Rodeada de celebridades, Mary asumió la tarea de ser grande no como un suplicio, y aceptó la responsabilidad de peso que significaba tener unos padres ilustres y famosos, y luego casarse con un poeta de renombre que también pasaría a la historia. No fue algo que la presionara por lograr el exitismo; para ella fue un destino fijado que le correspondía cumplir: “No es extraño que siendo la hija de dos personas que han alcanzado la celebridad literaria, haya tenido desde muy pequeña deseos de escribir.”
En plena época victoriana, en medio de la revolucionada Londres, con su afán por explotar el desarrollo industrial, nacería la hija del novelista y filósofo político, William Godwin, y de Mary Wollstonecraft, reconocida filósofa y escritora de uno de los baluartes del feminismo, La vindicación de los Derechos de la Mujer, y que moriría después de dar a luz a Mary luego de que no pudiera expulsar la placenta, y debido a los problemas de asepsia acabaría contrayendo una letal infección. La pareja gozaba de cierta estabilidad emocional, Wollstonecraft decía haber encontrado en Godwin “la verdadera felicidad… la amistad e intimidad que nace entre dos seres iguales.”
La niña conoció de fondo el pensamiento de su madre, inspirando muchas de sus propias ideas respecto a ser una mujer independiente, intelectualmente preparada, además de una artista. “El recuerdo de mi madre ha sido el orgullo de mi vida”, diría, y al parecer nunca podría superar una rara culpa por sentir que su nacimiento fue precisamente lo que le ocasionó la muerte. Fue por esto que Mary sería criada por su padre, por quien siempre mostró un “cariño excesivo”; un hombre de letras que animó a su hija para que escribiera cartas, a lo que siguieron las primeras historias de una futura gran escritora.
La biblioteca de su padre sirvió como bastión de su conocimiento, que sería afianzado luego de que éste le contratara una institutriz y un tutor, y que él mismo dedicara parte de su tiempo para instruir personalmente a su hija. Su método de enseñanza, clásico, riguroso, incluía lecturas en griego y latín de las antiguas obras de Grecia y Roma. A todo este bagaje educativo se sumarían las amistades que solían frecuentar a su padre, y en cuyas tertulias participaba Mary, despertando de esta forma su interés político y filosófico y sus ideas liberales.
Tuvo una infancia feliz, pese a no sentir nunca un especial afecto por su madrastra, Mary Jane Clairmont, con quien su padre contraería nupcias cuando Mary contaba con tres años de edad. Se trataba de una vecina que tenía un par de hijos y que no contaba con muy buena reputación, a parte que no le agradaba mucho a los amigos de William. Sin embargo su presencia serviría para alentarlo a emprender una editorial, que al comienzo conseguiría despegar pero que finalmente acabaría llevándolo a la bancarrota. Desesperado por las deudas, el reconocido filósofo estuvo a punto de pagar cárcel por moroso.
En 1811 Mary pasó seis meses en un internado en Ramgsten, y para ese entonces su padre la describía como una joven “singularmente valiente, un tanto impetuosa y de mente abierta. Sus ansias de conocimiento son enormes, y su perseverancia en todo lo que hace es casi invencible.” Y un año después, cuando su padre la envió a vivir a casa de William Baxter, cerca a Dundee, en Escocia, escribió a su amigo respecto a las prometedoras expectativas que ya albergaba sobre la grandeza de su hija: “Estoy ansioso de que ella crezca, como filósofa, o incluso como escéptica.”
Dos años después regresó a la casa de Baxter para pasar una temporada de diez meses, y sería allí donde por primera vez tuvo la ocurrencia de una suerte de monstruo creado por el hombre, y que el mundo recordará un día como Frankestein. “Imaginé este libro allí. Fue bajo los árboles que rodean la casa, o en las desiertas laderas de las montañas cercanas, donde tuvieron lugar las primeras ideas genuinas y los primeros vuelos de mi imaginación”, es así como describe su epifanía en la introducción del libro editado en 1831.
