Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Las Avispas – WASP (1941-1944)

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la Royal Air Force (RAF) se vio carente de pilotos, tuvieron que recurrir a lo que parecía un último recurso, y sería así cuando fueran las mujeres las que vinieran en su auxilio. Las pérdidas de pilotos en combates eran tantas, que en un momento llegaron a contarse más aviones que personas capaces de volarlos. Para 1940 se convoca entonces a un cuerpo conformado por mujeres que se encargaran de pilotear aeronaves cuyas misiones tuvieran principalmente el transporte de todo de tipo de insumos destinados a la guerra. Empezó con ocho voluntarias, y unos meses después ya se habían sumado docenas de mujeres, y a pesar de lo cual seguían siendo un número insuficiente. Fue entonces cuando acudieron a las fuerzas estadounidenses para que ellas también conformaran su tropa de pilotas y les echaran una mano con sus planes de resistir a Hitler. Muchas mujeres que hasta entonces se dedicaban a las tareas del hogar y a la crianza de sus hijos, dejaron de lado las labores a las que estuvieron siempre destinadas para volcarse sobre un destino alado. Se dio un curso de becas tanto para hombres como para mujeres, entre los que se contó siempre con la presencia de una mujer por cada diez varones, siendo así que para 1942 se eligieron a las veinticinco pilotas más avezadas, y un primer escuadrón de mujeres cruzaría por primera vez el Atlántico en una labor de guerra, conocida como Wings for Britain. Al mismo tiempo Inglaterra ya había ordenado a un grupo de mujeres que pudieran unirse a la misma causa, creando la agencia área conocida como Women’s Auxilary Ferring Squardon (WAFS). Las aviadoras prestaban varios servicios a parte del transporte de material, siendo uno de los principales el del traslado de los “aeroplanos cansados de combate”, aviones averiados que eran piloteados hasta los aeródromos, fábricas y puntos de embarque estadounidenses, para que fueran reparados o en muchas ocasiones desmantelados y así aprovechar sus piezas, y esto dado el tremendo desgaste sufrido en batalla. Las condiciones deplorables de muchas aeronaves hacían de este oficio una tarea peligrosa que muchas mujeres confesaban disfrutar por su misma y excitante situación de riesgo. Iban y venían cruzando el océano Atlántico, a veces en misiones meteorológicas o transportando a oficiales y generales de alto rango. Sin embargo no les estaba permitido entrar en combate, y aunque muchas ya se habían ofrecido para superar las barreras que aún impedían a las mujeres actuar en los asuntos considerados como masculinos. Una de ellas lo expresaría así unos años después de la guerra: “Las mujeres deberían poder hacer cualquier trabajo para el que estén capacitadas y eso incluye el combate… A un avión no le importa si eres un chico o una chica, sólo si sabes cómo volar y disparar recto.” Buscaban que se les dejara comandar su propia fuerza de ataque como ocurría con las temibles Brujas de la Noche, que era como habían bautizado los nazis a las pilotas soviéticas que solían realizar incursiones nocturnas sobre posiciones estratégicas alemanas. Finalmente para 1943 la agencia británica se aunó al cuerpo integrado por mujeres americanas, y juntas crearon el famoso programa de aviación de mujeres combatientes: Women Airforce Service Pilot, conocidas por su sigla: las WASP, que en inglés significa “avispa”. Aquellas que habían logrado quinientas horas de vuelo pasaron a integrar los comandos de combate, y fue así como cambiaron los aviones ligeros para estar al frente de maniobras dirigidas desde enormes bombarderos. Este cuerpo de valientes y aguerridas pilotas prestaría sus servicios hasta que en el verano de 1944 la guerra comenzó a llegar a sus postrimerías, y ya no se hizo necesario emplear a tantos pilotos. Durante el tiempo que pasaron al frente de estas tareas de combate, las mujeres recibían un salario inferior al de los hombres, y aunque finalizada la guerra se empeñaron en seguir acompañando a la RAF en su trabajo como pilotas, las fuerzas militares desistieron de seguir contando con sus servicios, sumergiéndolas así en un ominoso olvido. Muchos pilotos apoyaban la idea ya que sentían la amenaza de que las mujeres, más que una labor patriótica, lo que estaban haciendo era apropiándose de sus empleos, y así mismo parte de la sociedad consideraba que estos trabajos no estaban propiamente destinados al rol de la mujer, consideradas por la opinión pública como “tareas poco femeninas”. No se les otorgó ni siquiera el estatus militar. No hubo ningún reconocimiento