Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Édith Piaf (1915-1963)

Ella es la Francia de mediados del siglo XX, ella es París. Nació para hacerse escuchar. Lo suyo era hablar, manifestarse, expresarse, gritar… tal vez cantar. Su vozarrón de pregonero o caporal, sus bramidos de felino doliente, sus aullidos melancólicos y sus gemidos orgásmicos… Todo esto lograba transmitir Edith Piaf por medio de su cántico. Un símbolo único del arte mundial y fiel representante de su cultura francófona, Piaf es reconocida en todos los rincones por esa voz inconfundible, cadenciosa y decadente, cruel, desgarradoramente conmovedora y a un mismo tiempo una alborozada promesa, acompañada de una musicalidad épica y de melodías en cualquier caso alegres y esperanzadoras, a veces parecidas como a las rondas infantiles, música pintoresca de cabaret, Piaf aporta un sinfín de memorables canciones que forman parte del repertorio clásico de la música francesa. Su nacimiento es una información incierta, pero ella misma lo relata a modo de leyenda, y se queda con la versión de que su madre, carente de recursos médicos y hospitalarios, dio a luz en plena calle y debajo de una tímida farola que alumbraba el suelo parisino. Su padre, un acróbata y contorsionista bohemio, abandona a su mujer y a la pequeña Édith, y la madre de ésta, alcoholizada y en situación de extrema penuria, decide a su vez abandonarla a la suerte de la abuela, de origen marroquí, y quien luego la entregaría al padre, que tampoco se haría cargo de la niña ya que tendría que ir al frente de batalla en la Gran Guerra, y una vez más lega los cuidados de la pequeña a la abuela paterna, dueña de una casa de prostitución en Normandía, y en donde finalmente Édith crecería rodeada del entorno bohemio y lujurioso que circundaba aquella casa de lenocinio. Su padre regresa y se la lleva de gira con un grupo de actores y músicos itinerantes, enseñándole la vida del artista ambulante, independiente y miserable, y que serían distintivos pasionales que la caracterizarían por el resto de su vida. Desde muy temprana edad Édith reveló un talento extraordinario para el canto y la composición, y acompañaba a su padre cantando canciones populares, tal como lo hiciera el cántico de su madre años atrás, cuando los padres recorrían en pareja las calles y plazas cantándole juntos al amor y a la vida. Ahora era el fruto de esa unión quien llevaba la pasión del arte, el vértigo de la escena y el fuego creador que emana desde las vísceras. Nada detendría este afán de hacerse conocer, y fue por eso que a la edad de los 14 años Édith se emancipa de su padre para empezar a vagabundear por cuenta propia, andando por los suburbios de París y llevando su canto a los cafés y clubes de mala reputación. Y sería así como en los Campos Elíseos el desprevenido Lousi Leplée, dueño del afamado cabaret Gerny´s, no aguantó la necesidad de quedarse a escucharla, para finalmente ofrecerle un lugar en su próximo espectáculo. De esta forma Édith se convertía en Môme Piaf (pequeño gorrión), apelativo que asumiría gracias a su aspecto frágil y desvalido y a ese físico disminuido y como ingenuo, pero en donde se concentraba el poder sensual y la fuerza del cántico de un pequeño gorrión. Muy pronto se hizo reconocida, ganándose el protagonismo y constituyéndose en la figura principal del show de cabaret. En 1936 graba su primer disco, Los niños de la campana, consagrándose como un éxito inmediato. Sin embargo la carrera en ascenso de esta estrella en potencia se vería truncada por el asesinato de Leplée, y en cuyo escándalo Édith se vería involucrada, obligándola a regresar al lugar de donde vino y donde siempre estuvo: los cuchitriles paupérrimos de los suburbios parisinos. A los 17 años tuvo una niña que no sobreviviría a la meningitis y que moriría sin haber cumplido los dos años, y de esta forma antes de llegar a los 20 años Édith Piaf ya parecía haberlo vivido todo. Es momento de arrancar sin temores su carrera como artista. La vida ha forjado en ella una fortaleza indestructible y es momento de hacerse conocer por todo el mundo. Sus desdichas y desventuras influenciarían la obra de muchos, y a través de un estilo lírico y desgarrador lograría reflejar los sentimientos con los que tantos se verían identificados. Ese mismo año se convierte en la amante del compositor Raymond Asso, quien finalmente la potencializaría al estrellato y la convertiría en una cantante profesional. A los 21 años Édith Piaf debuta en el género de music-hall en el teatro ABC de París, difundiendo su voz a través de la radio y consagrándose de inmediato como una adoración del público francés. Incursiona en la actuación y a lo largo de su vida participará en varias películas y obras de teatro. En 1940 el afamado compositor Jean Cocteau compondría especialmente para