Alrededor de 1814 Mary conoció al idealista Percy Bysshe Shelley, quien fuera ferviente admirador de Godwin y en especial de su obra Justicia política. De condición burgués, Percy había renunciado a una vida cómoda y había donado parte de su herencia anticipada para iniciativas filantrópicas y causas benéficas. En su momento prometió a Godwin ayudarlo económicamente, pero jamás concretaría su asistencia, por lo que Godwin, decepcionado y sintiéndose traicionado, se opondría a que Percy cortejara a su hija. Percy se encontraba casado pero esto no fue impedimento para que comenzara una relación furtiva con Mary, con quien solía reunirse a hurtadillas en el cementerio de St. Pancras Churchyard, sobre la tumba de Mary Wollstonecraft, la madre de Mary. Él tenía 22 años y ella 17.
Ese mismo año de 1814 huirían juntos a Francia, convenciendo a la hermanastra de Mary, Claire Clairmont, para que los acompañara en su aventura que finalmente los llevaría hasta Suiza. Mary describe la situación de aquellos días con excitación: “Estaba actuando en una novela, encarnando un romance.” Durante el viaje la pareja aprovecharía para conocer más a fondo los escritos de Mary Wollstonecraft, y así también aprovecharían para relatar sus experiencias de viaje.
Finalmente se agotarían los recursos y estando en Lucerna decidieron navegar el Rin y viajar hasta el puerto neerlandés de Marsluys, cerca a Gravesend, Kent, y a finales de año se instalarán en la capital inglesa. En aquel entonces Mary se encontraba embarazada, y por esa época también la esposa de Percy, de la cual no se había separado, estaría también esperando a una criatura. Percy solía coquetear con la hermanastra de Mary, fiel a sus ideales de llevar una relación libre, y sin embargo Mary no jugaba sus cartas y mantuvo su fidelidad hacia el hombre que ciertamente amaba, y apenas flirteó de soslayo con un amigo que la pareja tenía en común, un tipo apellidado Hogg. Era frecuente que Percy viajara fuera de Londres tratando de evadir a los acreedores, lo que sumía a Mary en un estado de depresión que afectaba su embarazo y su salud mental. Sin embargo Mary sabía cómo distraerse en sus tareas intelectuales y en su compromiso como escritora, por lo que su casa sirvió como lugar de encuentro para convocar a intelectuales que solían frecuentarla para celebrar de la tertulia. “Nada contribuye a tranquilizar la mente como un propósito firme, un punto en el que pueda el alma fijar sus ojos intelectuales”, esto decía la mujer ejemplar que vivía para escribir, y que vivió para escribir.
En 1815 Mary dio a luz a una niña sietemesina que no gozó de muy buena salud y que moriría unos días después. La escritora redactó de inmediato una carta para su amigo Hogg en la cual le relataba del espantoso, lamentable y triste suceso: “Mi querido Hogg: Mi bebé está muerto. Ven a verme tan pronto como puedas, deseo verte. Estaba perfectamente bien cuando me fui a dormir; desperté en la noche para alimentarla y parecía estar ‘durmiendo’ tan profundamente que no quise despertarla. Entonces ya había muerto, pero no me di cuenta de ello hasta la mañana siguiente. Por su apariencia seguramente murió de convulsiones. Ven, eres una criatura tan buena, y Shelley tiene miedo de que el bebé haya sufrido fiebre por la leche. Por el momento ya he dejado de ser madre.”
En 1816 la pareja pasó un verano invernal en Ginebra acompañados de un grupo de amigos intelectuales, entre los que se esperaba a Lord Byron, quien por aquel entonces había comenzado un amorío con Claire, la cual los acompañó en su viaje a Suiza y quien se encontraba embarazada del poeta. A partir de ese entonces Mary adoptó el apellido de Percy y comenzó a hacerse llamar como la conocería el mundo: “Sra. Shelley”.
