Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Isabel de Baviera “Sissi” (1837-1898)

Conocida en todo el mundo como “Sissi”, Isabel de Austria nació en Múnich, Baviera, y fue educada junto a sus hermanos alejada de la corte, en medio de un trasegar plácido de castillo en castillo, paseándose a caballo o recorriendo a pie y en compañía de sus perros los tantos bosques y campiñas que poseía la acaudalada Casa de Habsburgo-Lorena. Le apasionaban los animales exóticos. Mandaba a que decoraran los jardines con ornamentos circenses que plagaba de distintas especies de pájaros. Tenía una afición especial por los caballos, compitiendo durante toda su vida en diversos certámenes de equitación. Nació pues con todos los privilegios. Nació Duquesa, Alteza Real, se le instruyó en varias lenguas como el francés, el inglés, el alemán. Así mismo trató de perfeccionar al máximo el húngaro y generar de esta forma un vínculo más cercano con aquellos dominios, y también aprendería griego para poder leer en el idioma original a los grandes poetas clásicos. Sentía particular interés por autores como William Shakespeare, Friedrich Hegel y Heinrich Heine. Una mujer educada de manera particular tratándose de una época en la que las mujeres estaban relegadas a otras tareas, y en donde Sissi se destacaría por su personalidad contestaria y desafiante, y por los muchos conocimientos que hacían de ella una mujer muy seductora. Todo esto sumado a sus atractivos físicos, serían una mezcla poderosa que más de un hombre quería poseer. Quien más insistió en desposarla fue su primo Francisco José, emperador de Austria, de 23 años, quien tenía planeado conocer a la hermana de Isabel para organizar las nupcias, pero al ver a Sissi se quedó impactado y ya no quiso casarse con la hermana mayor. Ese día le confesaría a un primo suyo a través de una misiva: quedé “enamorado como un cadete”. A la madre del pretendiente nunca le gustó esa jovencita de 16 años de rostro ovalado y mirada suspicaz, intrépida, demasiado inteligente como para tratarse de una dama, y que no gozaba de los atributos propios que correspondieran a una digna emperatriz. Al comienzo Isabel rechazaría la propuesta, pero luego de mucho insistir, el enamoradizo cadete imperial logró conquistar el corazón de su amada. La vida a partir de entonces elegiría por ella. Para 1854 la pareja contrae matrimonio, e Isabel se convertirá así en emperatriz de Austria. A pesar de sus costumbres de princesa, Sissi no lograba congeniar con el estilo de vida de los cortesanos vieneses, no acompasaba con el ritmo de los valses, y su estilo extravagante suscitaría la animadversión y el recelo de las personas que la rodeaban. Su crianza había estado exenta de etiquetas y protocolos que seguían a cabalidad las damas de compañía, que generalmente eran mujeres conservadoras y de avanzada edad, y que acababan controlando cada movimiento de la reina con la excusa de estar velando por su seguridad. Por esto mismo trató de mantenerse lo más distanciada posible de la corte, por lo que se le recordará como a una reina ausente, irresponsable o quizás desinteresada de su oficio de gobernar. Decía que el ambiente de cortesana acababa enfermándola, al sentirse cohibida y vigilada, y es así como lo expresa en una misiva enviada a un amigo: “¡Ojalá nunca hubiera dejado el sendero que a la libertad me había de conducir! ¡Ojalá no me hubiese extraviado por las avenidas de la vanidad! Desperté en un calabozo con esposas en las manos. Mi nostalgia crece día a día y tú, libertad, me volviste la espalda. Desperté de una embriaguez que tenía presa mi alma, y maldigo en vano ese momento en que a ti, libertad, te perdí.” Era obsesiva con los cuidados de belleza; se decía que padecía trastornos alimenticios tales como la bulimia. Llevaba una dieta estricta a base de pescado hervido y fruta, y tenía por hábito la práctica de ejercicio, para lo cual empleaba un par de argollas que instaló en una habitación donde pudiera entrenarse sin que nadie la viera. Muy característico sería su enorme cabellera a la que su peluquera personal dedicaba unas dos horas al día en arreglar, lavándola con un ungüento a base de huevo y coñac. Trashumante consumada, se registran más de una treintena de viajes que realizó por países europeos, yendo y viniendo de visita en visita, hasta el punto de no pasar más de dos semanas en el mismo lugar. Consentida, vanidosa, caprichosa, llevada de su parecer, a la reina no se le podía