Vestía en sociedad sus propios y peculiares diseños que irrumpían con irreverencia en esa moda opulenta de la Belle Époque, otorgándole a las prendas femeninas un estilo descomplicado, cómodo, sencillo, práctico y a la vez elegante. A sus 18 años ya llevaba una tercera parte de su vida bordando. Se crió en un orfanato de monjas, en donde recibiría sus primeras lecciones de costura, y en adelante se aferraría a su ambición altamente competitiva, su determinación inquebrantable y esa vitalidad extraordinaria con la que lograría impulsar una obra prolífica e innovadora que la consagró como una de las personas más influyentes durante el siglo XX, y en un ícono indiscutible de la historia de la moda. Su propósito de “no depender nunca de un hombre y ser rica”, la llevaría desde la juventud a valerse de sus encantos sensuales para seducir a los militares que visitaban La Rotonde. Bailando como chica de cabaret, comenzaría una cadena de amoríos célebres, integrada por poderosos eslabones de magnates, altos militares, empresarios destacados y todo tipo de burgueses y aristócratas: el oficial de caballería francés, Balsan, rico heredero textil, y que dejaría a su cortesana esposa para llevársela a vivir a un castillo que luego se haría reconocido por ser sede de las más lujosas y extravagantes fiestas. Luego se enamoraría de uno de los mejores amigos de Balsan, el capitán inglés Capel, quien le ayudaría financiando sus primeras boutiques. Años más tarde Capel moriría, y en su duelo fabricó un “pequeño vestido negro” que en su momento sería calificado por las revistas de moda como un “atuendo que todo el mundo usará”. Tiempo después conocería al primo del Zar Nicolás II, el duque Románov, con quien tendría un amorío y una amistad que supo conservar durante toda su vida. En Monte Carlo se enamoraría del duque de Westminster, un prestigioso aristócrata con quien tendría una relación de una década, y a quien nunca le aceptó una propuesta matrimonial, alegando que “duquesas de Westminster ha habido muchas. Chanel, hay una sola”. Se vería implicada en interludios románticos con el primo del duque, Eduardo de Gales, que a la postre se convertiría en Eduardo VIII, rey de Gran Bretaña. También fue conocida su aventura con el oficial y espía nazi, Hans Gunther von Dincklage, y que le serviría como contacto para entrevistarse con Heinrich Himmler, en una operación fracasada con la que pretendía ponerle un fin a la Segunda Guerra Mundial. Sería su amigo personal Winston Churchill quien intercedería por ella cuando fue implicada de colaborar con la Gestapo, y así Chanel se vio siempre rodeada por las personalidades y figuras más destacadas y reconocidas de todo el mundo. Samuel Goldwyn le ofreció vestir a las actrices de Hollywood, quienes tampoco se resistieron a ser sus clientas personales, como es el caso de Greta Garbo, Elizabeth Taylor, Grace Kelly y Rita Hayworth. Jackie Kennedy, primera dama estadounidense, vestía uno de sus atuendos aquella tarde en la que asesinaron a su esposo. Sirvió como mecenas de varios artistas. Negoció en secreto con editores las obras de algunos amigos poetas para impulsarlos en sus carreras. El despegue del famoso cineasta Luchino Visconti es debido a que Chanel lo pondría en contacto con el mundo del cine. Albergó a la familia de Stravinsky en su propia casa cuando el músico no hallaba paradero, e incluso cuidó de su viejo amigo nazi, por el que pagaría también su funeral. A sus 35 años contaba con una empresa compuesta por más de trescientos empleados, y sus vestidos se exportaban a decenas de destinos alrededor del mundo. Años más tarde incursionaría en el mercado de los sombreros, bolsos y joyas, y acabaría por imponer un hito en la perfumería con una fragancia única de jazmín, cuyo envase de cristal, de creación propia, serviría en adelante como inspiración de modelo en la historia de las fragancias. Nunca un perfume había llevado el nombre de su diseñador, y fue así como “Chanel No. 5” se convirtió en un éxito inmediato a nivel mundial. Prendas en blanco y negro, cinturones de cadena y faldas cortas, camisas de cuello y puños blancos, zapatos de tacón alto y joyas de fantasía, perlas, sombreros negros, la boquilla para el cigarro. Todos estos sus distintivos. Liberó a la mujer del yugo milenario del corsé. Impuso un corte de cabello que estuviera acorde con lo que la mujer quisiera expresar: “Una mujer que se corta el pelo está por cambiar su vida”. Y en ese momento todas querían cambiar sus vidas, o al menos todas quisieron cortarse el pelo al estilo Coco Chanel. Para finales de los años veinte Chanel fue considerada como la personificación de la “nueva mujer” independiente, creativa y sociable. Por esa misma época ya se había convertido también en una adicta a la morfina, que consumió a lo largo de toda su vida con una insistencia habitual, permanente y abusiva. A sus 50 años ya contaba con una empresa integrada por más de cuatro mil empleados, y diez años después se había convertido en la mujer más rica del mundo. En uno de los musicales más costosos de la historia sería representada por Audrey Hepburn, y en el cine el rol lo interpretó Geraldine Chaplin, y en la ópera fue encarnada por la mismísima María Callas. Su leyenda ha sido también narrada y detallada en las páginas de los libros. En sus entrevistas sale a relucir su personalidad hiperactiva y perfeccionista, exigente y malgeniada, su innegable intuición empresarial, y esa visión líder y calculadora que algunos confunden con el oportunismo. Muere una tarde en el año de 1971, a los 87 años de edad, en el Hotel Ritz, donde habría pasado sus últimos treinta años y a donde regresaría en un día común, luego de haber dado una caminata de rutina. Trabajaba en su última colección de primavera y decidió tomar una siesta. Un ataque cardiaco le dio un poco de tiempo antes de morir, para ser asistida y dejar unas últimas palabras que fueron testimoniadas: “Bueno, así es como uno se muere”. Sufría de artrosis y de otras enfermedades derivadas por el consumo desmedido de drogas psicoactivas. Las personas que estuvieron cerca de ella coinciden en que en sus últimos años se acentuaron aún más sus rasgos autoritarios, que era tiránica y solitaria. En una entrevista declaró que durante su infancia sólo pensaba en morirse, y que le faltaba amor: “Sólo el orgullo me salvó”, declaró entonces esa mujer que cumplió a su ambición de forjarse un nombre único y una obra trascendental.
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