El verano resultó ser, en palabras de Shelley, “húmedo y poco amable en lo que respecta al clima, ya que la lluvia incesante nos obligó a encerrarnos durante días en la casa.” Cuando el clima se los permitía, el grupo de intelectuales navegaba en el lago, pero principalmente aprovecharían el encierro para compartir ideas y entregarse a la lectura grupal en torno a la chimenea. Discutían respecto a los experimentos del filósofo del siglo XVIII, Erasmus Darwin, quien estuvo obsesionado con la idea de animar la materia sin vida, con la posibilidad de crear un cuerpo y darle un ánima, y así también se interesaban por la lectura de novelas clásicas alemanas sobre apariciones y fantasmas, todo lo cual llevaría a que Shelley tuviera sus primeros destellos y fuera ella quien le diera vida a una nueva idea. Definió este primer destello como un “siniestro terror”. “Vi, con los ojos cerrados pero con una nítida imagen mental, al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía ser terrible; dado que sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier esfuerzo humano para simular el extraordinario mecanismo del Creador del mundo.” Esta fue la idea que pondría en marcha toda vez que Byron propuso a sus amigos que escribiera cada uno un relato de tinte terrorífico, siendo Mary y John William Polidori los únicos que cumplieron con la tarea y le dieron “remate”, según palabras de la escritora. Polidori le daría vida a otro personaje de leyenda, el vampiro, mientras que Shelley concibió al también legendario Frankestein. “Me dediqué a pensar en una historia, una historia que rivalizara con las que nos habían entusiasmado con esta tarea. Una que hablara sobre los miedos misteriosos de nuestra naturaleza y despertara un horror emocionante, una que hiciera que el lector temiera mirar a su alrededor, que helara la sangre y acelerara los latidos del corazón. Si no lograba esto, mi historia de fantasmas sería indigna de su nombre.” Es así como describe la escritora el proceso creativo de su aclamada ficción y, lo que comenzó como un relato corto, acabaría en la aclamada novela de Frankenstein o el moderno Prometeo. Fue tanta la emoción que revelaba la artista, que lo definió como “el momento en que por primera vez salté de la infancia a la vida real.”
Percy no dejará de instarla para que mantenga en firme su deseo de consagrarse como una gran novelista. Todos esperaban mucho de ella: “Mi esposo estaba, al principio, muy ansioso de que yo pudiese mostrar orgullosamente mi origen, y escribir mi propia página en el libro de la fama. Siempre me incitó a obtener reputación en el ámbito literario.” Y así Mary pareció haber estado siempre dispuesta y comprometida a cumplir a tan alta demanda.
De regreso a Inglaterra, Mary busca mantener en secreto el embarazo de Claire, al tiempo que recibe un par de comunicados de su media hermana, Fanny Imlay, quien le relata su descontento con la vida y que por aquel entonces decidirá ponerle un fin a este desengaño bebiendo una botella de láudano y dejando apenas una desesperada nota. Así también sucedió con Harriet, la esposa de Percy, quien se arrojó al lago Serpentine de Hyde Park de Londres, siendo ambos suicidios encubiertos por la pareja y por sus familias. Los padres de Harriet se negaban a conceder la custodia de los hijos a Percy, por lo que se le recomendó formalizar su relación con Mary, quien se encontraba en embarazo, siendo así que ese mismo año de 1816 la pareja legalizaría su estado contrayendo matrimonio.
Un año antes de su publicación, Mary dio a conocer Historia de una excursión en seis semanas, un libro en el que recoge los escritos de viaje que escribió junto a su pareja durante su travesía por Francia y posteriormente en Suiza, y en donde incluyó el poema de Percy, Mont Blanc. A la manera como lo harían otros escritores, como era el caso de la misma madre de Shelley, la pareja combinó sus experiencias personales con su oficio de escribir, y en sus relatos se puede apreciar la relación de una pareja idealista y comprometida con su vocación política e intelectual.
A comienzos de 1817 nació la hija de Lord Byron y Claire Clairmont, a la que le dieron el nombre de Alba, pero quien sería luego reconocida como Allegra Byron. Ese mismo año, dando las últimas puntadas a su obra maestra, Mary daría a luz a su tercer hijo, una niña, pudiendo en parte superar la pérdida de su otra hija, a quien solía presenciar a través de tormentosas visiones que tal vez nunca superaría.
