Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Liudmila Pavlichenko (1916-1974)

Lo suyo fue dar en el blanco. Elegía su atalaya: una terraza, lo alto de una torre, un campanario en donde apostarse y agudizar desde allí su visión a través de una mirilla. A veces también escondida entre la maleza, la imperdonable francotiradora acecha por su víctima, identificando un objetivo en todo aquello que se mueva, camuflada entre la manigua o parapetada con costales de arena, y es entonces cuando encuadra la mira de su infaltable rifle de cerrojo Mosin-Nagant, capaz de disparar municiones a una distancia de hasta un kilómetro, y su mirada peligrosa es una condena de muerte cuando apunta y aguanta un instante la respiración para finalmente jalar el gatillo y atinar con acierto en la diana. Que nadie sepa de dónde provienen los disparos, que sean como relámpagos intempestivos que abaten al enemigo desde cualquier punto del infinito cielo, mirándote siempre de lejos y sin embargo con la posibilidad de tocarte. Liudmila apuntó desde niña por una vida dedicada a disparar. A los 14 años se traslada con su familia desde un pueblo pequeño hacia la prometedora Kiev, donde trabajará como obrera en una fábrica de municiones, lo que la llevará a interesarse por el manejo de armas, y por lo cual no vacilará en incorporarse a la Asociación de tiro Osoaviajim. “Cuando el hijo de un vecino se jactó de su destreza lanzando una ráfaga de disparos, me propuse demostrar que una niña también podía hacerlo”, diría años después. Sin embargo para 1937, interesada más en los libros que en las balas, esta ucraniana conseguirá ingresar a la Universidad de Kiev, donde comenzará sus estudios de Historia, que luego de cuatro años tendría que suspender por causa de la Segunda Guerra Mundial. Las tropas alemanas nazis habían desatado la Operación Barbarroja, y los soviéticos requerían de todo el conglomerado del pueblo para que sirviera de cualquier forma en los propósitos de la guerra. Liudmila no tuvo problemas para demostrar su gran talento a la hora de poner la bala donde ponía el ojo, además de presentar su insignia que la acreditaba como ganadora del torneo regional de tiradores de Voroshilov, y de pasar con acierto su primer examen de prueba como francotiradora: tenía que acertar a un par de soldados rumanos de los ejércitos nazis que serían alcanzados a la distancia por la temible tiradora. Pasó de inmediato a integrar las filas de francotiradores en la 25ª División de Fusileros de Chapayev de la Infantería del Ejército Rojo. Es embarcada a Grecia y a Moldavia, y en 1941 participa activamente en la Batalla de Odesa, abatiendo a 187 enemigos en tan solo dos meses, y unos meses más tarde será enviada a la Península de Crimea, donde será una pieza fundamental en el sitio de Sebastopol, alcanzando una cifra de bajas que ya se acercaban a los 300 abatidos. En 1942, a sus 25 años, Liudmila fue herida en el rostro por la metralla de un mortero, y debido a su destacada labor se le apartaría definitivamente del campo de batalla, concediéndosele además el cargo de teniente. Se había convertido en una leyenda viva que registraba 309 enemigos dados de baja por el alcance letal de sus balas certeras. Entre sus víctimas se cuentan por lo menos 36 francotiradores a los que Liudmila les había ganado la pelea a distancia. A uno de ellos le encontraría una bitácora en la que tenía el registro de haber matado a más de 200 soldados soviéticos. Liudmila sería así una de las casi 500 francotiradoras que sobrevivirían entre las más de 2.000 que conformaron el grupo entero de combatientes. Aclamada heroína, en adelante llegarían para ella toda clase de condecoraciones y reconocimientos. En 1942 es enviada a Canadá y luego a Estados Unidos, donde compartirá sus experiencias como una estrategia de propaganda, e incluso sería la primera soviética en pisar la Casa Blanca cuando el presidente Franklin D. Roosevelt le hiciera la invitación para que compartiera con él y con su esposa Eleanor. Con esta última entablaría una inesperada amistad, por lo que la Primera Dama la invitaría a que recorrieran juntas algunos destinos de su país y así poder difundir aún más su propósito de vocera propagandística. “Cada alemán que permanezca vivo matará a mujeres, niños, ancianos. Los alemanes muertos son inofensivos. Por lo tanto, al matar a uno estoy salvando vidas”, eran las palabras que le escuchábamos decir. Se recuerda también la respuesta que dio a un reportero que la exasperó con la pregunta de si les era permitido usar maquillaje: “No había ninguna regla que lo prohibiera. ¿Pero quién tiene tiempo de pensar en cuánto le brilla la nariz en medio de una batalla?” Al regresar a la URSS es promovida al rango de mayor, y en lo que resta de la guerra estará a cargo de entrenar a centenares de mujeres francotiradoras que recién comenzaban su carrera bélica. En 1943, sin que se terminara aún la guerra, su labor ha sido tan difundida y aplaudida y su imagen ya constituida en símbolo, por lo que el correo la homenajea imprimiendo una imagen postal con la pose de Pavlichenko apuntando con su rifle en una actitud de amenazante acecho. Ese mismo año se le otorga la Estrella de Oro y cuya distinción consiste en consagrarla como Heroína de la Unión Soviética, y así mismo recibe por parte del gobierno la Orden de Lenin. Una vez terminada la guerra, Liudmila retoma sus estudios de Historia en la Universidad de Kiev, y para 1953 empieza a trabajar como ayudante del Cuartel General Principal de la Armada Soviética. También aprovechará su popularidad y sus historias para dictar charlas y conferencias y participar de congresos y seminarios a nivel internacional. Años después se convertirá en un miembro activo del Comité Soviético de Veteranos de Guerra, y finalmente a los 58 años de edad, imbatible, la muerte se acercaría a ella silenciosa, y sería un derrame cerebral lo único capaz de acabar con la vida de esta infalible francotiradora a la que jamás atravesó ninguna bala.

Liudmila Pavlichenko

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