Se quitaba tres años, y decía haber nacido en 1895, pero eso sí, uruguaya. Juana Fernández Morales fue hija de un español nacido en Lorenzana, provincia de Lugo, y cuya biblioteca municipal hoy lleva el nombre de su hija. Por otro lado, su madre era una mujer perteneciente a una de las familias españolas con mayor historia en el país oriental. Juana vivió en Melo hasta la edad de los 18 años, y recuerda esos parajes y su infancia feliz a donde no quiso volver jamás: “Fue mi Paraíso al que no he querido volver nunca más para no perderlo, pues no hay cielo que se recupere de Edén que se respira. Va conmigo, confortándome en las horas negras, tan frecuentes… Allí volará mi alma cuando me toque dormir el sueño más largo y pacificado que Dios me conceda a mí, la eterna insomne.” Expulsada del Edén, Juana arriba a la capital, que en un comienzo sería como un infierno, pero luego de un tiempo lograría adaptarse hasta el punto de considerar a Montevideo como “su ciudad”. A los 20 años contrae matrimonio con un capitán llamado Lucas Ibarbourou, y cuyo apellido seguirá empleando en sus escritos, después de que sus primeras producciones fueran firmadas bajo el seudónimo de Jeannette d’Ibar. En 1919 publica su primer libro, Las lenguas del diamante, que tiene como inspiración a su propio esposo, y que ya develaba un canto cargado de sensualidad, erotismo y pasión que serían propios en sus demás escritos. Una prestigiosa escritora de la época tras recibir un ejemplar comentó: “Yo no leo indecencias”. Gabriela Mistral, con una visión más profunda del sentimiento humano, diría que el libro de Juana era un “modelo de feminidad”. Un año más tarde vendría El cántaro fresco y para 1922 la publicación de Raíz salvaje, un escrito peculiar donde los elementos cotidianos interactúan constantemente, como el caso de un plumero, un tranvía, el agua. Estas tres primeras composiciones podrían suscribirse al movimiento modernista, donde se recurre constantemente a las imágenes sensoriales, referencias bíblicas y míticas y una continua exaltación por la naturaleza y sus cuatro elementos. Los versos de Juana hablan de la belleza física, la maternidad, la devoción a la pareja, el sentimiento del amor, y que se transmite por medio de un lenguaje descomplicado, carente de florituras y menos de dificultades conceptuales, expresando optimismo y vitalismo, y una visión de la juventud que iría cambiando a medida que pasaran los años y con ellos la vejez, el insomnio, la noche y la soledad y el advenimiento de la muerte, la pérdida definitiva de esa juventud a la que antaño le cantaba. No tuvo reparos para hacerle llegar una copia de este libro a Miguel de Unamuno, pidiéndole además, como si fuera poco, que le hiciera llegar un par de ejemplares a los hermanos Antonio y Manuel Machado, así también como al señor Juan Ramón Jiménez. Unamuno se sorprendió por la ligereza de su lírica y esa falta de pudor o vergüenza al momento de expresar su sentir: “Una mujer, una novia, aquí, no escribiría versos como los de usted aunque se le vinieran a las mientes y si los escribiera no los publicaría y menos después de haberse casado con el que los inspiró… Por eso me ha sorprendido gratísimamente la castísima desnudez espiritual de las poesías de usted, tan frescas y tan ardorosas a la vez.” Luego de estos tres primeros libros la figura de Juana Ibarbourou comenzaba a cobrar prestancia, siendo así que el gobierno le propuso dictar cátedra de Lengua y Literatura en el Instituto Normal, empleando su libro Páginas de literatura como texto escolar. En 1929, en una ceremonia que ella describe con lujo de detalle y que sería como de ensueño, la poetisa es homenajeada en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, donde asisten poetas célebres y otras personalidades destacadas del mundo intelectual, sorprendiéndole a Juana la presencia grande del mexicano Alfonso Reyes, y sería el renombrado Juan Zorrilla quien la condecorara con un anillo de oro como gesto simbólico, además de bautizarle “Juana de América”. Para 1930 Juana sorprende de nuevo con la publicación de La rosa de los vientos, y en donde se permite explorar las corrientes de vanguardia e inmiscuirse en los pasajes oníricos del naciente movimiento surrealista. Para 1938 el Ministerio de Educación de Uruguay realiza el Curso Sudamericano de Vacaciones en la Universidad de Montevideo, donde compartiría un espacio junto a Gabriela Mistral y Alfonsina Storni para comentar sus experiencias en la aventura poética. En dicho conversatorio dictaría su conferencia titulada Casi en pantuflas, donde al estilo de Virginia Woolf con su famoso discurso Una habitación propia, la poetisa uruguaya sugiere que el acto de creación poética sucede en un espacio solitario, además de desmitificar la figura de santidad que se le confiere a ciertos poetas. En 1942 muere su esposo, y de aquellos días surgirán