Los animales piensan, y piensan en imágenes, o al menos eso es lo que nos dice Temple Grandin, la famosa zoóloga que parece conversar con las vacas, y que debido a su autismo ha logrado comunicar a los humanos las peticiones específicas de lo que requiere la industria ganadera. Desde muy pequeña Temple mostró un rechazo a los afectos y caricias físicas, despreciaba los abrazos y cualquier tipo de contacto con las demás personas, hasta el punto de resultarle intolerable el tacto con su misma madre. De una hipersensibilidad llevada al extremo, la perturbaban también los ruidos de cualquier tipo. “Cuando era niña, los sonidos fuertes como la campana de la escuela herían mis oídos como el taladro de un dentista pegándole a un nervio”, comenta una de las personas que más han contribuido al estudio del autismo, y aunque un primer dictamen de su condición mental, a la edad de los tres años, decretó que se trataba de “daño cerebral”. La sugerencia era internarla en un sanatorio psiquiátrico, sin embargo la madre creía que el trastorno que padecía su hija no concordaba con el de una mente insana, y que correspondía más con los estudios que adelantaba el piscólogo Bernard Rimland, estudioso de una patología que se conocería como “autismo”, y fundador del Autism Research Institute. La madre de Temple no reparó en gastos y le brindó a su hija la educación especializada que ofrecía el Boston Children Hospital, y en donde por medio de métodos poco convencionales Temple conseguiría hablar y tener un desempeño medianamente funcional. Ya en el colegio Temple sería la niña retraída y solitaria, objeto de burla de sus demás compañeros, un ser introspectivo capaz de ver y entender el mundo de otra manera distinta a la de todos los demás, o, lo que es más justo, una incomprendida. “Era una nerdy kid que todo el mundo ridiculizaba”, nos comparte Grandin, quien a la postre se ha convertido en una de las autistas más famosas, siendo una de las primeras personas en ser diagnosticada con este síndrome cuando contaba con más de cuarenta años. Su aporte está en compartir públicamente sus experiencias y la manera cómo interpreta el mundo a través de su condición especial. Confiesa que, a diferencia de lo común, que es pensar en palabras, su pensamiento se expresa en imágenes, y que este tipo de pensar es un estado que se encuentra entre el pensamiento animal y el humano. Cuando tenía 16 años visitó la granja de un tío en Arizona, y le sorprendió una máquina diseñada para tranquilizar al ganado, y que consistía en dos placas metálicas encargadas de comprimir con suavidad al animal, y le pareció que esta idea podía desarrollarla para una terapia personal. La ausencia de contacto físico, pero la necesidad de estrecharse, acogerse, ser de alguna forma abrazada, la llevaron a ingeniarse la manera de inventar una máquina a la que llamó Hug box (la máquina de los abrazos). “Era simple y rudimentaria, pero me ayudó a relajarme cuando nada podía hacerlo”, comenta Grandin respecto a sus primeros ensayos, y que iría evolucionando hasta el punto de convertirse en una máquina empleada hoy día como un tratamiento para sosegar la ansiedad en un abrazo mecánico que puede controlarse en duración e intensidad. La terapia tuvo su efecto sirviéndole a Grandin para aquietar su sobreestimulación, permitiéndole llevar una vida más funcional. En 1966 Temple culmina sus estudios de secundaria y para 1970 ya es licenciada en Psicología del Colegio Franklin Pierce. En 1974 obtiene un empleo como editora en el Arizona Farmer Ranchman y empieza a explorar el estudio de diseños de equipos para ganado, trabajando para la empresa Corral Industries. Para 1975 obtiene su maestría en Zoología en la Universidad Estatal de Arizona, y para 1989 completará sus estudios académicos con un doctorado en Ciencias Animales en la Universidad de Illinois, en Urbana-Champaign, especializándose en etología y en el comportamiento animal. La piscología estrecha que compartía Grandin con los animales tenía que ser explotada, y así lo hizo una vez comenzó a difundir las ideas que había venido concibiendo, luego de reparar al detalle los mecanismos de las granjas y mataderos. Grandin se dedicó a concientizar al gremio de ganaderos respecto a esos seres emocionales que son los animales, insistiendo en que una mejor calidad de vida para sus reses también se vería representado en la productividad y ganancia. Temple enseñaba cosas que para ella eran básicas pero cuya lectura pasaba desapercibida para los demás: “Por ejemplo, siempre que uno ve la parte blanca de los ojos de un animal (la conjuntiva), estará frente a un animal que está asustándose, inquietándose”, nos enseña Grandin. El miedo del animal repercute en la calidad del producto, y hasta ese momento las técnicas empleadas para hacer más eficiente la productividad se valían de métodos eléctricos que maltrataban severamente al animal, generando un aumento en la hormona del estrés y en la secreción de cortisol, disminuyendo su sistema inmune y así mismo la producción de leche. “El mundo animal está conformado por muchas sensaciones. Uno tiene qué pensar en lo que ve como si fueran fotografías o sensaciones de sonido y tacto”, señalaba luego de inspeccionar a fondo los mataderos, y comprobar con métodos poco