Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Adela Velarde Pérez (1900-1971)

Rebelde desde niña, a Adelita le bastaría con recibir sus estudios básicos de la primaria y un curso de enfermería para alzarse en contra de su padre, un acaudalado comerciante de Juárez, y a los 13 años se presentaría de manera voluntaria para integrar los cuerpos se asistencia médica de la Asociación Mexicana de la Cruz Blanca, encargados de asistir a los soldados que combatían en los distintos frentes donde se libraban las batallas de la Revolución Mexicana. Bajita de estatura, de mirada alegre y penetrante, curiosa, sus gestos nobles y agraciados que concuerdan con quienes la describen como una mujer hermosa y siempre sonriente, eficiente, disponible, acabaría por convertirse en la consentida de las tropas dado ese singular carisma y esa entrega absoluta en su labor de servicio. Asistía a los soldados heridos, daba de comer a los vivos y enterraba a los muertos. Salía a luchar al frente de batalla si era necesario, y luego regresaba a las tiendas de campaña para seguir ayudando en la tarea de curar enfermos. Intrépida, desafiante, valiente, muy poco se sabe de este personaje, empañado por el romanticismo de ser la leyenda en la que se inspiraron decenas de relatos, corridos y versos dedicados en su nombre, y que acabarían por tergiversarse con los pocos e inciertos datos que conocemos sobre Adela Velarde Pérez. A los 14 años se enlistó en las filas del ejército para convertirse en una destacada figura, a tal punto que las combatientes revolucionarias, conocidas hasta entonces como las Soldaderas, acordaron para cambiarse el nombre y apodarse en adelante las Adelitas. La enfermera guerrera apoyó las tropas revolucionarias desplazándose por los distintos territorios donde hiciera falta su ayuda generosa. Fue así como estuvo asistiendo a los soldados en Chihuahua, Aguascalientes, Zacatecas, Torreón, Morelos y Ciudad de México. En 1914 empieza un idilio de amor con el sargento Antonio Gil, con quien celebrará el triunfo de algunas batallas, pero que un año más tarde morirá entre los miles que perdieron la vida en el más fuerte enfrentamiento que tuvo el período de la Revolución. También el hijo, fruto de esta unión, moriría treinta años más tarde repitiendo el destino combativo de su padre, pero esta vez en un acontecimiento bélico de carácter mundial. Según afirman algunas leyendas, el sargento agonizó en los brazos de su amada Adelita. Después de acabadas las contiendas revolucionarias, la olvidada heroína se mudaría a Ciudad de México, donde oficiaría como mecanógrafa en la Administración de Correos. Cumplidos sus sesenta años, y en unas condiciones un poco penosas para quien fuera una leyenda viva de la lucha revolucionaria, el Congreso de la Unión propuso concederle una meritoria pensión vitalicia por su lucha y su entrega en la gesta revolucionaria. En un testimonio de la época, refiriéndose a las Adelitas, algún historiador apuntó: “Sin ellas los soldados no hubieran comido, ni dormido, ni peleado.” Hacían lo mismo de enfermeras que de soldados, estaban con los heridos y combatientes a un mismo tiempo, así Las Adelitas, y así su mayor representante. Sin embargo la Adelita original tendría que esperar hasta pasados sus sesenta años para que algún reconocimiento tuviera por consagrársele como una eminente veterana de la Revolución Mexicana, y fue así como en 1962 la Secretaría de Defensa le otorgó la Condecoración al Mérito Revolucionario y fue nombrada miembro de la Legión de Honor de México. En 1965 se reencuentra con un viejo revolucionario y quien fuera el jefe de su antiguo marido, el coronel Alfredo Villegas, y en las postrimerías de la vida deciden acompañarse hasta que seis años más tarde moriría la inolvidable Adelita. Sin embargo su nombre y sus hazañas no parecen haber tenido aún el justo reconocimiento que merecen, y es apenas por estos días que volvemos a ella para desempolvar el alcance de sus logros y contar acerca de sus historias. Son parte de la cultura popular mexicana aquellos versos que evocan su nombre: “Si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar, si por mar en un buque de guerra, si por tierra en un tren militar. Si Adelita quisiera ser mi esposa, y si Adelita ya fuera mi mujer, le compraría un vestido de seda para llevarla a bailar al cuartel”.

Adelita Velarde Pérez

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