina leyéndole los siguientes versos: “¡Oh, mi querida Sukaina! Sabes que después de mí, tu llanto se prolonga. Así que, mi hija, no quemes mi corazón con tus tristes lágrimas mientras yo esté vivo. ¡Oh, la mejor de las mujeres! El llanto es más adecuado para ti después de mi martirio”. Y que luego se despediría del resto de las mujeres diciéndoles: “¡Mi saludo sea con vosotras!” Finalmente las tropas de los omeyas acabarían masacrando a todos los que intervinieron en la contienda. A esta matanza sobrevivirían Sukaina y sus hermanas, además de su madre y uno de los hijos del Iman que no estuvo presente durante el enfrentamiento, y haciéndolos cautivos los obligarían a emprender un penoso peregrinaje a pie hacia Kufa (Iraq), y finalmente hasta Damasco, donde se cuenta que entonces serían auxiliados por algunas mujeres que lamentaron su estado brindándoles agua para saciar la sed. Viajaban descalzos, y las mujeres tenían sus rostros descubiertos como una señal de humillación, y al frente de la marcha un soldado enarbolaba en una lanza la cabeza del respetado descendiente del profeta Mahoma. Un hombre reconoció a la hija del Iman Husáin y se acercó para preguntarle si en algo podía colaborarle, a lo que Sukaina le pidió intercediera por ella y su familia para que ya no los atormentaran con la macabra imagen de la cabeza degollada de su padre expuesta sobre el filo de una lanza. Se dice que este hombre tuvo que pagarle cuarenta dinares al soldado para que éste accediera a dejar de exhibir la cabeza del Iman como un trofeo de guerra. Después de estar cautiva durante un par de años, la atormentada Sukaina moriría de pena mientras lloraba el asesinato de su padre y lamentaba la condena que tenía que padecer junto al resto de su familia. Un tiempo después los familiares del Iman serían transportados en una caravana que los regresaría hasta Medina. No se sabe con certeza si Sukaina falleció en Damasco o en Medina, pero su cuerpo sería enterrado durante años en la actual capital siria, y unos siglos más tarde su cadáver bien preservado sería trasladado ya que las aguas subterráneas habían comenzado a anegar la tumba. En 1985, y a muy poca distancia de donde se encuentra ubicada la mezquita de los omeyas, los restos de Sukaina serían depositados junto a los de su padre, en lo que ahora es una suntuosa mezquita moderna que hace gala de la ostentosa arquitectura iraní, ornamentada con espejos y lujosas piezas de orfebrería y rodeada de jardines, y que está dedicada principalmente a la memoria del venerable Iman Husáin. Cada año más de dos millones de peregrinos visitan el mausoleo sagrado, porque según está escrito, todo aquel que durante estos días padece el dolor y lamenta la angustia que vivió el descendiente del profeta Mahoma y toda su familia, obtendrá alegría durante el Juicio, y Alá será benévolo. Desfilan ante este santuario toda clase de creyentes que a través de sanguinarios rituales de sacrificio se autoflagelan en señal de luto. Esta celebración religiosa es conocida en el mundo musulmán como el Ashura, y cada año se aprovecha la ocasión para relatar una vez más sobre los sucesos que acabaron con la vida de un descendiente directo del profeta al que le sería encomendado redactar el divino libro del Corán. El pueblo islam se reúne para recordar y explicar los acontecimientos que narran algunos textos religiosos mitad fábula, mitad suceso, pero que recogen episodios destacados y las enseñanzas espirituales del Iman martirizado en combate. La historia de Sukaina es un relato de los más emocionantes, siendo la hija del Iman un referente de la mujer virtuosa e inteligente en el islamismo, un alma sensible caracterizada además por su vasto conocimiento de hadices (refranes proferidos por el Profeta y los imanes chiíes), y por la elocuencia con la que recitaba los versos de su padre, que memorizaría con la intención de poder transmitirlos a su pueblo como un legado religioso. Varios historiadores de la época mencionan a Sukaina y la destacan como una eminencia espiritual, y algún testimonio nos narra que su padre se refería a ella como esa mujer que estaba siempre “absorta en Dios”.

Sukaina

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