Finalmente para 1818 Mary Shelley dará a conocer, y aunque de manera anónima, la obra de terror que con el paso de los años acabaría por convertirse en uno de los grandes clásicos de la literatura universal. Su libro sería valorado por la crítica, y aunque en un comienzo no gozaría de un gran éxito entre el público. Así también el padre de Shelley valoraría enormemente el trabajo creativo de su hija: “Frankestein es el trabajo más maravilloso que se haya escrito en veinte años. Y, más afortunadamente para ti, has seguido un curso de lectura y cultivado tu mente en una manera tan admirable que te ha convertido en una gran exitosa autora. Si tú no puedes ser independiente, quién puede serlo.” Y es que ella misma se sentía orgullosa y sorprendida de su logro, y es así como lo expresaría años más tarde: “¿Cómo pude yo, entonces una muchacha joven, idear y explayarme en una idea tan horrible?”
Por aquellos días la pareja se vio asediada por la precaria situación económica, y asediado por las deudas el marido tendría que abandonar constantemente la ciudad, y esto sumado a sus deslices con otras mujeres, lo cual no resultaba conveniente para la salud de su esposa, quien tuvo siempre como prioridad el velar por sus hijos, sin desistir en ningún momento a su empresa como escritora.
Shelley se convenció de que su oficio como escritora podría brindarle no sólo el bienestar espiritual y su realización en la vida, sino además un modo de ganar el sustento para velar por sus hijos. Sus ambiciones como escritora las dejó claras en alguno de sus diarios: “Creo que puedo mantenerme a mí misma, y hay algo inspirador en la idea.” Finalmente la solución a sus percances financieros lograrían llegar a su fin cuando muere el abuelo de Percy, heredando este una pequeña fortuna que le permitiría a la familia un desahogo e incluso brindarse algunas comodidades.
La familia deja Londres con intenciones de no regresar, realizando un viaje vacacional en Torquay, antes de mudarse a Venecia. En su nueva travesía los acompaña Claire y Alba, esperanzadas de que la cercanía con Lord Byron sirva de pretexto para que este pueda por fin reconocer a su hija. Shelley describiría a Italia como un remanso del que conserva sus mejores memorias, “un país cuyo recuerdo está pintado como un paraíso.” Sin embargo no se entiende muy bien por qué Mary recordará con tanto agrado esta época en Italia, siendo que en los próximos dos años tendría que padecer nuevamente la pérdida de su hija, y unos meses más tarde también la de su hijo.
La pareja llevaría una vida un tanto nómada, yendo de un lado a otro, y estableciéndose durante cortas temporadas en ciertos lugares, entablando amistades y no desaprovechando ocasión para escribir, siendo significativa su estancia de tres meses en Nápoles, donde apenas si eran visitados por un médico. Las infidelidades de Percy, sumado a la depresión generada por la pérdida de sus hijos, sumirían a la escritora en un estado delicado de salud, del que lograría en parte recuperarse toda vez que en 1819 alumbrara nuevamente a un niño.
En adelante escribir será el único refugio y el sentido de vida de la escritora. Mary escribía además con el propósito de alivianar las deudas de su padre, ya que su marido siguió empeñado en no brindarle la ayuda prometida. En corto tiempo la prolífica novelista redactó la novela autobiográfica Mathilda, a la que le siguió una novela histórica titulada Valperga, y las obras teatrales Prosperine y Midas. En Valperga la aparición de mujeres dentro de un contexto político fue una aparición inédita. Shelley redime la figura femenina permitiéndose a través de sus personajes cuestionar las costumbres y los credos establecidos. Sus mujeres representan la ecuanimidad, la paciencia y la razón, el aspecto sensible, mientras que el hombre figura como una presencia irascible, básico, violento. “No deseo que las mujeres tengan más poder que los hombres, sino que tengan más poder sobre sí mismas.”
En la ciudad que Shelley describió como “un paraíso habitado por demonios”, Nápoles, la pareja tuvo que encarar acusaciones y sobornos de quienes querían achacar a Percy la paternidad de una niña, y cuyo caso jamás se esclarecería, sin saberse si se trataba de una hija extramatrimonial, una niña adoptiva u otra hija que Claire Clairmont pretendía ocultar.