tampoco contrariar. Fue así como, pese a las múltiples advertencias, Isabel emprende un viaje en compañía de sus dos hijos pequeños, con tan mala suerte que ambos enfermarían debido al agotamiento y al cambio en su alimentación. Uno de ellos no pudo resistir las fiebres y la diarrea y acabaría muriendo, lo que no sólo sumergiría a la reina en una tristeza de la que no podría recobrarse nunca, sino que aparte, y por semejante descuido, le negaron legalmente la crianza de sus demás hijos. La relación con su esposo entra en un estado glacial, pese a lo cual Isabel se empeña en tener a otro hijo que pueda sanar su pérdida, y de paso consolidar el papel relevante de las políticas húngaras a la misma altura de las de Austria. Para 1868 Francisco José e Isabel serían coronados como reyes de Hungría, y un año más tarde tendrían una pequeña a la que su madre llamó siempre “mi hija húngara”. A esta última hija le dedicaría toda su atención y su cariño. Quiso criarla entre húngaros, cuyas costumbres consideraba más convenientes para su pequeña, y la celó de una manera obsesiva que derivó en un cuidado más que sobreprotector. A partir de los 35 años no se volvió a retratar. Tampoco permitía que nadie la fotografiara. Se ocultaba de los fotógrafos de la época portando un velo de seda que solía cubrirle la cara, y por si fuera poco llevaba consigo un abanico negro para cubrirse totalmente si alguno se acercaba demasiado. Para protegerse como en una burbuja, la soberana jamás dejaba de lado su enorme paraguas abierto. En 1889 una tragedia conocida como “El crimen de Mayerling” devastó a la emperatriz. Rodolfo, su hijo mayor, de 30 años, apareció muerto y acompañado del cadáver de su novia. Era conocido el trastorno que padecía el primogénito de la corona debido a la rigurosa instrucción militar que recibió de niño, por lo que en un principio se determinó que se había tratado de un suicidio convenido en pareja. Pero resultó que ambos cuerpos tenían varios tipos de laceraciones que no eran propias de un suicidio, por lo que se especula que pudo haberse tratado de un homicidio planeado y ejecutado por el servicio secreto francés, o quizás por los mismos austriacos. El trono austrohúngaro se quedaba así sin su principal heredero. Luego del fatídico suceso la reina se alejó de Viena, se decidió a cargar luto por el resto de su vida, y en adelante su relación matrimonial fue a través de misivas que intercambiaba con su esposo. Por medio de cartas y con el paso del tiempo, los reyes afianzarían nuevamente sus lazos sentimentales, y aunque muy pocas veces la reina quiso regresar a la corte. Su obsesión por no dejarse ver ni retratar ni menos fotografiar llegaron a convertirse en fobia. Sissi sabía que nada podría aliviar su pesadumbre como el lenitivo preferido para distraerse, y fue entonces cuando adquirió un lujoso barco de vapor al que bautizó Miramar, y con el cual navegaría por el Mar Mediterráneo y visitaría países como Portugal, España, Marruecos, Argelia, Egipto, Malta, Grecia y Turquía. Sería en uno de estos viajes, en Ginebra, hacia el año de 1898, cuando en uno de sus paseos cotidianos los encargados de su seguridad se descuidaron un instante, y fue entonces cuando un transeúnte que pasaba como inocente desenfundó una daga con la que le atravesó el corazón a la emperatriz. En medio de la pelotera que se generó, ninguno notó la herida letal, e incluso la misma víctima no se había dado por enterada. Llevó un par de minutos para que Isabel comenzara con un devaneo, por lo que la despojaron de sus apretadas vestiduras, para descubrir en su pecho la punzada sangrante de muerte. El daño ya era irreversible; el filo de la daga le había sido clavado justo en el miocardio, y la reina no pudo sobrevivir más que un par de horas. Fue el fin de una época en donde aún brillaban los reyes con luz propia. Protectora, Gran Maestre, Dama, Soberana, Emperatriz, Duquesa, Virtuosa, tantas órdenes y títulos que portaba su nombre, Sissi quedará en la historia como una historia salida de un cuento. Es por esto que han sido varios los escritores, dramaturgos y directores que han querido plasmar su leyenda a través de distintas expresiones artísticas. Isabel de Baviera es un atractivo más para los turistas que visitan Viena, donde podrán encontrar un museo dedicado a ella, y que está justamente en aquel palacio que la reina siempre quiso evitar.

ISABEL DE BAVIERA SISSI

 

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