póstumo para las treinta y ocho combatientes que durante sus actividades bélicas perdieron la vida; sus familiares no recibieron los auxilios y beneficios que eran destinados a las familias de los hombres caídos en combate, e incluso serían sus mismas familias quienes tuvieron que pagar para poder repatriar los cadáveres de sus mujeres. Serían más de mil mujeres las que durante el período de guerra hicieron parte de Las Avispas, sobrevolando las aguas del Atlántico en un sinnúmero de viajes que sumarían un aproximado de más de 100 millones de kilómetros recorridos. Sin embargo nada de esto sería suficiente como para que el mismo general Dwight D. Eisenhower -quien terminada la guerra se convertiría en presidente de Estados Unidos- declarara estar “violentamente en contra” de una fuerza área integrada por mujeres, a las que de cualquier forma no consideraba capacitadas para las maniobras de combate. Otro tema a destacar sería la discriminación que tendrían que padecer una decena de mujeres que se diferenciaban de la predominante raza caucásica, entre las que se contaban un par de nativas americanas, un par de latinas, y una mujer negra a la que le impondrían toda clase de trabas para que finalmente fuera admitida como piloto, Mildred Hermmans Carter, y que años más tarde sería reconocida como una WASP honoraria, permitiéndosele realizar un último vuelo a la edad de los 90 años. Se dice además que el gobierno de los Estados Unidos prefirió ocultar las hazañas de Las Avispas e incluso tratar de borrar su presencia durante la guerra, esto para que las demás potencias no vieran un gesto de debilidad por parte de las fuerzas vencedoras, por lo que sus historias serían confidenciadas como si se tratara de un secreto militar. Nunca volverían a volar. El exitoso proyecto WASP fue desmantelado y a las mujeres simplemente se les despidió y se les envió a sus casas. Mientras los hombres regresaban narrando sus hazañas de guerra y reconociéndoles en su papel heroico, Las Avispas se vieron obligadas a callar. Muchas de ellas volverían para enfrentarse a la realidad de tener que criar a solas varios hijos, ya que sus maridos habían muerto durante la guerra. En adelante se desconoció su historia. Durante la intensa exploración espacial que se llevó a cabo en la década de los 70’s, una de las avispas que estuvieron activas intentó ingresar a la NASA en lo que se conoció como el proyecto Mercury 13, pero el plan sería abortado toda vez que se requerían estudios militares y de ingeniería, con los que las mujeres no contaban porque en principio no se les permitía acceder a este tipo de instrucciones y enseñanzas. Así, pues, le estaban cerrando los cielos a las mujeres, y todavía tendrían que esperar unos años más para que el mundo comenzara a desplegar las alas femeninas. Para mediados de esta década se anuncia que las mujeres podrán pasar a integrar las fuerzas áreas estadounidenses, y será el presidente Jimmy Carter quien en 1977 finalmente lo haga posible firmando la ley que lo avala. Las WASP serían reconocidas como veteranas de guerra y se les otorgaría su justa y merecida jubilación, además de reivindicar sus logros históricos y su importancia durante la Segunda Guerra, y rindiéndosele también un homenaje póstumo a las combatientes caídas en batalla. En 1984, aquellas avispas que habían prestado más de un año de servicio fueron condecoradas con la Medalla de la Victoria, y a partir de 2002 se abrieron las puertas del cementerio militar de Arlington para que las WASP fueran también enterradas donde descansan los restos de los demás combatientes de la guerra. En el año 2009 el presidente Barack Obama y el Congreso de los Estados Unidos firmaron la ley por la cual un año más tarde les sería conferida la más alta distinción otorgada por dicho país: La Medalla de Oro. Para ese entonces aún quedaban poco menos de cien supervivientes, abuelitas nonagenarias más parecidas ya a unas cándidas abejitas, donde la menor contaba con 93 años. Hoy todavía permanecen unidas como la hermandad de una colmena que inspiró a las más de setecientas mujeres que en la actualidad conforman las fuerzas de combate de los Estados Unidos. Supieron surcar los cielos abriéndole un camino a las futuras dueñas del espacio. “No nos dimos cuenta de que estábamos haciendo historia”, comentaría décadas después una de las sorprendidas protagonistas. Varios objetos de su panal son conservados y actualmente pueden apreciarse exhibidos en el Museo de Aviación del College Park y en el campus de Denton, de la Universidad de Mujeres de Texas.

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