En 1822 la pareja se muda a la apacible Villa Magni, junto a las costas de San Terezo, en la bahía de Lerici, y que tal vez por sus malas experiencias Mary recuerda como un “calabozo”, pues sería allí donde recibiría la noticia de que Allegra había muerto por causa de tifus, y donde sufriría un aborto espontáneo que por poco le ocasiona la muerte. Ante la incontrolable hemorragia, Percy sumergió a su mujer en una bañera con hielo, acto que según los médicos salvaría sin saberlo la vida de su esposa. Y sin embargo sería su vida la que no lograría salvar, y una vez más la fatídica muerte tocaba a las puertas de Mary Shelley, luego de que Percy saliera a navegar y una tormenta acabara hundiendo su navío. “Pero tenemos la obligación de esconder nuestro dolor para no aumentar el de los que nos rodean”, dice alguno de sus personajes.
Diez días después de haber zarpado, la marea arrojó hacia las costas de Viareggio el cuerpo sin vida de Percy Shelley. A partir de su muerte la viuda decide escribir la historia de su marido como una estrategia para la pena y el olvido: “Debo escribir sobre su vida; y así mantenerme ocupada en la única manera en que podré hallar consuelo.” Antes de que sus restos fueran incinerados, Mary pidió le extrajeran su corazón, el cual depositó en una reliquia y mantuvo envuelto en una página con un poema hasta el día de su muerte, un cuarto de siglo después.
Durante un año más permaneció en Italia, esta vez en Génova, en la casa de un amigo, donde aprovecharía para reunirse ocasionalmente con Lord Byron y ayudarle con la transcripción de sus poemas. Sin embargo la situación económica era apremiante, por lo que decide regresar a Inglaterra e instalarse con su hijo en la casa de su padre.
Durante la década de los años veinte Mary se ganó la vida redactando relatos breves para libros de regalo o anuarios. Su preocupación sería siempre la de velar por su hijo y por su padre. Una de las antologías más exitosas, The keepsake (El recuerdo), reúne dieciséis de los treinta y un relatos que escribió, en un volumen que tenía una envoltura de seda, y cuyas páginas de bordes dorados tenían como destinatarias a las mujeres de clase media.
Pese a sus tantos relatos escritos, Mary se concebía en principio como una novelista, y fue así como se lo manifestaba a un amigo por medio de correspondencia: “Escribo malos artículos que me ayudan a sentirme mal: pronto voy a escribir una novela buena y espero que su calidad limpie la mala prensa de las revistas.”
Después de mucho insistir, Mary consigue que su suegro le dé una pensión para su hijo, pese a lo cual no se verán nunca y tendrán que comunicarse siempre por medio de abogados. Sin embargo le impuso la condición de que no publicara ninguna biografía respecto a su hijo Percy, lo que no incluía propiamente su obra literaria. Fue por esto que durante años Mary se dedicó a editar los poemas de su marido, sobrellevando los gastos de su hijo y ayudando a su padre para cumplir a sus acreedores. Y pese a que las circunstancias económicas solían serle adversas, la escritora insistía en que “es justicia, no caridad, lo que está deseando el mundo.”
En 1824 Mary publica una selección de la poesía de Percy bajo el título, Poemas póstumos, en un intento por presentar a un artista más que a un político, ya que para ella “Percy identifica el espíritu de la poesía en sí misma”, y así mismo se reconocía como su “musa.” Quiso dar a conocer el trabajo de su marido de la forma “más popular posible”, y ya que le tenían vedado escribir acerca del autor, aprovechó muchos de los poemas para agregar algunos comentarios que contextualizan en parte sobre la vida del poeta.
Para 1826 Mary Shelley publica la novela de terror que muchos años después será llevada al cine y luego reencauchada, adaptación de El último hombre (en donde también aparecerá la ficción de una máquina voladora), y que protagonizaría Will Smith con el título de Soy leyenda. Un año más tarde publica su segunda novela histórica, Perkin Warbeck, y en la cual pretende valorar una vez más la presencia poderosa de la mujer como un agente determinante en la trama.
En 1828 contrae viruela mientras visitaba París, y pese a que pudo superar la enfermedad, su aspecto físico y su salud se verían severamente deteriorados. En 1830 vendió por 60 libras los derechos de autor de su Frankestein, y un año después vendría la segunda edición de su obra más grande.
De carácter gótico, considerada como la primera novela de ciencia ficción, Frankestein abre el camino para un género literario que a partir del momento cobrará un tremendo impulso. Shelley no expone argumentos propiamente científicos, y también sugiere que no esconde un sentido “filosófico”, que la novela surge como una simple “distracción” que acabó en un relato de terror con un tinte existencial.
