Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Débora Arango (1907-2005)

Débora cuestionó a la sociedad mojigata que condenaba al rechazo sus pinturas de desnudos, preguntando por qué si a su maestro Pedro Nel Gómez y a otros tantos se les permitía dibujar la anatomía femenina, a ella se le negaba expresar su propio arte y retratar a la mujer tal cual. La respuesta fue siempre la misma, tajante, exclusiva, limitante: “Porque él es hombre”. Pero estas excusas del machismo no iban a malograr la vida de una mujer que desde niña había querido rebelarse y desafiar al mundo haciendo “cosas que eran de hombres”. Para poder acceder a este mundo masculino, vestía pantalones y se disfrazaba de macho, y montaba a caballo con la destreza de los más avezados jinetes, demostrando un carácter de mujer moderna que no tenía como proyecto de vida el encontrar a un marido para finalmente establecerse y consagrase a una familia. Se interesa en la biblioteca de su tía, y allí descubre la filosofía y la literatura de la que se nutrirá su espíritu inquisidor, agitado, impetuoso, pero será a través de su hermano, estudiante de medicina, de quien se valdrá para conseguir apropiarse de toda la información concerniente al estudio del cuerpo humano y la anatomía. Es por esto que desde muy pequeña se matricula en el Instituto de Bellas Artes de Medellín, dando inicio a una carrera artística que se vería caracterizada por la polémica, ya que sus obras trasgresoras y visionarias no pudieron ser comprendidas y valoradas en el marco de una cultura cuidadosa de velar por el respeto de las tradiciones y de las llamadas buenas costumbres. Por esto sus primeros trabajos mostraban una sumisión a la que se vería doblegada: acuarelas de paisajes, pinturitas de animales y naturaleza muerta, y que un año después quedarían relegados cuando abandonara la academia y, con esta, todos los preceptos castrantes que obstaculizaban sus más honestos intereses artísticos. Comienza así su exploración con dibujos de desnudos femeninos de tamaño natural y pinturas que reflejan momentos puntualmente dramáticos de la vida cotidiana. Para ese entonces participa de la “Exposición de Artistas Profesionales”, exhibiendo óleos y acuarelas de desnudos, y obteniendo el primer puesto con su obra Cantarina de gracia. Fue así como se desató el primero de los muchos escándalos que fueron insignia en su vida y en su obra. Las Damas de la Liga de la Decencia, mujeres defensoras de la moral puritana y conservadora, sabotearon una de sus exposiciones celebrada en Medellín, ya que desde todo punto de vista la consideraban impúdica e inmoral. Años más tarde, en Madrid, y por orden directa del Generalísimo Francisco Franco, sus pinturas fueron descolgadas de las paredes de una galería en la que exponía sus desnudos. El apoyo de Jorge Eliécer Gaitán no sería suficiente para evitar que su exposición en el Teatro Colón de Bogotá fuera finalmente clausurada por mandato del mismísimo presidente, Laureano Gómez, íntimo amigo del influyente monseñor Builes, un reconocido monarca de la iglesia, caracterizado por su pensamiento retrogrado y ultraconservador, y quien criticaba la obra de Débora Arango tildándola de perversa, pornográfica e incorrecta. A sus casi 40 años se desplaza a México para estudiar a los muralistas más destacados del momento, y de regreso al país nuevamente sería escándalo con su nueva producción artística, hasta el punto de ser casi excomulgada por la iglesia. Su cultura repudiaba una obra que consideraba desde todo punto de vista sórdida e inmoral. En el escenario del arte se destacaban los hombres que bien podían desplegar su creatividad e inventiva con libertad plena y dibujar o escribir sobre lo que se les viniera en gana. No así para la mujer, cuya sociedad no concebía para ellas la posibilidad de decidir, expresarse, votar, y contra la cual seguiría rebelándose la pintura dinámica y vitalista de Débora Arango. Su sentido crítico de la sociedad y la política se acentuaría durante los años siguientes. Pinta la realidad de su pueblo tal cual la interpreta. En sus dibujos cargados de colorido y movimiento se aprecian las figuras tanto de monjas como de prostitutas, campesinos, mineros, mendigos, escenas que reflejan el dolor, el maltrato y la violencia, así como situaciones del común que ponen en cuestión los cánones morales establecidos y aquellos prejuicios ancestrales contra los que se rebelaría sin cansancio. Ya para ese entonces hacía historia convirtiéndose en la primera pintora colombiana en dibujar y exponer pinturas de desnudos. También son conocidos y no menos polémicos los retratos de afamados políticos, a los cuales solía caracterizar transfigurándolos en animales, como es el caso de La salida de Laureano, pintura en la cual retrata al presidente con aspecto de sapo. Por todo esto es que contaría también con la reprobación de los demás gobiernos de Mariano Ospina y Gustavo Rojas Pinilla, sumiendo a la artista en una invisibilización a la que se vería opacada durante más de veinte años. A sus 50 años viaja a España para perfeccionarse en las técnicas de la figura humana y hacer estudios de cerámica. Recorre Inglaterra, Francia y Austria, dando fin a una época de escándalos y dando por terminado su momento más polémico. No sería sino hasta los años ochenta cuando Colombia comenzó a valorar el talento genuino de esta pintora, y su obra sería recuperada por algunos museos, y sus dibujos expuestos como un testimonio de la lucha femenina por imponer su libertad en las esferas del arte, la educación y la cultura. Sin embargo una vida de insultos y desprecio la llevaría a confinarse por el resto de su vida en su casa-taller conocida como Casablanca. Durante este encierro voluntario, Débora jamás abandonaría su arte, dedicándose ahora a las tareas de elaborar zócalos, baldosines y murales en cerámica cocida. A sus casi 70 años regresa con más de cien obras que fueron expuestas en la Biblioteca Pública Piloto, y diez años después retornaría con más de doscientas cincuenta obras que serían expuestas en el Museo de Arte Moderno de Medellín, y en la cual quedaría más que evidenciado el poderío y la magnitud de su trabajo. Por esa época la pintora donaría toda su colección al Museo de Arte Moderno, y a comienzos de los años noventa organizaría una exposición titulada Cuatro temas en la obra de Débora Arango: el desnudo, la religión, la política y la denuncia social. Débora abandonaría la vida pública para concentrar los años de su vejez a las mismas labores interminables del oficio artístico. Nunca tuvo un lugar de exposición permanente ni quiso trabajar con galerías, encontrando la manera de promocionar y vender sus pinturas por cuenta personal. Entre sus creaciones más destacadas se encuentran Las monjas y el cardenal, El almuerzo de los pobres, El Cristo, Huida del convento, La monja intelectual, En el jardín, Bailarina en descanso, Los cargueros, Esquizofrenia en el manicomio, Los matarifes, Retrato de un amigo. Débora muere con casi cien años. Su casa fue declarada bien de interés cultural de la nación y casa museo. A pesar de los tantos desprecios y rechazos, la artista también recibió múltiples condecoraciones, premios y honores. Su arte expresionista de corte irreverente y vivaz representa un aporte no sólo para la pintura sino, y principalmente, para una sociedad retardataria y timorata que acabaría ensanchando la apertura mental a través de los sugestivos dibujos de Débora Arango. Colegios e institutos llevan su nombre. Sus trabajos son continuamente expuestos en museos de todas las ciudades del país, que hoy reclaman por conocer y gozar de sus retratos y dibujos. En la actualidad el billete de dos mil pesos colombianos está decorado con la figura desafiante y sensible de una artista que justamente está siendo resaltada y dignificada, para que por fin ocupe el puesto de honor que merece en nuestra historia.

Débora Arango

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