ortodoxos, como arrastrarse junto a las bestias e inmiscuirse en las manadas “para saber qué ven”, e interpretar finalmente ese lenguaje ajeno a los humanos. Descubrió que el ganado se movía en círculos y que no gustaba de seguir líneas rectas, por lo que es común que se queden inmóviles o se detengan a cada momento, y por lo que diseñaría pasadizos en forma de serpentina. La visión de las vacas es dicromática, esto quiere decir que ven en blanco y negro, además de abarcar casi 360 grados, y por lo que los reflejos de los charcos pueden parecerles huecos en el suelo, y así mismo asustarse o distraerse con sombras, cadenas colgantes, brillos en las chapas metálicas y todo tipo de luces que hasta entonces pasaban desapercibidas para los humanos. Las reses tienen además un sistema auditivo mucho más desarrollado que el de los humanos, por lo que los gritos, motores, las puertas metálicas y otros sonidos pueden generarles mucho estrés, y en un intento por generar el bienestar del ganado, Temple Grandin diseñaría diferentes sistemas que hoy día siguen empleándose en los mataderos estadounidenses. Su modelo propone ser “seguro, eficiente y rentable”, garantizando el cuidado y el buen trato de las vacas. Ensanchó los pasillos y renovó las paredes con diseños más amplios, altos y sólidos, instalando dispositivos lumínicos que el ganado persigue por instinto, sin que estos alcancen tampoco a perturbarlo. Las consecuencias fueron un método más conveniente tanto para los animales como para los granjeros. “Funcionó mejor que en mis sueños más fantasiosos”, asegura la inventora de los sistemas que revolucionaron la industria de la ganadería. Temple Grandin demostró que el autismo podía ser potencializado y que encontrando un cauce podría derivar en grandes logros. Ese fue su caso, y por esto ha querido servir como testigo para inspirar la crianza de los niños que nacen con este síndrome, para que su educación pueda enfocarlos y expandir sus tantos talentos y potenciales. Lo que podría ser visto como una falencia intelectual, o en todo caso una desventaja psicológica, bien puede aprovecharse si se le ofrece al autista la posibilidad de expresar sus controvertidas ideas. Grandin por ejemplo puede concebir simulaciones tridimensionales en su mente, habilidad con la que no cuenta ningún otro diseñador de espacios y que les resultaría sumamente conveniente. Para Temple era fácil adivinar los errores en los dispositivos que proponían algunos ingenieros, quienes no se percataban de estos errores hasta tanto las máquinas no estuvieran terminadas. “Creía que eran tontos. Ahora me doy cuenta de que no, no eran tontos, sino que carecían de capacidad de visualizar. Literalmente, no podían ver”, explica Grandin. Vistiendo su típico traje de vaquera, con su marcado acento sureño, Temple Grandin dedica parte de su tiempo a dictar charlas respecto al bienestar de los animales, pero en especial sobre el autismo, sobre el cual ha escrito varios libros, siendo notable su autobiografía publicada en 1986, y con la cual despejó muchas dudas sobre el comportamiento de las personas autistas. Algunos de sus libros son Pensar en imágenes, Interpretar a los animales, Los animales nos vuelven humanos y Mi forma de ver. Como defensora de la vida animal y de su bienestar, su preocupación actualmente es la ambición desmedida de la industria ganadera, la cual se ha valido de un uso descarado de hormonas con la finalidad de acelerar la producción lechera, dando como resultado animales enfermos, explotados y con vidas penosas que tampoco alcanzan su plena madurez. “Uno de los problemas más grandes en el futuro será este empujar, empujar y empujar para lograr la mejor genética”, comenta Grandin. En el 2010 la revista Time la incluyó en su listado de las “100 personas más influyentes del mundo”, y ese mismo año la cadena HBO produjo la película que narra su historia y que protagonizó la actriz Claire Danes. Para el 2015 la Universidad de Buenos Aires la nombró Doctora Honoris Causa como “reconocimiento a su papel destacado en la educación y en la enseñanza.” En la actualidad es miembro de la mesa directiva de la Asociación Americana de Autismo, además de dictar clases de comportamiento animal en la Universidad Estatal de Colorado. Ha sido galardonada y condecorada con múltiples premios y homenajes, y sus publicaciones han aparecido en las revistas y periódicos más populares tales como People, The New York Times, The View, 20/20, entre otros. Grandin sigue incapacitada para abrazar. “Daría un salto, me apartaría… sería como tocar a un animal salvaje. Mi sistema nervioso reacciona cuando tengo miedo de la misma forma en la que lo hace el sistema nervioso de las vacas o de los caballos que sienten miedo”, comenta respecto a la repulsión que sigue generándole el contacto humano. Sin embargo, para curar estas carencias, Temple suele regresar de sus tareas cotidianas y refugiarse en su rancho de Fort Collins, Colorado, donde espera por ella el abrazo artificial de una máquina que suple la necesidad de todo ser, esa de ser consentido por alguien o, en este caso, por algo. “Después de usar la máquina tengo sueños más agradables. Tengo esa linda sensación de que te están abrazando.”
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