Muchos críticos han querido ver en los relatos de Shelley y en sus personajes un reflejo de su propia vida y una transcripción de sus historias propias. El personaje fabricado por miembros humanos y que cobrará vida, es una criatura que carece de nombre, sugiriendo la orfandad que también padeció su creadora. Son múltiples las asociaciones que podríamos ingeniar, y especular una cantidad de interpretaciones respecto al carácter y la filosofía de sus personajes. Godwin defendió los personajes de su hija, argumentando que se trata de “estereotipos, no retratos.” Por su parte la autora señala que no daba crédito a que los artistas “se copiasen meramente de sus propios corazones.” Shelley dijo de su personaje monstruoso que “reconocía la división de la propiedad, las inmensas riquezas y la pobreza mísera.” Un ser sin embargo temible por no tener nada que perder: “Ten cuidado, porque no tengo miedo y eso me hace poderoso.”
Se trata así de un relato de terror que entremezcla el debate moral y político, encarnado en la figura protagónica del estudiante de medicina Victor Frankestein. “Yo era bueno y cariñoso; el sufrimiento me ha envilecido. Concededme la felicidad, y volveré a ser virtuoso”, dice el confundido creador del esperpento. “Una nueva especie que me bendecirá como su origen y creador”, augura Victor. Algún crítico percibe en Frankestein una especie de Satanás salido de El paraíso perdido de John Milton, así como del mito griego del Prometeo encadenado, un hombre que se ha revelado a los dioses para encarar su propio destino de dios creador. “Yo, como el archidemonio, llevaba un infierno en mis entrañas; y, no encontrando a nadie que me comprendiera, quería arrancar los árboles, sembrar el caos y la destrucción a mi alrededor, y sentarme después a disfrutar de los destrozos”, dirá alguno de sus personajes. Visto así, la novela se opone al sentido progresista de un individualismo egocéntrico, cuestionando el pensamiento antropocentrista que entiende al ser humano como el centro del universo, y desafiándolo a encontrar su lugar en la naturaleza para que por fin asuma el control de su propia historia.
En 1835 escribe Lodore, una novela basada en ideologías políticas, y que cuestiona el papel de la mujer en la sociedad, en medio de una cultura patriarcal y divisoria, y en donde a la mujer, sin acceso a la educación, no le queda más que ocupar el sumiso y obediente rol de un ser dependiente del hombre. La historia de la novela plantea un sistema educativo en igualdad de condiciones sin distinción de género, apoyando la idea de que esto significaría una mejora respecto a la justicia social, además del aporte intelectual y espiritual que la mujer tiene para ofrecer en el contexto histórico.
En 1837 publicó Falkner, novela singular dado que es la única en la que finalmente su heroína conquista su objetivo, sobreponiendo su coraje por encima de la agresión masculina, y cuestionando a los hombres por su falta de “compasión, comprensión y generosidad.” Por esos mismos días William Godwin morirá siendo ya un octogenario, y a partir de su muerte -y tal cual lo había pedido en su testamento- la incansable Mary, en su tarea editorial, empezó a reunir las cartas de su padre y todo tipo de documentos, para presentar una obra que diera razón de otros aspectos desconocidos del renombrado filósofo y político; pero unos años después renunciaría a este proyecto que nunca llegaría a concretarse. Sin embargo sí concretaría su tarea de reunir la biografía de algunos personajes notables de Italia, España, Portugal y Francia, contribuyendo con cinco tomos de lo que bautizó como Dionysius Lardner: vidas de los científicos y escritores más eminentes, y que serían integrados a la exitosa obra de difusión enciclopédica para la clase media, Cabinet Cyclopaedia.
Mary no descansaría en su labor de dar a conocer a su admirado esposo, siendo así que para 1838 publica una nueva selección de sus poemas, cartas y ensayos en un libro titulado Obras poéticas, y manteniendo en firme la promesa que hizo a su suegro de no publicar sobre la vida del autor, Mary se valdría nuevamente de la inclusión de disimuladas notas biográficas que juntaba a los poemas, dando cuenta de su personalidad y de algunas de sus experiencias. Para ese entonces la editora de Percy Shelley había cumplido su cometido y el nombre de su marido había cobrado importancia y admiración entre el público y la crítica, y más impulso cobraría luego de que durante años estuviera publicando varios de sus mejores poemas en el anuario El recuerdo.