ella la pieza titulada Le Bel Indiférent, y con la cual obtiene éxito y reconocimiento a nivel nacional. Durante la ocupación nazi Édith no cesa su canto, y continúa dando conciertos en los que alza su voz contra el régimen alemán, comprometiéndose a velar y cuidar a los perseguidos judíos que habían logrado escapar de Alemania. Tras la guerra escribe la que es tal vez su canción más célebre y recordada, La vie en rose, y para ese entonces ya es una invitada frecuente a participar de los espectáculos del prestigioso Moulin Rouge. En 1947 realiza una gira triunfal en Estados Unidos. Allí tiene un romance con el boxeador de origen argelino, Marcel Cerdan, campeón mundial de peso medio, y quien morirá dos años después en un accidente aéreo cuando viajaba a visitarla. Una vez más la tragedia de la muerte rodeaba la vida en rosa del pequeño gorrión negro. Esta vez fue el corazón. A la cantante le costaría reponerse de esta pérdida, y abatida por el sufrimiento y la depresión caería víctima de la adicción de calmantes, tranquilizantes y otras drogas psiquiátricas. En 1952 se casa con el cantante francés Jacques Pills, pero un año después se divorcian. Para la década de 1950 Édith Piaf era una celebridad reconocida mundialmente como musa e ícono parisino. En 1956 se consagra como una invitada frecuente en el Carnegie Hall de Nueva York. Ese mismo año se casa con el aspirante a cantante, Georges Moustaki, a quien impulsa en su carrera artística, y con quien sufrirá un accidente de tránsito, y por cuyas lesiones y padecimientos físicos se convertiría en una adicta dependiente de la morfina. En 1959 Édith se desmaya en el escenario durante uno de sus espectáculos en Nueva York, y en adelante sus funciones tendrán que verse interrumpidas por su cada vez más deteriorado estado de salud, y por lo que tendría que soportar numerosas operaciones quirúrgicas. Sus achaques comenzarían a la edad de los 4 años, cuando sufrió una inflación de la córnea que le ocasionó una ceguera temporal, y de la cual según ella se recuperaría luego de realizar una peregrinación a Lisieux. Allí comenzaría un largo prontuario de enfermedades, hasta que en 1959 se le descubriría un cáncer. Moustaki la abandona a su regreso a Francia, y es entonces cuando ella se abandonará para siempre al espectáculo, dedicando los últimos años de su maltrecha salud a impulsar la carrera de amigos y jóvenes promesas del arte, e interpretando nuevas canciones memorables, entre las que se destaca Non, je ne regrette rien (No me arrepiento de nada), y con la cual reivindicaría al disminuido teatro Olympia, en París, en 1960, devolviéndole la vida y el esplendor a un teatro en decadencia, y que a la postre sería su escenario preferido. Hacía esfuerzos por mantenerse en pie, elevaba su voz y cantaba; tomaba un reposo, se sobreponía al dolor y retornaba a escena. A sus 46 años se casa con el joven peluquero griego Theo Sarapo, aspirante a cantante, y con quien interpreta a dúo la canción ¿De qué sirve el amor? Respecto a esta relación Édith confesaría que se trataba de un vínculo similar al del hijo que cuida de su madre enferma. La artrosis reumatoide iría deformando progresivamente su cuerpo, y finalmente los problemas hepáticos la llevarían a abandonar esta vida en rosa a la edad de los 47 años. Al enterarse de la muerte de su amiga, Jean Cocteau escribió: “El barco se acaba de hundir. Este es mi último día en esta tierra. Nunca he conocido a un ser más desprendido de su alma. Ella no entregaba su alma, ella la regalaba, ella tiraba oro por las ventanas”. Y así, unas horas más tarde, y por cosas de la vida, él también abandonaría este mundo. Se dice que el tráfico en Francia no se había detenido de semejante forma desde los tiempos de la guerra. La acompañó un ejército multitudinario de seguidores y, debido a su condición de divorciada, y aparte por ser considerada por el Vaticano como una mujer que “vivía en pecado público” y que simbolizaba un “ídolo de la felicidad prefabricada”, se prohibieron las exequias religiosas, y a pesar de que Édith manifestaba abiertamente su fe católica. La recordamos con su figurita menuda y su cara de lamento, vestida de su infaltable atuendo negro y cantándole a la vida en rosa. Su personalidad generosa la llevaba a derrochar su dinero en procura de ayudar a cualquiera, impulsando e inspirando la carrera de artistas que alcanzaron fama internacional. Amante dadivosa, entregada a la vida y a las pasiones del cuerpo y del alma, Édith fue considerada por muchos como un ejemplar de la vida mundana, amoral y llena de excesos. Famosa por sus amoríos famosos, entre los que se cuentan personalidades de la talla de Marlon Brando, expresan fielmente su vida elocuente con un alma callejera, terrenal, sensible y amorosa.

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