algunos escritos que apenas verán la luz casi una década después. En 1947 es elegida como miembro de la Academia Nacional de Letras, y se recuerdan sus palabras al momento de celebrar tan grata distinción: “Nunca conocí fiesta mayor que cuando mi padre recitaba, bajo el rico dosel del emparrado, versos de Rosalía. De ahí mi vocación.” En 1949 muere su madre, pero nada detendrá a Juana, y para 1950 la escritora tendría otras cinco publicaciones: Loores de Nuestra Señora, Estampas de la Biblia, Chico Carlo (libro que consideraba su preferido por tratarse de un escrito en el que evocaba su infancia), un libro de teatro infantil titulado Los sueños de Natacha, y un intento más con la poesía con su libro titulado Perdida. Ese mismo año es nombrada presidenta de la Sociedad Uruguaya de Escritores, consagrándola de esta manera como una de las figuras más importantes de las letras uruguayas de todos los tiempos. De allí en adelante fueron una lluvia de tributos y honores para la gran poetisa del Río de la Plata. En 1953 la Unión de Mujeres Americanas en New York la nombra “Mujer de las Américas”; en 1955 es galardonada por el conjunto de su obra por el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid; y para 1959 se le concede el Gran Premio Nacional de Literatura en su primera versión. Sobrándole reconocimientos, Juana sería postulada por aquel entonces para alzarse con el codiciado Nobel. Respecto a su vida personal, al parecer vivió una vida tormentosa al lado de quien fuera también su fuente de inspiración poética, padeciendo abusos y maltratos tanto físicos como psicológicos. Y según parece tampoco tendría muy buenos tratos con su hijo, y a todo esto su refugio fue la adicción permanente a la morfina y que acabaría menoscabando su salud. Era así como temía abandonar su casa, su zona de confort, y por lo cual fueron muchas las invitaciones que rechazó para que visitara varios países que esperaban por ella. Así le confesaba a un amigo y periodista excusándose el por qué prefería resguardarse en la comodidad de su hogar: “Tú sabes que hasta la esquina de mi casa resulta lejana e inaccesible para mí. Ya sabes mi lucha y la atención tensa y constante por mi casa. He vivido siempre dulcemente prisionera de ella y con un continuo ofrecimiento de alas para levantar vuelo inútilmente… Mi destino será el mundo a través de los vidrios de mi ventana.” Sin embargo Juana no tendría que moverse de su casa, ya que la misma se convertiría en un lugar donde solían confluir figuras destacadas de la época y que la frecuentaban, como es el caso de Federico García Lorca y Juan Ramón Jiménez. Murió en Montevideo, casi abandonada, cuidada por su hijo, ya vieja, en plena dictadura militar, y sin embargo sus exequias contaron con toda la gala y distinción que se le rinde a las grandes figuras, y fue velada en el mismo salón donde cincuenta años antes los grandes poetas le habían regalado aquel simbólico anillo de oro. El gobierno decretó un día de duelo nacional en memoria de “Juana de América” y el entierro en el panteón de su familia, en el Cementerio del Buceo, contó con todos los honores de Ministro de Estado, siendo la primera mujer a la que se le concedían tales honores. Un barrio de la capital uruguaya fue bautizado con su nombre, y pasado un tiempo comenzó a circular su rostro en el billete de 1.000 pesos uruguayos, siendo la única mujer en hacer presencia dentro de la numismática de este país. Juana Ibarbourou será recordada como una de las voces principales de la lírica hispanoamericana, abriendo un camino que hasta entonces parecía vedado para las mujeres y que ella supo transitar sin temor a fallar, y aunque pudiera pesarle su naturaleza femenina que en todo caso la privaba de las libertades de las cuales goza el hombre, y así lo expresa en estos versos de su poema Mujer: “Si yo fuera hombre, ¡qué hartazgo de luna, de sombra y silencio, me había de dar! ¡Cómo, noche a noche, solo ambularía por los campos quietos y por frente al mar! Si yo fuera hombre, ¡qué extraño, qué loco, tenaz vagabundo que había de ser! ¡Amigo de todos los largos caminos que invitan a ir lejos para no volver! Cuando así me acosan ansias andariegas, ¡qué pena tan honda me da ser mujer!” Mujer de gran belleza física y espiritual, de un alma definitivamente apasionada, como lo exige la poesía, y que quedará en la memoria y el recuerdo de unos versos candorosos, efusivos, fogosos, como estos que hacen parte de su poema El afilador: “Este dolor heroico de hacerse para cada noche un nuevo par de alas… ¿Dónde estarán las que ayer puso sobre mis hombros el insomnio de la primera hora del alba? Día, afilador de tijeras de oro y puñales de acero y espadas de hierro: anoche yo tenía dos alas y estuve cerca del cielo. Pero esta mañana llegaste tú con tu flauta, tu piedra, tus doce cuchillos de plata. ¡Y lentamente me fuiste cortando las alas!”