En 1844 publica un trabajo que viene elaborando desde hace unos cuatro años, Caminatas en Alemania e Italia, un libro que recoge sus experiencias de viaje al lado de su hijo, y que saldría a la luz por la misma época en la que muere su suegro, ya casi nonagenario, “abandonando el mundo como una flor marchita”, en palabras de la misma Mary, y dejando para su nieto una pequeña fortuna con la cual finalmente la escritora y su hijo lograrían una cierta comodidad financiera.
A lo largo de su vida mantuvo romances e idilios breves con actores, políticos y escritores, y tuvo que enfrentar cartas de amenaza, sobornos en los que le reclamaban la paternidad de su exesposo por ciertos hijos ilegítimos, o demandas por la autoría en entredicho de algunos poemas publicados, pero a todo esto le haría frente la combativa escritora, perdiendo sin embargo su lucha en el terreno de la salud.
Sus últimos años tendría que lidiar con las dolencias y padecimientos que la llevaron a una parálisis de distintas extremidades, impidiéndole escribir e inclusive leer. Finalmente en 1851, a sus 53 años de edad, en Chester Square, la madre del monstruo sensible de la novela de Frankestein se despedía de este mundo debido a un tumor cerebral. “Amo la vida, pese a que no es más que un cúmulo de angustias, y la defenderé.”
Después de su muerte su hijo encontró entre los objetos de valor de su madre aquel corazón de Percy envuelto en un poema, además de un cuaderno escrito por ambos amantes y varios mechones de pelo de sus hijos difuntos. También estaba entre sus pertenencias una copia del poema escrito por Percy y que fuera titulado Adonäis. La mayor parte de la producción literaria que escribió en su juventud se ha perdido, y se habla de una obra que hubiera sido su primer poema y que se conoce como Mounseer Nongtongpaw, y que contendría algunos versos cómicos que la prometedora escritora de 10 años redactó para el agrado de su padre.
Varias de sus obras ubican a la mujer como el centro de la trama y la solución al conflicto y el bastión de la familia, y así también se permite explorar sin tabúes el reprimido deseo sexual femenino, convirtiéndose sin que se lo hubiera propuesto en una pionera de la literatura feminista. Hacia 1970, con el auge de la revelación feminista, el mundo literario prestó mayor interés en la obra de Mary Shelley, y especialmente por la obra que le dio un lugar notable entre los grandes clásicos de la literatura universal, Frankestein. Hasta entonces solamente había sido apreciada como editora de las obras de su marido, aparte de ser la hija de aquellas figuras notables, pero una vez se redescubre su novela, el nombre de Mary Shelley cobrará un distintivo único.
Los últimos años sus otros relatos y novelas han ido siendo también desempolvadas y han ido despertando el interés de un público cada vez mayor. Pasados más de doscientos años de su primera publicación, el monstruo que se convirtió en un mito ha sido traducido a decenas de distintos idiomas. De su afamada historia se han hecho más de ciento cincuenta versiones distintas y su personaje ha sido producto de un sinfín de adaptaciones.
Escritora, dramaturga, ensayista, biógrafa, de esta prolífica autora y figura primordial del romanticismo se han hecho documentales, pinturas, obras teatrales, cómics y más recientemente su historia fue llevada al cine en la película Mary Shelley. En 1989 salió a luz la más esmerada biografía de Shelley, escrita por Emily Sunstein y titulada Mary Shelley: romance y realidad.
La historia que escribió no sólo ha inspirado a otros escritores que le sucedieron como Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne y Herman Melville, sino que su propia historia ha servido para inspirar a otras mujeres que, como ella, reclaman independencia y se han forjado una carrera como destacadas escritoras. Su esfuerzo y dedicación a la disciplina que amaba, su esmero por engrandecer sus conocimientos y el empeño que sostuvo para mantener su propósito de convertirse en una gran escritora han tenido su recompensa.